Evangelizar

Autor: Padre Pedrojosé Ynaraja    

 

En mi juventud lamentaba uno no tener dinero para comprar los libros que le interesaban.  Lo poco que conseguía lo devoraba de inmediato, como la golosina un niño. Leyes estrictas impedían publicar lo que incomodaba a los que mandaban. El precio era otro de los impedimentos, pese a que, comparado con los actuales, eran baratos.
Hoy en día se publica lo que da la gana. Unos consiguen hacerlo mediante editoriales de categoría. Otros se lo pagan por su cuenta. Los más los cuelan en publicaciones gratuitas o en Internet, el actual sistema, todavía no conocido suficientemente. Contemplando el panorama actual, tiene uno la impresión de que hay más escritores-publicadores, que lectores. La primera consecuencia es que no hay tiempo de leerlo todo, por importante que nos parezca. La segunda, por parte de algunos, que hay que inventar temas que llamen la atención, sin que su importancia sea acuciante. Me sitúo, por supuesto, en el terreno religioso. Y me siento implicado en el asunto. Pero lo que redactamos ¿es lo oportuno, conveniente y asequible?.
Creerán algunos que esquivo la cuestión. Pretendo, en cambio, anclarme en terreno firme. Contaré una historia, copiaré un documento.
San Pedro Claver nació en Verdú (Lleida). Se conserva en su parroquia, la pila donde fue bautizado. Con reverencia, me he acercado a ella más de una vez. Allí nació, posteriormente se hizo jesuita y marchó a América. Era  en  la época de mercado de esclavos que, no se olvide, eran capturados por sus congéneres y ofrecidos a la venta a los traficantes blancos. Copio fragmentos de una carta suya.
“Ayer 30 de mayo de 1620, saltó en la tierra un grandísimo navío de negros … Fuimos allí cargados con dos espuertas de naranjas, limones, bizcochuelos y otras cosas. Fuimos rompiendo por medio de mucha gente, hasta llegar a los enfermos, de que había una gran manada echados en el suelo, muy húmedo y anegadizo, por lo cual estaba terraplenado de agudos pedazos de tejas y ladrillos, y esta era su cama… juntamos los enfermos en dos ruedas, la una tomó mi compañero con el intérprete , aparte dos de la otra que yo tomé. Entre ellos había dos muriéndose… dímosle un sahumerio, poniéndoles encima de ellos nuestros manteos. Cobraron calor y nuevos espíritus vitales, el rostro muy alegre, los ojos abiertos y mirándonos… les estuvimos hablando, no con lenguas, sino con manos y obras… vienen tan persuadidos de que los traen para comerlos, hablarles de otra manera fuera sin provecho… les comenzamos a poner delante cuantos motivos naturales hay para alegrar un enfermo… entramos en el catecismo del santo Bautismo y sus grandiosos efectos en el cuerpo y en el alma… y respondiéndonos a las preguntas hechas sobre lo enseñado, pasamos al catecismo grande… estando ya capaces, les declaramos los misterios y poniéndoles delante una imagen de Cristo, Señor nuestro, en la cruz… les rezamos en su lengua, el acto de contrición…”
Piensa uno ¿y no les hablaron de la perversidad del aborto, del dañino divorcio o de la engañosa eutanasia?
¡Cuantos de entre los nuestros, se creen condenados a ser devorados por el injusto y poderoso Vaticano, expuestos a la maldad de la clerecía, ahogados por las inmensas riquezas de la Iglesia! (sic) ¿No es preciso empezar a evangelizar con entusiasmo, animando a una juventud que vive sin sentido, desencantados, sin norte espiritual, sin ninguna Esperanza de felicidad?