Fiesta. Exaltación de la Santa Cruz

San Juan 3, 13-17

Autor: Padre Pedrojosé Ynaraja   

 

 

Cuando uno quiere referirse a una exquisita fruta, empieza por describir su cáscara, o su piel, es decir, su aspecto exterior. A continuación se referirá al contenido, a aquello que alimenta y satisface al paladar, finalmente hablará sobre las simientes contenidas en su interior. Algo semejante haré yo para comentaros la fiesta que acapara el sentido del domingo, que este año corresponde al 24. Acapara la fiesta, porque toca el meollo de nuestra Fe.
Empecemos. Gobernando Constantino en Roma, reconociendo el valor del Cristianismo y queriendo favorecerlo, envió a su madre Elena, que era cristiana, a recuperar los lugares donde la memoria histórica indicaba que se habían realizado los más sublimes misterios de nuestra Fe. En llegando a Jerusalén, consultó a la comunidad, que nunca había dejado de existir en el lugar, pese a las persecuciones. Escuchó sus tradiciones. Leyeron los relatos que hoy llamamos apócrifos y que habían guardado multitud de anécdotas, no todas seguras, y, de acuerdo con estos datos, emprendieron la búsqueda. Había un detalle que facilitaba la operación. Tratando de borrar la memoria cristiana, el ejército romano, había edificado encima de los lugares importantes, templos dedicados a sus divinidades. Los trabajos tuvieron éxito, se encontró el Sepulcro y la Roca del Calvario. Se alegró la comunidad y la madre del emperador. Ya en el siglo V, por aquellas tierras, se celebraba la solemnidad del fabuloso descubrimiento. A partir de aquí se inicia la fiesta que hoy celebramos. Recibió primero el nombre de invención (descubrimiento) y se llama hoy exaltación. Diríamos que es un duplicado de una parte de las celebraciones del Viernes Santo.


A nadie se le hubiera ocurrido inventar, o iniciar, una religión que se fundara en un ajusticiado. Deberéis ahora, mis queridos jóvenes lectores, recurrir mediante vuestra memoria e imaginación, a imágenes que, si fueran televisivas, nos advertirían que son duras y pueden herir la sensibilidad. Os sugiero, pues, que penséis en un hombre ante un pelotón de ejecución, pasad página y ahora se trata de un ahorcado, la siguiente es una silla eléctrica, la última, si os parece, sería la imagen de una camilla para la inyección letal. Jesús fue un condenado a muerte, en el que se cumplió la sentencia. Como todas las ejecuciones, la suya fue desagradable. La imagen de Jesús clavado en la cruz resultaba incómoda. Los primeros cristianos no se atrevieron a representar al Señor crucificado. San Pablo recordaba que los judíos pedían señales demostrativas y los griegos ideas luminosas, pero que lo que él enseñaba no era nada de esto. Hablaba de Cristo ejecutado, que era absurdo para unos y estupidez y bochorno para otros. Pero para los valientes que se atrevían a emprender la aventura espiritual, para nosotros, este Jesús en la cruz, era coraje y orientación, mucho mas útil que saber inglés, doctorarse en historia antigua, hacer un master en psicología social o aprobar un curso de antropología histórica. (I Cor 1,23)
Hasta aquí os he hablado de la cáscara y del contenido. Voy a continuar recordando algo del análisis que de la fiesta hace la liturgia. En la primera lectura se habla de la serpiente de bronce, un estandarte salvador, para una situación muy delicada del pueblo que caminaba por el desierto. Fue una solución útil para aquel momento, pero fue también un anuncio, un anticipo. Serpiente de bronce y cruz forman un buen conjunto. Si un día vais al monte Nebo, en Jordania, veréis la imponente imagen de una cruz y enroscada a ella una serpiente, también de metal. Se levanta como bandera ante la Tierra Prometida que se ve a los pies de la montaña. Me gusta hablaros de ello, pues fue sugerencia de un buen franciscano, amigo mío. La cruz es salvación. Es un signo. Podría definirse como la intersección de dos líneas rectas, diríamos en geometría, pero, como símbolo, es una ayuda. Unos la besan, otros se inclinan, otros la trazamos sobre nuestro cuerpo, pidiendo protección. No os olvidéis de ella, ni permitáis que sea objeto decorativo o adorno que acompañe actitudes eróticas que, os lo aseguro y muchos ya lo habréis, resulta ser una profanación.


San Pablo a los cristianos de Corinto les recuerda el proceder divino. La aceptación del Hijo de Dios, que hombre como era, sintiendo en sus entrañas el deseo de triunfo, la búsqueda del éxito por encima de todo y el reconocimiento social al que cualquier hijo de vecino aspira, Él, que era semejante a nosotros, excepto en el pecado, que nunca cometió, se sometió a la humillación, al fracaso, a la muerte. Aceptando este plan de su Padre, llegando a dejarse torturar, insultar y despreciar, consiguió, sublime paradoja, el éxito de su Resurrección y con ello la consiguió para nosotros, para todos los que la buscasen con rectitud.


Mis queridos jóvenes lectores, os podéis creer que la noche es el imperio del robo o del crimen. Que entre vosotros es ocasión de disfrutar en la discoteca del baile, de las bebidas alcohólicas, tal vez de la droga . Que para muchos es la oportunidad de iniciarse en costumbres deshonestas. Esta opinión, con ser cierta, deja de lado la realidad mejor de la noche, que es silencio, es concentración, es encuentro íntimo. Jesús amaba la noche y en muchas ocasiones las pasó rezando. En otras realizó milagros dedicados a los suyos. Se encontró con ellos, que navegaban desorientados. Dormido en la popa, se despertó presto, cuando fue requerido y calmó la tempestad. Hoy el evangelio nos recuerda el encuentro con Nicodemo. Aprended de Cristo y aprovechad los encuentros íntimos que podáis tener en la soledad y quietud, para comentar vuestra Fe con el amigo, para consolar con vuestra caridad al desconsolado, para enseñar el camino al desorientado. No os olvidéis, si tenéis la ocasión, de compartir de noche, de pedir al Maestro que os ayude, que os acompañe. Y en la quietud nocturna, fuera o en vuestra habitación, no desaprovechéis la oportunidad de rezad. Dichosos vosotros si antes de ir a dormir, podéis pasar un rato junto al Sagrario, pedid a San Nicodemo que os cuente lo que aquella noche, aquella de la que habla el evangelio de hoy, él aprendió.


Con sinceridad os lo digo: muchas noches, antes de irme a dormir, acariciando el Sagrario, le digo a Jesús-Eucaristía: a mis lectores, ¡buenas noches, les des, Dios!


Si sois fieles a esta doctrina, y sin a penas notarlo, un día descubriréis que en vuestro interior han aparecido unas semillas. Son la Esperanza, consecuencia de la Fe y la oración. Y vuestra vida respirará optimismo. Y vuestro futuro último estará encerrado en pequeñas fidelidades que no querréis perder.