II Domingo de Adviento, Ciclo B

San Marcos 1, 1-8: Austeridad

Autor: Padre Pedrojosé Ynaraja

 

1.- Con seguridad que habéis oído comentar la desigualdad que hay entre los hombres. Unos son ricos, muy pocos y muy ricos, otros muy pobres y son muchos. Acertadamente pensamos y decimos que esta diferencia es una injusticia. Ahora bien, si un día se lograse que la riqueza de este mundo se repartiera a partes iguales entre todos ¿podríamos los cristianos estar satisfechos? Pues, aunque parezca lo contrario, si hacemos caso de lo que dice el evangelio de la misa de esta domingo, debemos afirmar que no.

La pobreza es un mal y debemos luchar para que no exista, los que la sufren a menudo se olvidan de Dios, o creen que Él no se acuerda de ellos, o que no existe. La riqueza aparentemente es un bien, pueden disfrutar de muchas cosas, pero los que la poseen con frecuencia se alejan de Dios y, hasta muertos de miedo, se vuelven neuróticos y gastan su fortuna en médicos y medicinas. De esto ya se hablaba hace muchos años, en la Biblia (Proverbios 30,8).

2.- Cuando Dios determinó que había llegado el tiempo oportuno para enviar a su Hijo al mundo escogió un heraldo, un introductor, un pregonero. Sabemos que se llamaba Juan y que, por su proceder, cuando fue mayor, le llamaban el Bautista. Se hizo muy famoso en sus días, más que el mismo Jesucristo. Era de familia de casta sacerdotal, su nacimiento fue un prodigio, pues, sus padres eran ancianos cuando él vino al mundo y no habían sido capaces de engendrar antes ningún hijo. Este chiquillo prodigioso no quiso ser ni rico, ni pobre: escogió ser austero. La austeridad no es una cosa que se estile hoy en día. Voy a poner algunos ejemplos modernos para que se entienda lo que quiero decir.

Aun en gente muy joven observa uno el interés por vestir ropa de marca, calzar deportivas de prestigio, tomar “colas” aunque resulten caras y para saciar la sed sea suficiente el agua, comer galletas de las que más se anuncian por la Tele, o chupar sólo caramelos de los que están de moda. Ve uno a veces a un niño que va con su madre al supermercado y que pide, grita y berrea, si no le dan aquello que está en un estante y que en aquel momento se le antoja.

3.- Austero es lo contrario de antojadizo. Pues bien, Juan, aquel del que Jesús dice que no se le puede comparar con ningún otro hijo de vecino (Mateo 11,11) cuando pudo ser independiente se fue de casa y habito en un lugar desértico, no muy lejos de donde vivían sus padres, en un pueblo que se llamaba Ain Karen y que ahora es un barrio de Jerusalén. Cuando se hizo mayor se trasladó a otro lugar, esta vez al lado del río Jordán y empezó a predicar a quien quería escucharle. Su hablar no era simpático, se atrevía a denunciar el proceder de quien no fuera fiel a la Ley de Dios, tratase de quien fuese, no tenía miedo ni respeto a nadie. ¿Cómo podía vivir comportándose así?

4.- El evangelio de hoy nos dice que vestía ropa áspera y barata, de la que hoy en día se podría encontrar en cualquier mercadillo. Molesta al cutis, pero es de la que no se rompe ni estropea nunca. Sus manjares eran sencillos y naturales, ahora les llamaríamos ecológicos. Eran elementos de subsistencia, que los aprovechaba para conservar la salud, sin necesidad de ningún gasto. Por aquellas comarcas, como por otros tantos sitios, hay muchos saltamontes de tamaño grande que, con un poco de destreza, se pueden cazar, sin emplear artilugio alguno. Los beduinos saben que tostados en el rescoldo y salados, resultan sabrosos y alimentan. En aquel país abundaba la miel. Todavía los hombres no habían inventado las colmenas y las abejas hacían sus enjambres en las rocas. La miel es un alimento excelente y hasta tiene propiedades medicinales. No necesitaba pues Juan, ninguna protección para vivir con libertad. Estaba en el lugar más bajo de la tierra, donde nunca hace frío, ni viento y llueve poco.

Además de austero era un hombre humilde. Las dos cosas: austeridad y humildad, acompañadas de sinceridad radical, conducirían a la ruina a cualquier propagandista de hoy en día. Pues a él se dirigió Jesucristo cuando decidió que debía dejar la vida modesta, de formación intelectual y profesional, un poco de incógnito, diríamos, y le pidió que hiciera en Él una ceremonia que en aquel tiempo se estilaba como gesto de inicio de nueva vida: le pidió que lo bautizara, que lo remojara solemnemente. Como preparación de la Navidad bueno será que aprendamos de Juan a ser austeros aunque no nos guste.