Solemnidad. Epifanía del Señor

San Mateo 2, 1-12: Epifanía

Autor: Padre Pedrojosé Ynaraja

 

1.- Me pasó anoche, mis queridos jóvenes lectores, lo que a vosotros seguramente os ha ocurrido también alguna vez. Apagué el ordenador sin archivar el texto preparado y ahora por la mañana, no hay manera de encontrarlo por ningún rincón del disco duro. Apresuradamente, pues, redacto este mensaje-homilía. Somos un mundo de prisas y consecuentes estrés y no soy yo ninguna excepción.

La fiesta de hoy, el “nombre registrado” es el que aparece en el título y que se deriva de dos palabras griegas. Alrededor, entorno (epi) y manifestación gloriosa, impactante (fanos).

La historia es muy conocida. Unos sabios, no sabemos cuantos, ni si vivían cerca uno de otro, seguramente astrólogos, que habitaban al este de la tierra de Israel, observaron un espectacular fenómeno en el firmamento, que interpretaron según antiguos relatos, El estudio les condujo a sacar la consecuencia de que era entonces cuando se cumplían las ancestrales predicciones. En la dirección de aquella estrella (no importa de que astro se trataba o, si, como dicen ahora, lo que pasó fue que hubo una conjunción de planetas) en aquellas lejanías había nacido el Esperado. Y se pusieron en camino. Juntos o cada uno desde su tierra ¡vete a saber!. Tenían unas cuantas cosas en común, me detendré en algunas. Era gente que estudiaba y asimilaba. Es decir, sacaba consecuencias prácticas y obraban de acuerdo con lo aprendido (alerta, los que sois estudiantes, preguntaos ahora si vosotros hacéis lo mismo). Eran decididos y audaces. Emprender un largo camino sin seguridades no se atreve a hacerlo cualquiera (alerta, los que estáis pensando en lo que queréis ser el día de mañana y os fijáis únicamente en las posibles salidas profesionales y sueldos que pueden proporcionar. El viaje, además de ser arriesgado, no les comportaría ningún beneficio económico). Eran de temperamento abierto. Si no sabían con seguridad una cosa, no les importaba preguntar. En este comportamiento, se esconde la virtud menuda y graciosa de la humildad, que por ser tan pequeñita no le damos importancia y luego resulta que tantas cosas nos fallan debido a su carencia. Por entonces, según el relato evangélico, nuestro protagonistas ya se habían encontrado entre ellos, si es que no habían partido juntos.

2.- Llegaron a la casa, sí, una casa dice el texto. A quienes primero encontrarían seria a José o a María. Más probablemente a esta. El marido estaría trabajando. Saludaron, preguntaron y, amablemente como era su manera de ser, la Virgen les conduciría a donde estaba su Hijo. Vieron a Jesús, contemplaron al rey de los judíos, al Niño divino que habían intuido. La más experta guía hacia Dios es María, no lo olvidéis.

La primera reacción fue el asombro, una actitud espiritual muy olvidada hoy, gracias a que lo poseían, fueron capaces de reconocer en tan pequeña cosa como un bebé, lo que ellos habían buscado tanto. Y al asombro le sucedió la generosidad. No llevaban vulgares monedas para Él. Habían preparado regalos. La autentica generosidad exige ciertas dosis de imaginación. Aquel que solo sabe dar dinero para solucionar angustias o para quitarse de encima a un molesto pedigüeño o un compromiso, no digo que sea mala persona, de ninguna manera, pero probablemente un día se cansará, o su gesto no alegrará del todo su corazón (Dios ama al que da con alegría, dice San pablo). Ellos tenían elegancia espiritual. Le ofrecieron oro. Desde la prehistoria es un metal apreciado, de categoría, que ennoblece al que lo ofrece y al que lo recibe. Incienso: un perfume. No existían por aquel entonces los esencieros, ni los spray. Una preciosa resina quemada en un brasero, ambienta la estancia, penetra por los vestidos, llega hasta la piel. Deja un buen recuerdo a la persona que se acerca a besar a quien ha quedado impregnado de tal aroma. Mirra. Llegaba, como el incienso, de lejanas tierras. En Israel consiguieron en un rinconcito de Ein-Guedi, cultivar la planta, para extraer el aceite esencial, que, entre otras utilidades, servía para homenajear el cuerpo de un difunto apreciado.

3.- Contemplaron al Niño acompañados de Santa María. Seguramente les dejaría que lo cogieran en sus brazos. Le oirían llorar y le verían sonreír. Ella querría que se enterasen de todo lo que sabía hacer el Pequeñito.

Y se fueron. Dios no se olvida de gente de tal talla espiritual y envió a un mensajero para que partieran a sus lejanas tierras siguiendo diferentes rutas. Aquí acaba su historia, la evangélica. Las leyendas añaden otras cosas. En primer lugar dicen que no fueron más que tres. Después hasta les dieron nombres. Algunos se atrevieron a describir el color de su piel. En los viajes de Marco Polo se habla de ellos. En la maravillosa catedral de Colonia, según dicen, se conservan en preciosísima arca, sus restos. Libros y más libros se dedican a investigar detalles. No está mal.

Pero lo importante, el mensaje de la fiesta, es que el nacimiento del Redentor fue reconocido por gente sencilla y cercana, los pastores, y gente inteligente. La noticia no quedó encerrada en Israel. A Isabel, la esposa de Zacarías, a los pastores, a Simeón y Ana, los viejecitos del Templo de Jerusalén, hay que añadir estos sabios. Hoy también, gente ilustre por sus conocimientos, científicos y artistas, políticos e ilustres filántropos, reconocen a Dios y tratan de manifestarlo públicamente. Otra cosa es que consigan que los medios de comunicación lo trasmitan.

4.- Como consecuencia del mensaje de esta fiesta, debemos nosotros aprender de su comportamiento. Es preciso que hablemos de lo que en el interior de nuestro corazón hemos observado. No temáis hacer el ridículo o desatar iras. Malvados Herodes y temerosos súbditos dispuestos a asesinar niños inocentes, continúan existiendo. De quien debemos aprender y a quienes debemos pedir ayuda es a los Santos Magos de Oriente.