V Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B

San Marcos 1, 29-39: Vocación

Autor: Padre Pedrojosé Ynaraja

 

La melodía que subyace en el texto de Job, de la primera lectura de la misa de hoy, aparentemente, es de tono pesimista. Se trata de un libro que a unos entusiasma y a otros aburre. Escrito en forma de biografía,es en realidad, un texto sapiencial. Un relato para leer en el desierto, donde la tierra absoluta forma estrecha frontera con el cielo absoluto. Seguramente que este no es vuestro caso, de aquí que no la comentaré.
San Pablo sentía especial cariño por la comunidad cristiana de Corinto. Como la quería tanto sufría por sus desdichas, sus discusiones inútiles, sus grupitos que la desmenuzaban y otras hierbas.
No cuenta, en el fragmento de hoy, éxitos y logros o excelencias personales. Les habla de sí mismo. Porque Pablo es hombre comunicativo. Expresa en sus escritos verdades cristianas, es un gran teólogo, pero, en este caso, se limita a describir algo de su postura o actitud espiritual. Me gustaría, mis queridos jóvenes lectores, que ahora mismo os preguntaseis: ¿soy de los que se esconden, haciéndose el tímido, o diciendo que es introvertido, de manera que logra que con ello los demás le dejen tranquilo y nada le exijan? Pues Pablo no es así. Explica la razón de su obrar. Si predica, no es para adquirir fama ni méritos. Lo hace por necesidad interior ¡Ay de mí si no evangelizare! Les confiesa pensativo. Quisiera que ahora mismo os preguntaseis: ¿Yo evangelizo? Si es que no lo hago ¿me quedo tan tranquilo? El no hacerlo ¿me procura felicidad? ¿estoy satisfecho de mi vida? . Abundan entre vosotros, chicos y chicas actuales, los insatisfechos, aquellos que se limitan a llenar los momentos libres de cualquier jornada con entretenimientos que le eviten hacerse preguntas inquietantes, comprometedoras. Hay que ser sincero con uno mismo. No estamos en este mundo, no nos ha puesto Dios en este momento de la historia y en el terreno donde vivimos, para “ir pasando”. Es preciso no escurrir el bulto.
La semana pasada os expliqué  como era la población que Jesús había escogido de domicilio y no voy a repetíroslo. Solo os añadiré que aquellas mansiones no eran pisitos cerrados. La mayor parte del tiempo la pasaban fuera de los tejados de simple ramaje, lo que les convertía en vecinos dados a la fraternidad, al compartir. Cualquier dificultad o contratiempo, era advertido por todos.
Entra Jesús y le cuentan que la anciana de la casa está enferma y de inmediato va a atenderla. No les dice: es su problema, llamad al médico. No se escaquea.
La buena mujer no es una vieja parlanchina y holgazana. La han curado, pues a servir en lo que se presente. Por mucha diferencia que haya entre ella y vosotros, quisiera que aprendierais la lección y, por muy cansados que estéis, no dejéis nunca de ayudar a quien requiera vuestra atención.
Jesús incansable, atiende a los que acuden, de nadie huye, no les dice que tiene necesidad de descansar, que vuelvan otro día…
Madruga al día siguiente. Es necesario descansar física y mentalmente, ha dormido en el domicilio, pero no puede dejar de orar. Rezar es la respiración del alma. A nadie se le ocurre decir que tiene cansada su musculatura pectoral y va a dejar de respirar. Sería morir de inmediato. Una vida espiritual sin oración es un suicidio. A la plegaria hoy en día se le llama a veces cargar baterías. Una vez recuperadas las fuerzas, del cuerpo de la mente y del alma, Jesús sale a predicar por los pueblos de la comarca: que para eso he venido, les dice a los discípulos. Vosotros debéis preguntaros ¿Para qué estoy yo aquí? O ¿qué esperan Dios y los hombres de mí?