Fiesta. Bautismo del Señor

San Marcos 1, 7-11: Bautismo de Jesús

Autor: Padre Pedrojosé Ynaraja

 

Hace poco más de un mes, mis queridos jóvenes lectores, estaba en el lugar donde Juan bautizaba. Había ido ya dos veces por la rivera ocupada hoy en día por Israel. Esto sólo se nos permite hacerlo un día al año, el último jueves de octubre, y es un acontecimiento precioso. Abunda la juventud y la clerecía. Concelebramos más de 50 presbíteros y la liturgia se desenvuelve en un montón de lenguas. Lo que os explico se refiere a las dos veces que he podido asistir. Allí delante, pero en la otra orilla, había estado el Bautista. Veía perfectamente las ruinas arqueológicas y los militares jordanos que vigilaban su frontera. No se podía atravesar el Jordán y, para colmo, el lugar estaba sembrado de minas. Desagradable paisaje y enojoso entorno. Lugar de conflicto bélico, pese a que ahora pueda haber paz entre los dos estados.


Como os decía, hace poco he visitado el lugar en la rivera oriental, dominio jordano. Arqueológicamente comprobado que fue el sitio descrito por los evangelios. Me he hecho una idea exacta del paisaje, tal como sería en aquellos tiempos. El Jordán, en sus últimos tramos, antes de penetrar en el Mar Muerto, forma meandros y su curso es lento. La vegetación es casi exclusivamente de matorrales semejantes a sauces, retama y espinos, que dan un poco de sombra. La profundidad parece que debe ser considerable. Acordaos que el lugar está a unos 400 m por debajo del nivel del Mediterráneo. Son detalles muy apropiados para concentrarse, hablar él, escuchar las gentes y disponer de abundante agua para beber y practicar sus peculiares ritos. Las tradiciones en aquellas tierras, tienen valor de documento notarial, de manera que los bizantinos veneraron el sitio y edificaron la correspondiente basílica, de la que quedan restos y podemos estar seguros de que no se equivocaron.


Cuentan las crónicas, que los antiguos peregrinos se metían en el agua cubiertos con un lienzo blanco que conservaban toda la vida, para ser enterrados cubiertos con él. Creo que algo de ello se conserva actualmente en el seno de alguna Iglesia Oriental. Se llega a las proximidades del lugar sin ninguna dificultad, por buena carretera  y cualquier día del año, me parece. Se franquea la entrada pagando una cuota y en un vehículo que espera allí mismo, se acerca uno hasta la misma orilla. Entre piedras, por aquí uno ya topa con sílex, insectos, arena y restos de alambradas, trata uno de imaginar lo que ocurría en aquellos tiempos.


Fue allí. Juan, hombre austero, de poco más de treinta años, vociferaba enviando mensajes, con amenazas y todo, que exigían conversión personal. Nada de revoluciones militares ni orgullos patrios. Les insultaba, si convenía, llamándoles víboras, cosa que a sus oídos les sonaría como en nuestros tiempos: hijos de … (ya me entendéis) y les comunicaba que enorgullecerse de ser descendientes de  Abraham no tenía mérito, que de las mismas piedras podían surgir hijos del Patriarca. Cada uno debía reconocerse pecador y convertirse, decía y repetía una y otra vez. No se enorgullecía de nada. Era un indigno criado de Aquel que había de venir, anunciado de antiguo por los profetas, que ni reunía meritos para hacerle compañía y ayudarle.  A quien tenía el valor de reconocerlo públicamente, de aplicarse el duro mensaje, él lo recibía amablemente y lo sumergía en el agua, como signo de que su cambio interior, había sido aceptado por Dios.
En una tan peculiar escenografía, se desarrolla el episodio que leemos en la misa de hoy. Eran muchos en aquel momento, dice el texto, Jesús no escoge ni la singularidad, ni un pedestal donde exhibirse. Uno de tantos, quiere ser. Desnudo por fuera, inmaculado por dentro, se presenta como un vulgar pecador. Invisiblemente cargado de los pecados que teñían a la humanidad, desde sus orígenes. Quiere someterlos a la limpieza mediante este rito, que más tarde ratificaría y sería de total resultado salvador, cuando el bautismo no sería de agua, cuando la Cruz del Calvario, substituiría ya definitivamente al Jordán. Eso ocurriría cuando hubiera salido de la escena Juan y  resucitado Jesús. Gesto sublime de humildad el que hace el Señor, enseñanza del Maestro, inicio de una nueva vida. A partir de ahora, abandonará la vida social en Galilea, para entregarse a la predicación, a enseñar cómo será el Nuevo Reino, aquel que ha estado preparando Juan.


Ante tanto prodigio cósmico, la realidad divina no podía permanecer oculta. Ocurre entonces lo que llamamos un Teofanía (Teo, Dios. Fanós, manifestación). Se anticipa la revelación de lo que en aquel momento no sabían las gentes: el misterio Trinitario. Dios-Padre, habla y proclama una verdad que pocos son capaces de escuchar y entender. Dios-Hijo, en aquel momento está en silencio, que es una manera de ser elocuente. Suavemente, como el posarse de una paloma, se muestra Dios-Espíritu santo.


(Quisiera advertiros, mis queridos jóvenes lectores, que si decimos que el Hijo se hizo hombre, que se encarnó, y lo aceptamos enriqueciendo nuestra Fe, de ninguna manera hemos de pensar que el Espíritu Santo se “palomizó”. En esta circunstancia la apariencia fue de paloma, en otro momento de fuego, en otro de viento huracanado.  Los artistas lo representan de diferentes maneras, con más o menos aprecio o repulsa de las autoridades correspondientes. Ciertamente que la más común es la paloma y el fuego. Pero también un chico (cartuja de Miraflores, Burgos), un joven sin distinción (la Trinite, en los pirineos franceses orientales) o una chica, en Urschalling, en Alemania). Son tres ejemplos, de entre muchos.


No olvidemos que primero se humilló públicamente, nosotros tan inclinados a satisfacer vanidades y desear honores. Después vino la Teofanía. Ante esta manifestación solemne de la Divinidad, debemos escuchar el mensaje que nos llega de la voz del Padre: este es mi Hijo, el amado, mi predilecto. Debemos escucharlo y preguntarnos ¿le hago caso yo? Jesús, hermano mayor nuestro, nuestro salvador, que sumergió nuestros pecados en el bautismo de conversión de Juan y los incorporó a su pasión y muerte ¿pensamos en Él y le estamos agradecidos? ¿ escuchamos y hacemos caso de su doctrina y mandamientos? Este debe ser nuestro propósito al iniciarnos en este curso litúrgico, en el que desde Adviento estamos matriculados.


Llegados aquí, deberíamos establecer comparaciones entre el bautismo de Juan y el que hemos recibido nosotros. Es un tema muy interesante. No os olvidéis de hacerlo algún día