XXXIV Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A

Solemnidad de Cristo Rey

San Mateo 25, 31-46: Final del año litúrgico

Autor: Padre Pedrojosé Ynaraja

 

 

1.- Os escribo, mis queridos jóvenes lectores, desde Jerusalén. Ante mi ventana, a unos 200 metros, está el Calvario y el Santo Sepulcro. Esta mañana de madrugada, he podido meterme en el lugar donde reposó el cuerpo de Jesús y celebrar misa. Al pronunciar las palabras de la Consagración“: esta es mí sangre…” he recordado que en este ámbito, todavía goteó el cadáver del Señor. Considerándolo químicamente, ya sé que es diferente una de otra. Realmente hablando, se trata de la misma Sangre. Me ha impresionado la consideración que me he hecho a mí mismo. En el pequeño recinto del Sepulcro, estábamos: el otro celebrante que gentilmente me ha aceptado, una monja y, como ángel de la guarda, el amigo Fray Ovidio. No cabía nadie más. No cabían otras súplicas que las que marcaba el misal. Las normas que gobiernan a las diferentes iglesias del lugar, establecen el momento de inicio de la misa y de su final. Eso que os cuento, ocurría allí, donde, con certeza arqueológica, estuvo el Señor muerto. A unos 80 metros está el Calvario. Una mole de roca calcárea de poco menos de 5 metros de altura. Allí hay más espacio. He podido, pues, sentarme en el suelo, en el rincón que escojo siempre. Por mi mente pasaban las personas conocidas y queridas.

Pasabais también vosotros, mis queridos jóvenes lectores, la mayoría desconocidos para mí, pero muy conocidos por Dios, el cual ha ideado esta relación semanal, de la que un día, que llamamos del Juicio, cuando nos conozcamos, sabremos para que ha servido nuestra anónima relación. Mencionaba con los labios, o exclusivamente con la mente, a los vivos y decía: Señor, acuérdate de ellos, ahora que estás en tu Reino. Pensaba en los enfermos y le decía: ¡buena salud les des, Dios! Añadiendo a continuación: acuérdate de ellos, ahora que estás en tu Reino. Pensaba en los seres queridos que ya han muerto y, como la oración nos adentra en lo intemporal, también por ellos pronunciaba: ¡buenas eternidades les des, Dios! añadiendo: acuérdate de ellos, ahora que estás en tu Reino.

Por la tarde he ido a visitar y despedirme, de amigos enfermos. Uno de ellos aprisionado por el alzheimer. Era un acto de justicia, de gratitud, pero también de fidelidad al mandamiento de Jesús, al mensaje de la lectura evangélica de la misa de hoy.

2.- Apresuradamente he de continuar. Por el desierto del Sinaí pensaré en vosotros pero no os podré enviar mensajes. Ya os he contado que os escribo desde Jerusalén. En uno de sus valles, el de Josafat, ciertas leyendas dicen que como un gran espectáculo de masas, se juzgará a la humanidad. En la explanada del templo, debajo de unos arcos, cuentan que penden invisibles unas balanzas, en las cuales se pesarán las almas de los difuntos.

No es de este modo, como el Maestro dice que se desarrollará el evento final, el que marcará nuestra realidad eterna. En un momento, por efecto de un fenómeno de diafanía universal, junto a nosotros descubriremos que hay muchos otros hombres. Se acercarán y con su aliento, calentarán nuestro desconcertado estado de ánimo. Nos sorprenderán aquellos que nos cuenten que un día se aprovecharon de nuestros favores. Tal vez ya los habíamos olvidado. Dios en este momento dotará a los hombres de una memoria peculiar. Recordaremos todos aquellos momentos de nuestra historia en los que pasamos de largo, sin atender los ruegos. No se trata exclusivamente de pan. Tal vez haya sido peor la soledad, la indiferencia, la marginación, a que nuestra conducta los sometió. Relegados al silencio y la ignorancia, ahora se yerguen altivos, acusándonos. Y aparecerá también el que se murió un día de frío, por carecer de ropa, mientras en otro lugar, alguno, para satisfacción de su vanidad, disminuía el tamaño de su ya exiguo bañador de marca.

3.- Y tiritando de frío, vendrá otro y nos contará que no pudo abrigarse y murió aquella noche, y fue precisamente cuando, por pereza, habéis dejado enchufada la estufa y la ventana abierta, malgastando energía inútilmente. Otros verán acercarse a aquel emigrante que un día proporcionasteis trabajo y cobijo y sorprendidos veréis como sus rasgos cambian y cada vez se parece más al Señor, hasta que finalmente se identifique con Él.

Aquel pobre ser al que se manoseó y violó, aherrojándolo a la indiferencia. Aquella chica de la que se ignoró cualquier valor, buscando aprovecharse a su costa, comprando su dignidad con dinero, poco a poco se iluminará y, ante la extrañeza horrorizada de algunos, recobrará su dignidad, para sentirse ellos manchados con la baba de su egoísmo.

4.- No tengo tiempo de continuar, pero me parece que os he trazado suficientes líneas para delimitar el contorno. Cada pobre que ignoremos, cada enfermo que olvidemos, cada persona que apartemos de nuestro lado. Cada persona que convirtamos en instrumento a nuestro servicio, cada individuo al que robemos de la manera que sea. Cada uno será nuestro fiscal, aquel día. Cada momento de fidelidad a Dios y a los hombres, cualesquiera que sean. Cada limosna, cada ayuno ofrecido a Dios, cada oración elevada a su presencia, serán motivos de redención, instrumentos promotores de premio. Preparad desde ahora que sois jóvenes aquel momento trascendental.