IV Domingo de Adviento, Ciclo B

San Lucas 1, 26- 38: Nazaret

Autor: Padre Pedrojosé Ynaraja

 

 

Os pondré en antecedentes. Nazaret era una villa de cerca de 500 habitantes. Situada en la alta Galilea, gozaba de economía de subsistencia. Agricultura y algún servicio, acompañaba a la artesanía familiar, que permitía el trueque entre vecinos. Todo a tamaño humano. Allí llegó una familia emparentada con gentes del lugar, venía de cerca, de la antigua Séforis que se estaba convirtiendo en la nueva Diocesarea. Aquellos buenos padres, puesta su ilusión en el porvenir de su chiquilla, no querían que el paganismo que se implantaba, torciera la Fe que habían heredado y que era su mayor riqueza espiritual. Se establecieron y vivieron como si fueran vecinos de toda la vida.
Permaneció en casa la niña, acudía a la sinagoga, acompañó a su madre hasta la fuente. Un día se atrevió a ir sola. El ánfora llegó llena y sin romperse. A partir de entonces fue la encargada de traerla cada día.
Crecía, su cuerpo cambió. Es lo que esperaban y estaba previsto le pasara. Proyectaron seriamente lo que ya tenían pensado: su hija debía tener un marido. Lo encontraron, se llamaba José, era un buen chico, un poco taciturno. No hay que asustarse a las chicas, generalmente, los tímidos son los que atraen más su atención.
Las gentes del lugar se fijaban poco en ella, era menuda y discreta. Espabilada en el aprender, discreta en el preguntar. En casa trabajaba, en la sinagoga aprendía, por las calles saludaba.
Llegó un día…
Estaba en la fuente, como tantas veces. Pocas mujeres aquel día habían acudido a buscar agua. Se acercó un joven. Nunca lo había visto antes. Saludó y dirigiéndose a ella trató de hablarle. Ella se fue deprisa. Nunca una joven hablaba con un extraño.
Llegó a casa y entro. Estaba sola. Pero a sus espaldas notó una presencia y se volvió. No le dio miedo, tenía gesto amable. Le miró furtivamente y esperó. No era imprudencia, era contemplación sosegada.
¡Shalom, Myriam!, le dijo
¿Cómo podía saber su nombre, si nunca habían hablado?
Shalom! Contestó ella.
Vengo del Cielo, ella no levantó la vista.
Contemplamos allí grandes mujeres que ha habido en tu pueblo. Las que existieron y las que los autores han creado para vuestra enseñanza. Eres piadosa como Ana, fiel como Rut, valiente como Judit, solidaria y elegante como Ester, resignada, atrevida y alegre como la hija de Jefté. María, hija de Eva, escogida para corregir sus yerros, maravilla de la creación, tú que siempre le has sido fiel al Altísimo, vengo a saludarte y traigo un encargo para tí.
Sonrió el arcángel, se ruborizó la joven. (los ángeles también sonríen, si no lo sabías, fíjate bien en el de la catedral de Reims)
Flotaba en el ámbito la paz, pero también una duda que sentía la joven en su interior: ¿qué te trae aquí y a mí? ¿Qué deseas, que esperas de mí? ¿porqué has venido?
El proyecto del Altísimo es que seas madre, que tengas un hijo escogido entre todos los demás que han sido y que vendrán…
No mantengo uniones de este genero, ¿Qué proyecto tienes para mí? ¿qué esperas que haga? ¿qué deseas que responda?
Dios te protegerá, su Espíritu ahora mismo desciende sobre ti, así que todo es posible si tu aceptas.
¿Cómo iba a poner trabas al Señor? Que sea lo que Él quiera… acepto, firmo en blanco el mensaje de Dios. Estoy y estaré siempre dispuesta a servirle.
El arcángel no sonrió, se quedó asombrado y optó por alejarse, dejarla sola. marchó a contar a los compañeros celestiales que en la tierra empezaba una nueva era…
Y se quedó sola la Chiquilla. Se quedó sola con un secreto dentro. Ser depositaria de la confianza del Señor es un privilegio. También es una carga e implicaba una gran duda. A María le había invadido e impregnado, por dentro y por fuera, el misterio.
Ya era otra. Nadie se había enterado, nadie era capaz de saberlo. Solo Dios le iba pedir cuentas. El Dios de Israel, el Salvador, el de sus padres. Un Dios que merecía confianza. Su inquietud se calmó y volvió la paz a su corazón.
Mis queridos jóvenes lectores, ser confidente de Dios es un gran privilegio, una gran responsabilidad, la experiencia más tremenda de la comunicación divina y la constatación de la incapacidad de conseguir una total comunicación humana. Pensadlo bien.
¿Quién iba a creerla? ¿a quien podría explicarlo? ¿sería capaz de sobrevivir a su nueva situación?
Recordaba muy bien que se lo había dicho al acabar: era una sierva, una esclavita del Señor. Dios sabría ayudarla. No podía romper con aquella situación nueva, ya no podía volverse atrás. Tal vez su tía Isabel, confidente también, podría ayudarla, compartir los proyectos de Dios. Estaba lejos, no obstante, iría a su encuentro, la ayudaría en sus dificultades… Podrían hablar en confianza a solas.
En momentos de obscuridad, en momentos de duda, se abre siempre un camino, que a nadie se le niega. Es senda acertada si uno la emprende con actitud generosa, dispuesto a ayudar.
Vosotras, chicas, acercaos a María y compartid ilusiones, misterios y dudas. Abrazaos a Ella.
Vosotros chicos, los que tenéis alguna hermana que en vosotros ha influido, que ha sido confidente vuestra, que solo ella sabe tantas cosas como os han pasado, pero que ahora, poco a poco, va alejándose de vuestra vida, no dudéis en escoger a María por hermana mayor vuestra.