Solemnidad. Natividad del Señor

Vigilia de Medianoche. Misa del Gallo

San Lucas 2, 1- 14: Noche de Navidad.

Autor: Padre Pedrojosé Ynaraja

 

Hace pocos días, mis queridos jóvenes lectores, he pasado una mañana en la ciudad de Belén. Os confieso con sinceridad, que no pude concentrarme, contemplar y suplicar en aquel lugar y momento. No importa. Vosotros sabéis que uno pone a cargar unas baterías y no por ello alumbran en aquel momento. Es después cuando iluminan, gracias a la energía recibida. No me gustan las presentaciones de la historia de Belén en comics. Me irritan ciertas representaciones casi grotescas de las escenas de Navidad. Lo que celebramos es un acontecimiento histórico, ocurrido en un tiempo que no podemos precisar con total exactitud, pero que para sí quisieran muchos otros hechos históricos, al final se  trata de unos dos o tres años los que puede variar la fecha. Fue en un lugar concreto y real. La arqueología determina con bastante precisión el sitio. Dejo estas descripciones para tratar de unirme espiritualmente con los protagonistas y en su compañía enviaros un mensaje.


La pareja, el matrimonio José y María, no sabemos cuando, celebraría su boda. Se trataba de cosas que, a veces se distanciaban en el tiempo. El embarazo de la esposa, sería visto por los vecinos como cosa lógica, sin tratar de preguntarse nada al respecto. Vivirían en una casita semejante a las que quedan de aquel tiempo. Cerca de la entrada una argolla para sujetar al borriquillo, para que no se escapase y que, al pasar el aire por sus lomos, caldease un poco el interior de la mansión. A un lado un pequeño horno en una sencilla estancia y al fondo el rincón de dormitorio. Lo que os digo no son imaginaciones piadosas. Prodigiosamente y enterradas, se han conservado hasta hace pocos años una s cuantas casitas de los vecinos de la Sagrada Familia. Me he metido en algunas. Se ha encontrado allí cerámica, platos o cuencos,  lámparas, antecesoras de nuestros candiles, que facilitan la datación. Ciertas inscripciones, marcadas con punzón, guardan recuerdo de los sentimientos de aquellas gentes. Por allí vivieron, por aquellos caminos se desplazaron. Hasta aquella fuente, la única que había, debería ir Santa María a buscar agua. Era lugar de encuentro de habladurías, hasta de trasmisión de noticias. Seguramente fue allí donde se enteró del censo.


No hace falta que indaguemos. Alguna orden superior obligó a dejar Nazaret e irse a Belén. El embarazo estaba avanzado, todo lo necesario para el momento y para la Criatura lo tenían a punto. Nada de niños desnudos, como los pintas muchos artistas occidentales. la madre era previsora y disponía de todo lo necesario para abrigarlo, nos lo dice el evangelio. Aquellas gentes ya estaban acostumbradas a largos desplazamientos. Nuestro matrimonio amigo y venerado, también.
Le llegó el momento del parto a santa María. Era un momento previsto y preparado, pero no por ello dejaba de ser sorprendente. Todo lo que veía y sentía lo guardaba en su interior, aunque no lo entendiera. Conservar el misterio enriquece. Recordar lo exclusivamente palpable es pura erudición. Ellos, gente sencilla no presumían de experiencias teatrales, simplemente las vivían con asombro, admiración, humildad, adoración.
Por grande que sea el acontecimiento, si es fatigoso, exige descanso. María no era una excepción. Estaba felizmente fatigada. Se sentía satisfactoriamente unida a aquel chiquillo que había ido creciendo en su seno, que imaginaba grande y que ahora contemplaba teniéndolo en sus brazos que era pequeño e indefenso. Debía descansar. Ya lo tenía lavado, secado y cubierto con pañales, como le habían enseñado a hacerlo. Había dejado de llorar y parecía que también estaba cansado. En un rincón, pegado a la pared, había un pesebre ¿qué mejor lugar para que descansase el Niño? Y ¿María donde descansó? Sin duda en el regazo de José.


En Belén se hace silencio. Es un anticipo del silencio que se hará un día en Jerusalén, cuando aquel Niño, crecido y hecho adulto, será depositado en un sepulcro. Los iconos de aquellas tierras lo quieren recordar. Veréis a la Virgen discretamente colocada. A San José escuchando al profeta que le asegura que todo se cumplió. Las comadronas cumplen con su oficio. El Niño, como os contaba, reposando en un ataúd. Los pastores…
Los pastores, gente sencilla y marginada, dormían tranquilos. Su trabajo está pendiente de la luz del día y en aquel momento era de noche. El fuego abrigaba e iluminaba el entorno. Lo que escucharon no fue chisporroteo, ni el balido de ningún animal herido o que estuviera de parto. Fue algo diferente y lo oyeron todos. Se les anunciaba a ellos un acontecimiento. De ellos nadie se acordaba ¿porqué esta vez este pregón? ¿a quien se le había ocurrido despertarlos? ¿qué quería aquella gente de apariencia misteriosa? a ellos nunca les visitaban personajes  importantes.
Os damos una gran noticia, a vosotros solos quiere el Señor comunicároslo, después lo sabrán los demás, no os preocupéis. Ahora sois los predilectos. Os ha nacido un salvador, salvador de todos los hombres, pero vosotros sois los primeros en saberlo. Si queréis comprobarlo llegaos a Belén, encontrareis que es el Mesías, envuelto en pañales y descansando en un pesebre… Escucharon atónitos como entonaban un himno. Fue el primer villancico que se oyó en el mundo.


No se quedaron esperando que se hiciera de día. Partieron presurosos y llegaron al lugar azorados. Nunca se les había aparecido nadie. No sabían que era preciso hacer cuando ocurría esto. Nadie les había enseñado. Era de noche, pero para ellos esto no importaba. Encontraron al niño pese a  las pocas señas que les habían dado. Saludaron como supieron, como seguramente habían estrechado en sus manos el primer hijo que su esposa les había dado. Sí, se parecía a sus hijos, pero era diferente. Había que decírselo a los otros pastores, a los tenderos de la villa, a los amigos…
No podían controlar sus nervios.


Mis queridos jóvenes amigos, ha llegado el momento de cerrar los ojos de la cara y mirar al interior de cada uno. La historia contada y ocurrida es ingenua, pero es tremendamente seria. No se trata de ir a Belén a ver el sitio donde estuvo el Niño. Se trata de viajar a lo más profundo de nuestro ser y buscar las huellas que ha dejado el nacimiento en nuestra casita espiritual. Tal vez, si vivimos en Gracia, lo encontremos llorando, descansando, sonriendo. El alma humana es un belén cuando se ha enriquecido por la Fe. Hoy mas que nunca debemos aprender a respetar a cualquier niño, a cualquier chiquilla, a cualquier chaval. Puede residir en ellos el Niño-Dios. Puede que no esté enterado y nos toca decírselo y preparar a aquella alma que puede ser, si lo sabe, y se adecenta un precioso portal de belén viviente.


Se lo podéis contarlo a vuestro amigo o amiga, mientras saboreáis aquellas cosas que se acostumbran a comer estos días y que gustan tanto. Les podéis decir que la amistad con Jesús, el pequeñito niño, al que hay que saber acariciar con nuestra imaginación, es una delicia. Que platicar con María, la joven privilegiada, pero para nada arrogante, la más acogedora de las chicas que uno pueda encontrarse, deja un recuerdo inolvidable.


Si, a ejemplo de los pastores, no os quedáis la Navidad para vosotros solos, oiréis sublimes villancicos y tratar de contagiar a los que no se habían enterado de la gran suerte que le ha caído a la humanidad, a cualquiera de nosotros, con este nacimiento.