Espelta

Autor: Padre Pedrojosé Ynaraja    

 

Hace mucho tiempo ya me referí a este cereal. Me sorprendí un día cuando leyendo la Biblia lo vi mencionado en más de un lugar, ahora digo, exactamente son tres. Lo divertido de uno de los textos, el de Ezequiel, es que Dios le dice: “toma, pues, trigo cebada, habas, lentejas, mijo, espelta; ponlo en una vasija y haz con ello un pan (4,9). Yo no sé que gusto tendría este potaje, lo que uno piensa es que Dios inspira como un buen dietista: fibra, proteínas, hidratos de carbono, sin olvidar oligoelementos y vitaminas, entran en ello. Muchas cosas podría escribir, pues, consultar google, es tener más conocimientos que si uno tuviera en casa la biblioteca de Alejandría.

El Texto Sagrado menciona trigo, cebada y espelta. Los contextos y los autores, nos dicen que el pueblo hebreo comía pan de trigo los días de fiesta, los de labor, cebada y la gente pobre o en épocas de carestía, espelta. Leo comentarios que afirman que tal vez en alguna ocasión el autor  confunde el centeno con el cereal que me ocupa hoy, no me extraña lo más mínimo, pues, son muy semejantes. El precio los distinguía, el más caro era el trigo, lo mas barato la espelta. Hoy en día ocurre al revés.

Es curiosa la importancia que han tenido y tienen los cereales en la alimentación humana. Ha sido tanta, que hasta se atreven algunos a hablar de diferentes culturas, según sea el grano que consumen. Se habla de la del trigo, la del arroz y la del maíz. Los cereales son la aportación más común de hidratos de carbono, en la alimentación. El mundo bíblico conocía también el mijo o el sésamo, pero su utilización era minoritaria. Lo que desconocía totalmente era el maíz, pese a que bonitos albúmenes nos pongan a amas de casa de época bíblica, ocupadas en su molienda. Y para colmo, el libro al que me estoy refiriendo está editado en Israel. Ni el maíz, ni la chumbera, abundante hoy en día por aquellas tierras, y objeto de decoración en muchos belenes, era conocido en aquellos tiempos. Llegó pasando por España, vehiculado por los conquistadores-evangelizadores del Nuevo Mundo.
Los que somos viejos recordamos la época de racionamiento del pan. La desgana con que aceptábamos el “pan negro” hoy preciado “pan integral”. Recibir el regalo de una hogaza de pan candeal, era una gran suerte. Pasaron aquellos tiempos, llegaron trigos de los que se obtenía mejor rendimiento, se cernía la harina y se dejaba el salvado para pienso animal. Ya nadie hablaba de “pan blanco”. Empezó a propagarse la costumbre de abstenerse de pan, de tal manera que oíamos decir, que el nivel económico de un pueblo era inversamente proporcional al del consumo de pan. Hoy las cosas han cambiado, preocupa a unos, los celíacos, la presencia del gluten. Se exaltan las virtudes de los géneros anteriormente despreciados. La espelta es de bajo rendimiento y, si se ha conservado, es porque es una planta muy sufrida, capaz de vivir en terrenos áridos y fríos. En otros casos, nos dicen que el trigo kamut, es el mismo que el de los constructores egipcios, piensa uno con sorna, que a lo mejor proviene de alguno de los silos que mandó construir el patriarca José y que no se vaciaron del todo. Pan de cebada, prácticamente, es imposible conseguirlo. Quería yo saber que gusto tenía el que el Señor multiplico a las gentes que le escuchaban en Galilea y del que quiso Jesús que se guardasen las sobras, y tuve que recurrir a comprar por una parte la harina en una tienda “ecológica” y a continuación, en uno de esos artilugios domésticos que permiten hacerse el pan en casa,  conseguí una barra que tenía el aspecto de tablero de conglomerado, de los utilizados en carpintería, y era casi tan duro como ellos. Pese a esto, disfruté comiéndola, me acercaba sensorialmente al episodio de la multiplicación de los panes, que Juan dice explícitamente que se trataba de este cereal. Puede el lector reírse de mi, pero yo le diría que no solo de sabores vive el hombre, también de lo que responde a imaginaciones soñadas.