XXIV Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A

San Mateo 18, 21-35: Termómetro de la Caridad

Autor: Padre Pedrojosé Ynaraja   

 

 

Vosotros sabéis, mis queridos jóvenes lectores, que con frecuencia deseamos tener cifras significativas y seguras de algo que notamos. Nos creemos enfermos y deseamos saber si tenemos fiebre. Sentimos, al salir a la calle, frío o calor y para calibrar y poder explicar a los demás la temperatura que estamos soportando, queremos expresarla en grados. Algo semejante ocurre cuando queremos saber nuestra calidad espiritual. Para calcular temperaturas existen termómetros de muchas clases. Unos son de mercurio, otros de alcohol,  y de mucha precisión los electrónicos. El hombre que ha sabido inventar tales artilugios, ¿ha sido capaz de fabricar un termómetro que mida grados de caridad o, equivalentemente, calidad de santidad?


Desde hace tiempo repito: el termómetro de la caridad es la capacidad de perdonar. No os puedo asegurar la precisión de un tal termómetro, pero resulta enormemente útil. Me lo aplico a mí mismo y lo ofrezco a los demás. Hablo de capacidad de perdonar, no de olvidar. Vosotros sabéis que hay cosas que preferiríamos no acordarnos y lamentablemente acuden a nuestra memoria. Buena prueba de ello son los chistes inadecuados y ciertas situaciones incómodas y vergonzosas que nos ocurrieron, que somos incapaces de borrar. Uno puede haber perdonado sinceramente, sin haber sido capaz de olvidar. No os parezca complicado lo que os vengo explicando. Todos los termómetros necesitan ajustes, limpieza y situarlos donde toca, si queremos fiarnos de la lectura. Sabrás que has perdonado, si eres capaz de ayudar, de proteger y de sonreír a quien un día te hizo daño.


Es bueno perdonar, pues, no solo nos lo pide el Señor, sino que es la mejor manera de vivir con paz interior espiritual. El hombre rencoroso, el vengativo, vive peor que el que en pleno verano tropical le toca caminar a pleno sol, cubierto con un abrigo de pieles. El que perdona, puede acudir sin miedo a pedir perdón a Dios de sus pecados.


Aterrizamos al meollo del mensaje del evangelio del presente domingo. Debemos perdonar a los hombres, hermanos nuestros, si queremos merecer el perdón de Dios, nuestro Señor. Jesús maravillosamente lo explica mediante una parábola.
Un ejecutivo debía a la empresa diez mil talentos (se trata de una cantidad en oro equivalente a diez mil lingotes de 34,2 kg cada uno, una enormidad). El consejero delegado de la entidad que precisaba presentar cuentas ante la junta, le exigía lo devolviera. Se trataba de un importantísimo desfalco, que no podía ocultar. La situación era alarmante, pero llegaron a un acuerdo amistoso, favorable al mal empleado. Salió del despacho satisfecho.


Por la escalera, se cruzó con un compañero, un colega de aventuras no confesables, que le dejó a deber un día de juerga cien denarios (se trata de monedas que equivaldrían a cien piezas de 3,81 gramos de plata, una miseria, aun hoy en día, no es una fortuna, ni mucho menos. Yo tengo tres y ni aun con ser de hace 2000 años valen gran cosa). A lo que íbamos, este antiguo amiguete le debía la cantidad que os decía y no llevaba en el bolsillo ni una triste moneda. Se enfureció nuestro mal protagonista, le amenazó con presentarse en su casa y contar a su mujer las infidelidades que él sabía, a sus hijas les iba a explicar sus devaneos con jovencitas y a los hijos las borracheras y los porros consumidos. Le iba a hundir en una ruina familiar si inmediatamente no le pagaba la deuda. ¡pobre hombre! Comentaban los otros empleados, que conocían las andanzas de uno y otro, pero que sentían compasión del poco afortunado y estaban hartos del borrachín, pendenciero y busca pleitos, presumido y fanfarrón que amenazaba. Ni corto ni perezoso, uno de ellos se presentó de inmediato en el despacho del consejero delegado a contarle el zafarrancho.


La justa indignación del jefe se convirtió en cólera contra el malvado y traidor mediocre ejecutivo. Le llamó y le anunció que le exigía el pago enterito de la deuda, que daría cuenta de inmediato a los servicios jurídicos de la empresa, para que iniciara el proceso de despido primero y de reclamación judicial por apropiación indebida, despues. Que podía hacer las maletas y largarse, ya que ningún empresario le daría empleo y que como habían sido sus mismos compañeros los que le habían denunciado, difícilmente encontraría en ellos ayuda.


La historieta, o parábola de Jesús, os la he contado en términos actuales. Tal vez cuando la oigáis en misa, no os mencionen ni talentos ni denarios. Os he querido, mis queridos jóvenes lectores, daros una sucinta explicación, para que, además de euros y dólares, tengáis alguna idea de unidades que fueron en otros tiempos muy conocidas, tal vez no era necesario, pero quería, como quiero siempre, que supierais que Jesús no emplea ejemplos fruto de la fantasía. Cuenta parábolas inventadas, pero verosímiles. Nos toca a nosotros aplicarlas en nuestra concreta vida diaria. Vuelvo al principio. El termómetro espiritual, es la capacidad de perdonar. Nada nos asemeja tanto a Dios como el Amor, ningún amor es tan sublime como el perdón.