XXVII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A

San Mateo 21, 33-43: El majuelo

Autor: Padre Pedrojosé Ynaraja   

 

 

Mis queridos jóvenes lectores, nací en un pueblo donde a la viña se le da este nombre. Allí amaron mucho a mis padres y después me han querido a mí, de aquí que haya escogido este título. El lugar se llama Pozaldez. De pequeño fui una vez a la vendimia, sé lo que es el mosto, el arrope y el vino nuevo. Lo que es un lagar y una bodega. Os debo confesar que cuando vuelvo por mi pueblo, estos términos y sus quehaceres ya no existen. Todo son máquinas y recipientes de acero inoxidable, en un ambiente extremadamente  higiénico. Salimos ganando en calidad, perdiendo en poesía.


Os he explicado lo anterior porque yo sí que entiendo el pasaje de Isaías y porque además, en mis viajes a Tierra Santa, todavía he contemplado viñedos a la usanza de los que habla Jesús mismo, pero a vosotros, seguramente, esta historia os resultará extraña.


Perdonadme que os insista. Isaías, utiliza un bello estilo poético. Los profetas bíblicos son gente enraizada en el terruño y emplean en sus oráculos imágenes de su tierra. En ningún texto bíblico se encuentran citados tantos animales y plantas, como en los proféticos. Empieza él la narración con un canto a la viña, a una viña amada, como aquella flor que tenía en su planeta el “Principito”, de Saint Exupery. Conozco a labradores que aman a sus árboles y arbustos, como si fueran miembros de su familia. Que los podan, abonan y libran de hierbajos, como si fueran hijos suyos. Sabéis que ahora, en ciertos ambientes, se estila decir que las plantas crecen mejor si se las obsequia con palabras amables. Recordando estas cosas os gustará más el fragmento de hoy. El Profeta se refiere primero a su amigo, pero es una ficción, pronto nos hablará de él mismo, de su viña, de su amada cepa. Os cuento esto también para que entendáis, aunque esto no sea mensaje-homilía, que el actual pueblo de Israel, ha escogido como idioma propio de su Estado, el que utilizo Isaías.
Pero la mayor parte de vosotros no pertenecéis seguramente a este ambiente y yo me pregunto ¿Cómo os hablaría Jesús hoy, a vosotros? Voy a meditarlo un rato y lo que aprenda os lo explicaré a continuación.


Imaginaos un hombre rico que, además de su vivienda, tenía, a las afueras de la población, unos locales que le habían servido en alguna ocasión de almacén, en otras de corral. Estaban en buen estado de conservación. Además de un gran espacio libre, existía un recinto con compartimentos, apto para una vivienda sencilla.


Se presentó la ocasión de alquilarlo a unos chicos jóvenes de aspecto hipy. Deseaban ellos disponer de un espacio para sus manualidades, artesanías y creaciones artísticas. Necesitaban un lugar donde colocar un sencillo telar vertical, sierras y martillos. Precisaban paredes donde poner estantes para líquidos y toda clase de mejunjes. Mesas para elaborar desde perfumes a saquitos de hierbas aromáticas. No se podía exigir a esta gente que pagaran dinero por el alquiler del local, eran individuos de otra catadura. Convinieron en que pagarían en especie. Redactaron por escrito las flores secas que entregarían cada año, las especias culinarias que abonarían, los collares y pulseras de pelo de cola de elefante que aportarían,  las pieles curtidas rústicamente que darían al dueño. Se pactó y se hizo del convenio el correspondiente documento.


Pasó el tiempo establecido y se presentó el administrador de fincas a recoger lo convenido. Aquella gente no quiso ni siquiera abrirle la puerta y, cuando se identificó, le contestaron que no le conocían, que ellos eran okupas, que podía entrar si deseaba a echar una calada a un porro, pero que no se imaginase, ni esperase, otra cosa de ellos.


Marchó el empleado mustio, decaído y enfadado, a comunicar al propietario la inutilidad de su gestión. El amo no se inmutó, calmó el enfado del buen funcionario y tomó otra iniciativa. Su secretario, hombre joven y ducho en ambientes underground, fue el encargado de acercarse al entorno. A este le insultaron, le empaparon de aguas sucias y ensuciaron con estiércol. Volvió el buen ayudante triste y deprimido. El amo le dio ánimos y decidió que fuera su hijo mayor, ya entrado en años, que había ido a la guerra, entrado en duros combates y estaba acostumbrado a situaciones hostiles. Se preparó con calzado para esta ristre, ropa basta de lona, de camuflaje, que es muy sufrida. Tomó un bastón, una cachaba, llaman en mi pueblo, a esto que casi es un garrote. Pero aquellos indeseables, apenas le vieron acercarse, le insultaron, le llamaron puerco burgués, pijo estúpido y otras lindeces, le tiraron piedras a la cabeza y al cuerpo, con  la mala intención de hacerle daño. Volvió maltrecho, fue preciso llevarle a un hospital, donde fue ingresado en la UCI.
¿Qué creéis que va a hacer el propietario con aquellos ingratos? Enviará a la fuerza pública para que desalojen el almacén, denunciará a los ocupantes por intento de homicidio y alquilará aquellos espacios a gente de solvencia, que paguen escrupulosamente lo contratado.


Escuchada esta versión de la parábola imagino que sabréis sacar consecuencias. Voy a adelantaros algunas. A vosotros se os dio alimentos y los rehusáis a veces, sencillamente, porque no es de vuestro gusto. Os matriculan en colegios de pago, a los que dejáis de asistir cuando os parece. A la más mínima avería que tenga un cacharrito que os compraron, lo tiráis, sin intentar un arreglo y queréis otro nuevo. La ropa exigís que sea de marca y no tomáis  ninguna precaución para que se conserve en buen estado.


Mientras esto hacéis, hay gente que se muere de hambre. ¡Cuantos son analfabetos, pues, no tienen escuela a la que asistir! ¡Cuantos no tienen ni una bicicleta, ni una mochila ni cuadernos, ni libros, ni bolígrafos! ¡Cuantos pasan frío en invierno, van descalzos en verano y no se pueden ni siquiera duchar, ya que ni de agua limpia disponen!


No será el cambio climático, ni la contaminación atmosférica, ni la energía nuclear desatada en las centrales, la  que perjudique a esta generación de aquí, dice el Señor. Seré yo mismo el que les prive de consejeros espirituales, de catequistas, de sacerdotes. Suscitaré vocaciones de servicio a la comunidad y a la Iglesia en otros lugares, donde reciban mi doctrina y la pongan en práctica. Sufrirán peligros y se extrañarán de que la maldad, como mala hierba, crezca en sus barrios. Violencia de género, corrupción y abuso de menores, llamarán a sus desgracias, porque no hicieron suyo el evangelio, no fueron generosos, no fueron honestos. De ello se derivarán estos males.