XV Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A

San Mateo 13, 1-23; Semillas

Autor: Padre Pedrojosé Ynaraja   

 

 

Jesús habla de un sembrador que lanza su semilla. Hasta no hace muchos años, esta labor la podíamos ver cada año por nuestros campos al acercarse el invierno. Ahora este oficio ya no existe. Sembrar lo hace una máquina que hinca las semillas certeramente en el terruño, sin que una sola se le escape fuera. La parábola del Señor, pues, tal vez no la comprendáis del todo, vosotros, mis queridos jóvenes lectores, que nunca habréis visto a un labrador entregado a estos menesteres. No pretendo, de ningún modo, corregir al Maestro, ahora bien, cuando Él predicaba, se servía con frecuencia de ejemplos que entendían bien aquellas gentes. He pensado que podía, con mucho respeto y fidelidad hacia el Señor, ofreceros una trasposición que os sea más fácil entender. 
Supongo que vais, o habéis ido a la escuela, y os han llevado algún día a una “escuela de la naturaleza” de esas que admiten visitas. Centrado en esta experiencia, o en algo semejante, y habiendo pedido a Jesús que, cambiando sus palabras, fuera yo fiel trasmisor de su doctrina, me atrevo a dirigiros el mensaje de esta semana.
Fueron de visita aquellos alumnos a una granja-escuela. El monitor que les recibió, después de acompañarles, enseñarles los cultivos e instruirlos en los ciclos de los vegetales, les  entrego a cada uno una bolsita con semillas, para que al llegar a casa las sembrasen.
Las que fueron a parar al bolsillo de un grandullón que pasaba de todo, las tiró con displicencia nada más llegar al patio de su casa. No había tenido tiempo de caer ni una gota de agua, cuando ya se las llevaron las hormigas. No tuvieron tiempo de empezar a germinar y ni siquiera se enteró la familia de que  habían perdido la oportunidad de que les creciese un precioso árbol, que les diera sombra y fruta.
Una de las bolsitas, se la metió en su mochila una muchacha que se ilusionaba con todo. En llegando a casa, hundió unos cuantos granos en la tierra del jardín, los regó como le habían dicho, señaló con un palo el lugar, para así acordarse de donde las había sembrado. Aquella chica era capaz de entusiasmarse por cualquier cosa, pero era una de aquellas que sus compañeros decían que era muy sexi (y a ella el calificativo no dejaba de gustarle en su interior). Sabía seducir y gozaba haciéndolo. Estaba siempre pendiente de comportarse como  esperaban lo hiciese. Aquella simiente enterrada en el jardín, que germinó enseguida,  pronto murió de olvido y abandono.
Un chico que cargó alegremente con su paquetito, en llegando a casa, de inmediato, introdujo las semillas en un rincón del patio que vio que estaba libre. Era un muchacho incapaz de abandonar su MP3, en su habitación el PC tenía siempre en marcha algún juego o navegaba continuamente por Internet, sin ninguna finalidad precisa. Nunca estaba quieto, siempre le entretenía algo. Cuando alguien le pedía ayuda indefectiblemente contestaba que no tenía tiempo. Así ocurrió que al cabo de unos días, cuando su familia comentaba que tenían que arreglar los setos y segar la hierba, se acordó de sus semillas y salió pitando a ver como estaban. Decepcionado comprobó que solo quedaban unas cuantas ramas secas, de lo que había empezado a crecer, pero que las preciosas plantas que su madre había plantado en el mismo sitio, habían ahogado.

La bolsa que fue a parara una chiquita menuda, graciosa y tímida, tuvo más suerte. Las semillas fueron plantadas en una jardinera exclusivamente dedicada a ellas, a la tierra que había le añadió el estiércol que caía del nido situado encima de su ventana. Las regaba con la frecuencia que le habían recomendado. Las trasplantó a su tiempo, antes de que se ahogaran en la pequeñez de la jardinera. Hoy la casa goza de la sombra y de la fruta de unos árboles exóticos, que a todo el mundo  sorprenden y alegran.
Las semillas del monitor representan la Palabra de Dios. Aquellos chicos podéis ser vosotros. Os toca ahora plantearos la cuestión y examinaros.  ¿a quien de aquellos chicos os parecéis?
Vosotros sabéis que hubo una época que a los cristianos les cupo sufrir persecución y muchos supieron afrontarla. Es el ramillete precioso de los mártires. Pero ahora, en nuestros países, no sufrimos acoso sangriento contra nuestra Fe. Ahora bien, ser fieles a las enseñanzas de Jesús requiere esfuerzo. Levantarse, estudiar o ir al trabajo, comportarse generosamente con quien aproxima su vida a la nuestra, sublevarse contra quien esclaviza, (tal vez sea que paga mal al obrero emigrante, o denigra a la empleada de hogar, o se queda su dinero sin compartirlo, o estropea y tira comida, que en otros lugares satisfaría a hambrientos, o permite injusticias en su empresa, con tal que él esté seguro en su puesto de trabajo, o coquetea excitando en su entorno los más bajos instintos…) Ser fiel a Dios en estas situaciones, supone el mismo coraje, decisión y esfuerzo, que el que pusieron los mártires cuando aceptaban el suplicio…
Ahora os toca, mis queridos jóvenes lectores, preguntaros ¿Dónde he puesto la Palabra de Dios? ¿Dónde han quedado mis propósitos? ¿En que me afano y entusiasmo? .
Estos días, miles de chicos y chicas se desplazan a Sidney, a las Jornadas Mundiales de la Juventud. Allí reflexionarán, rezarán, escucharán a maestros de la Iglesia. Allí compartirán ilusiones, se ayudarán entre ellos. Alimentarán los anhelos de darse generosamente a Cristo. Si estáis en vuestra casa, ciertamente que no os será posible desplazaros a Australia, pero si podéis y debéis, preguntaros: ¿A dónde viajo yo? ¿conozco mejor los parques temáticos que los lugares de encuentro cristiano? ¿asisto a espectáculos e ignoro las convocatoria o los encuentros cristianos?
¿Reaccionáis ante injusticias u os quedáis impasibles? ¿Colaboráis en campañas de recogida de alimentos o dinero para subsanar el mal de grandes catástrofes o, al contrario, sois capaces de tirar comida, malgastar dinero en tonterías o abandonar cosas de valor a la intemperie, que con seguridad se estropearán, sin resultar útiles a nadie?
Hay chicos y chicas que escuchan palabras cristianas y las anotan, se examinan y deciden, se preparan para poner sus propósitos en práctica, se ofrecen de voluntarios, después…, después sí, son fieles a sus decisiones y su vida es siempre útil. Estos son los que, como aquella chiquilla inquieta, trabajadora y esforzada, mejoran cada día un poco la sociedad, inventan o colaboran en obras de servicio, reivindican maniobras justas y generosas, en servicio de los necesitados. Muy unidos al Señor, que es el que ha sembrado la semilla en su corazón, se desviven por los demás, por sus necesidades y derechos. Cada noche, al ir a acostarse, se despiden del día, satisfechos de sí mismos y de la jornada que se ha vivido con pasión. Dios protege y acompaña su sueño. Son felices.