XXVIII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A

San Mateo 22, 1-14: Vivir una gran aventura

Autor: Padre Pedrojosé Ynaraja   

 

 

San Pablo había encaminado su vida así. Primero al estudio, en Tarso, de elementales y media. En Jerusalén superior y, con el gran maestro Gamaliel, un master. Dicho todo adaptado al lenguaje académico actual. Era, pues, un competente intelectual. Jesús, se le cruzó en su historia, sin haberlo él previsto. Reaccionó con vehemencia. Creyó que a aquellos que alteraban el orden religioso, unos fanáticos procedentes de Galilea, se les debía eliminar. Luego, cuando camino de Damasco, tuvo el encuentro, supo que en aquellos discípulos, en aquella incipiente comunidad, estaba el mismo Jesús, que le buscaba a él. Sin olvidar sus conocimientos teóricos, tuvo muy en cuenta que el camino abierto por el Señor, no era una corriente filosófica, era fundamentalmente una asamblea, una comunidad. De los varios escritos que dirigió a las iglesias, el que envió a los de Filipo, es el que descubre mejor su humanidad, su cordialidad. Su vida había sido una aventura y nunca lo quiso olvidar. Ni que se olvidase. En diferentes lugares de sus epístolas, comenta sus desventuras y sus logros. Aquí, en el fragmento que leemos hoy, confiesa lo que fue la constante de sus desplazamientos. Cuando está diciendo que ha sabido vivir en estrechez y en abundancia, tiene la delicadeza de agradecer la ayuda recibida. Mientras leía yo  el texto, recordaba la frase de Guy de Larigaudie: dos cosas son necesarias para viajar: un smoking y un saco de dormir. Que no sea rico ni pobre, pues, si llego a hartarme, tal vez te olvidaría, Señor, y si me arrastrase en la indigencia, pudiera blasfemar de Ti, había escrito el autor de los Proverbios  (30 8-9) y os he citado el texto libremente, ya os lo advierto, mis queridos jóvenes lectores. “Si  te llega el triunfo, si sufres la derrota, y a los dos impostores tratas de igual forma…( ) será hombre, hijo mío. Sentenciará el famoso poema “Sí” de Kipling.
Si me he entretenido en unas cortas expresiones de la carta de San Pablo, es porque la juventud actual, y quienes no son jóvenes también, sufren una pandemia de carencia de Esperanza. Impregna su interior el hastío y la congoja. Se creen, a veces, enfermos mentales y son, en la mayoría de los casos, simples pecadores. Dados a la ambición, que pasan olímpicamente de lo que les pueda suceder a los demás, y que nunca han probado la aventura de vivir austeramente, ni el gozo de compartir con el que invita. Todo ello obrando siempre generosamente.
Para que entendáis la narración evangélica, del fragmento de hoy, conviene que os de algún detalle referente a antiguas costumbres. Se entraba en el estado matrimonial, el día en que los dos jóvenes, chico y chica, de acuerdo con la familia, se comprometían el uno con el otro. Aspiraban desde pequeños a llegar un día a gozar de tal encuentro. (Ortega y Gaset decía que no hay mayor acto de libertad que el voto de obediencia. Estoy seguro de que si hubiera sabido estos procederes, hubiera dicho lo mismo del compromiso matrimonial). Se trataba de una reunión sencilla, henchida de ilusiones y proyectos, en los que se embargaba la pareja. Al cabo de un tiempo, llegaba la boda, la fiesta de inauguración del matrimonio, que podía durar varios días. Proceder actualmente de esta manera, añadiéndole unas cuantas dosis de enamoramiento totalmente libre y original, pienso yo que aun hoy en día sería factible y seguramente con resultados más exitosos que los comunes. De todos modos, como un tal ambiente y su dinámica interna, estoy refiriéndome al que describe la parábola, os pueden resultar difíciles de imaginar, os lo voy a contar de otra manera. Sin que por ello quiera corregir al Maestro.
Un delegado de juventud, proyectó un gran festival del ecuador de curso. Él, junto con su equipo, prepararon todos los detalles. Cada año se organizaba, pero en el presente, por coincidir con el décimo que se celebraba y el haber conseguido él aquellos días el doctorado, fueron motivos de que pusiera gran ilusión en el evento. Llenó de carteles las paredes del recinto docente. Se leían en ellos los nombres de conjuntos de prestigio que se habían ofrecido a actuar gratuitamente. Fabricantes de refrescos habían prestado sus frigoríficos y ofrecido las bebidas a precios irrisorios. Algo semejante ocurría con los canapés, los vistosos manteles y hasta había conseguido aquel intrépido delegado, que le regalasen bufandas serigrafiadas, pins y gorras bordadas con el logo de la jornada. Gente de la farándula actuarían y se rifarían espléndidos regalos. ¿Quién podía ofrecer más y en mejores condiciones?
Gamberros, que siempre los hay, arrancaron los pasquines. Se rieron de los delegados de facultad que fueron a invitarles. A otros los insultaron. Un curso organizó, precisamente aquel día, un partido de futbol contra el de otro colegio.  Estas maneras de recibir los proyectos de aquel entusiasta delegado le disgustó a él y a su equipo. Supo sobreponerse y decidió que si los del colegio les habían tratado así, no había ningún inconveniente en invitar a juventud de otras procedencias. Se proveyeron de un megáfono, los más alegres y atractivos de entre ellos y ellas, salieron por la ciudad, por los barrios ricos y por los arrabales, y a todos les invitaron.
La carpa que habían montado, se lleno de gente conocida y desconocida, que pronto congeniaron y disfrutaron de lo lindo. Cantaron y oyeron música. Saltaron a lo loco y bailaron, danzas étnicas, bailes de salón y movieron el esqueleto hasta ponerlo a punto de estropearse. Jugaron y participaron en concursos. Saborearon finos pasteles y colas diversas. Todo el equipo felicitó al delegado por su buen hacer y original proyectar.
Mi fiesta, dice el Señor, es algo así, pero a lo grande. Nunca se acaba, gozaréis de saberos invitaros y de que yo me alegro de vuestra compañía. Los demás, aquellos que despreciaron la invitación, se quedarán fuera, se les acabarán las subsistencias, se olvidarán de las canciones que aprendieron, de los chistes que les contaron, no sabrán ni cantar ni bailar. Solitarios sufrirán deprimente aburrimiento.
Vosotros sí, los que conmigo habéis colaborado y los que os han hecho caso, seréis felices.
Esto, una fiesta a lo grande, a lo más grande que podáis imaginar, será el Cielo. No perdáis nunca la Esperanza y viviréis desde ahora felices, mis queridos jóvenes lectores, a los que me he dirigido y por los que rezo con frecuencia. Hacedlo también vosotros
por mi.