XXXIII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A

San Mateo 25:14-15, 19-21: Señoras y Señores

Autor: Padre Pedrojosé Ynaraja

 

 

Es una manera como otra cualquiera de empezar. No sé porque en mi interior ahora me suena la canción trágica de los Quilapayun, que con estas palabras comienza. Y no es precisamente de tragedias de lo que os voy a hablar. Dos textos de este domingo me entusiasman. El primero y el tercero.
En primer lugar quiero dirigirme a vosotras, mis queridas jóvenes lectoras. Observad que empleo el femenino. Seguramente habéis oído decir que la Biblia es misógina, o machista. No seré yo quien os lo niegue, pero me atreveré a añadir, que es el menos misógino de los libros de aquella época, en el Medio Oriente. Y en algunos casos sorprende su predilección por el género femenino. Recordad heroínas históricas y legendarias como Rut, Ester, Judit… y en otro aspecto la mítica protagonista del Cantar de los Cantares. Hoy, en la liturgia de este domingo, aparece el final del Libro de los Proverbios, que es una buena proclamación de lo que os vengo diciendo. Yo os recomendaría que leyerais en casa el texto entero, no ocuparéis más de tres minutos haciéndolo. Es una preciosidad.
Más de una chica, en alguna ocasión, me había dicho que aborrecía el texto. Veía en él aquello de: “la mujer en casa y con la pata quebrada”. Se trataba de una lectura superficial, que desconocía las circunstancias sociales del momento de la redacción. Hay que recordar que la condición femenina de aquel entonces, era de segunda o tercera categoría. La mujer era un ser preciso para la supervivencia. Era la reproductora de la tribu, la encargada del mantenimiento de la especie, sumisa, eso sí, totalmente al marido. En tiempos prehistóricos, su condición era lamentable. Desvinculada la sexualidad de la procreación, era puro instrumento de goce del macho, aceptada, protegida y enclaustrada, ya que era la que proveía de miembros a la familia y de soldados a la tribu. Nueve años de embarazo, cuatro o cinco años de lactancia y, llegado el destete, vuelta a empezar: nueva gestación, hasta que perdía capacidad reproductora y era relegada a un segundo plano, ocupando su lugar una mujer más joven.
En esta situación social se redacta el texto bíblico, revelado por Dios. Se elogia a la mujer que, sin alejarse del domicilio, es capaz de aportar a la familia bienes utilísimos. En primer lugar ensalza su capacidad de dar acogida espiritual al marido e infundirle coraje. Pero no acaba aquí la cosa. En una época en que faltan siglos para la llegada de la era industrial, ella en su casa sabe ser artesana, que es la aplicación de la técnica, en pequeña escala. Compra primeras materias: fibras de lana y de lino, y elabora productos que podrá vender fuera del hogar. Tiene un oficio, que seguramente desconoceréis, la hilatura manual, con huso y rueca. Un oficio de calidad. Disponía de telares verticales, eso no lo dice el texto explícitamente, pero un fragmento no leído hoy, sí que habla de la calidad de sus labores de tejedora y modista.
Ocupada en estos menesteres, sin olvidar sus labores caseras, sabe encontrar momento y maneras para auxiliar a los pobres. Nada de irresponsabilidad social. Generosidad derivada de su religiosidad.
No olvida el autor la belleza femenina, que es el encanto del Creador, pero es un bien efímero. Lo que perdura es la Fidelidad a Dios. Una tal mujer merece los mejores elogios y que se reconozca públicamente su valer. ¿Os animáis, mis queridas lectoras, a emprender este camino para vivir bajo la mirada amorosa de Dios y triunfar, siendo fieles a sus proyectos y escogiéndolo y acogiéndolo, como vuestro entrenador personal?
Me he limitado a comentar lo que aparece en el primer texto de la liturgia de hoy. Vuelvo a recomendaros la lectura completa. La encontraréis a final del Libro de los Proverbios y no os exigirá más de cuatro minutos su lectura. Y los chicos si lo hacéis, aprenderéis a admirar y respetar a vuestras compañeras y diseñar, en vuestro ensueño, el perfil de la que deseéis sea vuestra amada, comprometidos para siempre.
Y ahora, para lectores y lectoras, la parábola del Evangelio, que reclama mayor dedicación y esfuerzo. Os puede parecer que la moral sexual cristiana es muy exigente. Que el respeto a la propiedad o la aceptación de la obediencia, son difíciles y severos, pero nada se puede comparar a lo que pide el texto de hoy.
En primer lugar, os aclaro que el talento era una unidad comercial anterior a la acuñación de monedas. En realidad se trata del peso de unos 33 kilógramos, sea en plato u oro. En nuestro lenguaje actual se trataría de lingotes, pero, seguramente, os resultarán estos tan extraños como la palabra bíblica. Hoy en día ya no se comercia con lingotes de plata y los de oro, en muchos casos, ni los que los tienen en propiedad, llegan a verlos. Imaginaos, pues, el billete de más valor que conozcáis o un cheque donde se ha escrito una gran suma de dinero.
Con cinco cheques del valor imaginado, se puede montar una gran empresa. Con dos, un pequeño negocio y con uno, un taller de autónomo. Son las posibilidades de cada capital.
Hubo, según la parábola, quien lo aprovecho comprando acciones de una buena Sociedad Anónima, suficientes para entrar en la dirección y hasta llegó a ser Consejero Delegado de la entidad, a la que por cierto, llevó por buen camino y se convirtió en una multinacional. Cuando se hizo mayor, vendió las acciones, depositó el importe en una entidad bancaria de solvencia, se jubilo, gozando de una buena pensión. En llegando el ricachón pudo presentarle el capital que él había prestado.
El otro congénere, montó una comercial, se dedicó a la exportación-importación, logrando prestigio por su acierto al escoger los géneros más apreciados y de fácil venta. Prosperó la empresa y, antes de jubilarse, había podido acumular un capital, capaz de satisfacer al prestamista, el cual se sintió satisfecho a su vuelta, de la laboriosidad y sagacidad que había puesto en práctica.
Pero el tercero, un hombre pusilánime, avaro hasta en su consumo doméstico del agua, no se atrevió a hacer nada. Escondió bien impermeabilizado el cheque y continuó su vida miserable.
Aquí habría que añadir que, aunque no lo diga la parábola, el primero recibió tal admiración y aprecio, que hasta se casó con la hija de multimillonario. El segundo no llegó a tanto, pero se sentía satisfecho, el amo le puso de presidente de su mejor empresa y le regaló un chalé en la sierra.
¡Pobre el miedoso! Le entregó aquel cheque impoluto y cuyo valor nominal había disminuido en la práctica, por la defraudación de la moneda. Le fue necesario abandonar la ciudad, avergonzado de su cobardía y no se supo nunca jamás nada de él.
Yo no sé si valía la pena hacer esta trasposición de la parábola. Quiero recalcar que el mensaje es muy exigente. El cheque que cada uno recibe de Dios, es su riqueza personal, que no es precisamente monetaria. Vuestro atractivo, vuestra sonrisa, vuestra peculiar intuición, mis queridas jóvenes lectoras, debéis aplicarlo a vuestra vida de relación. Si alguien se fija en vuestro cuerpo, trasmitidle, como sea, la semilla de la Fe o de la bondad. Si alguien admira vuestra alegría, contagiadle la confianza que tenéis en Dios. Si vivís de acuerdo con vuestra peculiar intuición, no dejéis de aplicarla para el bien de los demás.
Y vosotros chicos, no ocultéis nunca vuestra Fe en Dios. Quien admire vuestro tesón, vuestra agilidad, vuestra fuerza, vuestra laboriosidad, explicadle que sois así porque Dios os protege.
Y al final del día, al final del trimestre, al final del año, examinaos qué resultados eternos da vuestra vida. Quien se ha beneficiado de vuestras cualidades, a quien habéis mejorado con vuestra amistad, con vuestro compañerismo. Baden-Powell recomendaba en su último mensaje: dejad el mundo un poco mejor de lo que lo habéis encontrado.
No se trata de no cometer delitos ni pecados. No se trata de no derrochar. No hay que contentarse con evitar drogarse o no dejarse arrastrar por los métodos violentos. Una vida con tales propósitos, podría ser la de un buen ciudadano. La de un amigo de Jesús, ha de ser de más calibre. Si mucho habéis recibido en estudios, en cualidades sociales, en libertad o en sensibilidad artística, es preciso que las hagáis rendir. Quedarse en la pura beatería o en el raquítico deleite de jugar con el último cacharrito electrónico inventado, no os hace merecedores de formar parte del equipo del Señor. Y de eso se trata. Eso es lo que entra en juego, cuando uno ha recibido el bautismo, la confirmación, practica la higiene de la Penitencia y se alimenta del Pan Eucarístico. Una tal riqueza, exige una respuesta muy generosa. A tal Señor, tal honor.
Os lo confieso, mis queridos jóvenes lectores, esta parábola es la que más exigencias ha comportado en mi vida. De otra manera hubiera obrado yo, de otra manera sería yo ahora, pasada la barrera de la jubilación, si no hubiera llegado hasta mí, la parábola de los talentos. Lo pienso muchas veces, pero acabo reconociendo, que si bien mi existencia hubiera gozado de mayor comodidad, más descansada y más confortable, ahora, en el ocaso de mi historia, no podría deciros que ha sido una aventura fascinante, que nada envidio de las narraciones más fantásticas.
Marcho mañana a Tierra Santa. Os aseguro que si rezo por vosotros muchas veces, en aquellos santos lugares, si Dios quiere que los goce, no os olvidaré. En el Calvario repetiré: Señor, acuérdate de ellos, ahora que estás en tu Reino. En Maqueronte pediré a Dios que sepáis ser valientes como Juan el bautista, en el Sinaí, que la Ley que allí se promulgó nunca la menospreciéis, si llego a Alejandría, desearé gocéis de la Sabiduría de la que allí el autor inspirado, escribió.