XII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A

San Mateo 10, 26- 33: Adolescencia

Autor: Padre Pedrojosé Ynaraja   

 

 

No me gusta nunca utilizar esta palabra. Tiene en general un sentido que, si no es peyorativo, sí por lo menos restringido. El adolescente es aquel que, por estar atravesando una determinada etapa, que requiere tiempo atravesarla, se manifiesta de una manera que no hay que tomar demasiado en serio, se dice comúnmente. Y se describen señales corporales o temperamentales, que indican que una determinada chica o chico, esta pasando por esta etapa. ¿Por qué os he explicado esto, mis queridos jóvenes lectores? Porque os voy enfocar la cuestión desde un ángulo distinto. Yo diría que el día que experimentasteis que alguien, al que considerabais amigo, os había traicionado, sea explicando un secreto que le habíais confiado, sea yéndose con otro al que habíais tenido por enemigo, o negándose a facilitaros algo que precisabais, aquel día, que no pudisteis dormir del disgusto, que llorasteis en secreto y que a nadie os atrevíais a explicar, aquel día, empezó vuestra adolescencia.  

¿Qué importa que os aporte una definición diferente? ¿De qué os servirá aceptar lo que os he explicado? ¿Es que pretendo que mi psicología barata desbanque a sesudos estudios de endocrinólogos y educadores? Mi propósito, como el de todas las semanas, es que la Palabra de Dios, proclamada en la misa dominical, ilumine vuestra realidad actual. Si ciertos problemas que sufrís los reducís a trastornos de la mente o de vuestras hormonas, resultará en primer lugar, que fácilmente dejaréis de sentiros responsables de vuestra vida. Si lo que os ocurre es que estáis enfermos, evidentemente no seréis culpables de nada. Si lo que os pasa es un trastorno pasajero, no podréis hacer nada para superarlo. Os diréis que es preciso dejar pasar el tiempo y mientras tanto dormir a la bartola.

Mis queridos jóvenes lectores, Jeremías fue un gran profeta, un hombre que conservó toda la vida una gran sensibilidad, cosa que le llevó a sufrir desengaños y fracasos. Ni se suicidó, ni perdió el coraje, ni se entregó a la vagancia. Ni se dejo arrastrar por “angustias existenciales”, ni se hizo prisionero de sus crisis. Acordaos que el profeta dice: ya me doy cuenta de que me están expiando, todo el día se están fijando en mí y lo hacen porque la gente está segura de que tropezaré. No me lo dicen a la cara, pero sé que desearían que me dejara engañar. No soportan que no sea como los demás. Sin que sea culpable, ellos quieren vengarse. Probablemente os sentiréis identificados con él.

Jeremías se siente acorralado, como os habréis podido sentir vosotros, mis queridos jóvenes lectores, en alguna ocasión. Todo se le viene encima. No obstante, no pierde la paz y serenidad. Confía en Dios. Él le da fuerza. Parece que va a ser vencido por los demás, pero son ellos los que sufren el traspiés. Sentía vergüenza a veces, pero son sus enemigos los que ocultamente se sonrojan.

Jeremías es un hombre como cualquier otro, desea ver su triunfo y la derrota de los demás, es sincero consigo mismo y lo proclama. Desea también ver como Dios se venga de sus enemigos y con esta confianza se calma y confía en Él. Está todo él revestido de sentimientos muy humanos. Ha estado sumergido en la crisis y ahora que ve que ha pasado la tormenta, su espíritu se alegra y hasta se atreve a cantar.

Jeremías, un anciano, solitario, soltero empedernido, todavía conservaba, hombre inspirado por Dios, resabios de adolescencia. No os preocupéis, pues, vosotros de que os llamen con insoportable suficiencia: quinceañeros o teenagers. Identificaos con el profeta.

El texto evangélico del presente domingo, avanza por la misma senda, con la seguridad que nos da al leerlo saber que son enseñanzas de Jesús. Y, cosa importante y obvia, no insinúa siquiera la venganza. El Maestro repite una y otra vez: no tengáis miedo. No temáis a los que a vuestras espaldas traman molestaros, quieren que salgáis perdiendo, os ocultan cosas que vosotros desearíais conocer. Todo, pronto o tarde, se descubrirá, estad seguros.

Debéis tomar precauciones únicamente con aquellos que, a la chita callando, os pueden contagiar sus corrupciones. No os dejéis engañar. Que sus alardes y sus vanidades no os deslumbren. ¡No caigáis en sus redes!.

Por poco dinero se vendían los pajaritos en el mercado, hoy por poco se puede adquirir una pata de anónimo pollo de granja en un hiper, seguramente nos diría Jesús. De larga cabellera o pelados al gusto, tenemos cada uno pelambrera. No le es nada de lo nuestro desconocido al Señor y, aunque no nos demos cuenta, aunque Él se oculte próximo a nosotros, como si estuviera invisible detrás del cogote, siempre nos protege. Añade más el maestro: debemos ser valientes en todo momento y atrevernos a salir cuando convenga en defensa de su honor, de su veracidad o de su bondad. A nadie debemos ocultar nuestra Fe. Todos los que se relacionen con nosotros, deben saber que nuestra confianza la tenemos puesta en Dios y que por ello somos fuertes. ¡pobres de nosotros, si nos avergonzamos, si escondemos que Jesús es nuestro amigo y protector! Si así obramos, Él debería ignorarnos, nos lo advierte.