V Domingo de Cuaresma, Ciclo B

San Juan 12, 20-33: Incertidumbres

Autor: Padre Pedrojosé Ynaraja



Según cuentan, en las farmacias, una buena parte de las medicinas que se expenden son tranquilizantes, ansiolíticos y antidepresivos. No ignoro que pueden ser enfermedades reales que necesitan la atención de psiquiatras o sicólogos, ya que su cuerpo o su mente pueden sufrir alteraciones, pero, en muchos casos, el daño está en el alma. Cuando alguien me dice que sufre depresión, de inmediato le respondo, que es señal de que no es un caradura, un sinvergüenza. A continuación, si su actitud espiritual lo permite, añado que Jesús, el Señor, también pasó por estos malos tragos.
Os cuento estas cosas, mis queridos jóvenes lectores, porque sois muy propensos a estados de decaimiento, amargas decepciones y angustias que os acongojan, que os desconciertan y que por más que lo intentéis, no podéis alejarlas de vuestra mente. Cuando os encontréis en estas situaciones no os olvidéis de pensar en Cristo. Os hablaré de ello.
Después de la entrada triunfal en Jerusalén, cuenta San Juan, que rodeado de una multitud, no podía apartar de su pensamiento lo que se le avecinaba. Ensimismado en su angustia, es requerido por unos extranjeros, mediante la intervención de algunos apóstoles. Jesús no se los quita de encima diciéndoles que no está para entrevistas. Querían conocerle, querían escucharle, pues bien, les habla con sinceridad de lo que lleva dentro. Nadie puede hablar mejor que de sí mismo y la propia historia se torna eficaz enseñanza para los demás.
Pone el Señor un ejemplo que entenderían ellos tal vez mejor que vosotros. Depende de donde viváis y a qué os dediquéis. El grano de trigo es hundido en la tierra y el primer cambio que sufre es decepcionante, parece que se está pudriendo, no obstante, de aquella masa informe, brota un tallito, que crecerá posteriormente, hasta convertirse en planta esbelta. Algo semejante ocurre con frecuencia en la vida del cristiano. No os fieis demasiado de la persona brillante, que triunfa, que se proclama única y descubridora de lo que hasta entonces todo el mundo había ignorado. Al cabo de poco, su prestigio decrecerá y seguramente su labor se extinguirá. Confiad mejor en aquellas personas humildes, que aparentemente son víctimas del fracaso, pero que no han perdido su confianza en Dios. Seguramente ellas os podrán iluminar mejor.
El Maestro, rodeado de gente que vive alegremente, preparando la fiesta de Pascua, está pasando por un mal trance y no lo puede ocultar. Tampoco esconde su esperanza. De aquí que, para su consuelo y la seguridad de sus acompañantes, se oiga solemnemente, la voz del Padre que proclama que no le ha abandonado. Que será glorificado. Pasará un momento de ofuscación, pero le seguirá, precisamente elevado en la cruz, señal y prenda de Esperanza para muchos.
No os desaniméis nunca, mis queridos jóvenes lectores, a la tormenta le sigue el arco iris, la molesta lluvia lava el ambiente y confiere nitidez a la atmosfera, amen de fecundar la tierra. Pero cuando se inicia el chaparrón a todos nos molesta e incomoda. Es cuestión de tener coraje. Lo de hoy, lo que le pasa al Señor, es un anticipo de Getsemaní. Os lo comentaré otro día.
En la soledad de vuestra habitación o en la apretada estrechez de una calle concurrida, podéis sufrir gran angustia, no os alarméis. Estáis al lado del Señor-Jesús que también pasa un mal rato, y el Padre no os ignora.


PRECISIONES MARGINALES


El episodio ocurre en la gran explanada que rodeaba el Santuario, abierta a todo el mundo. Allí donde colocaban sus tenderetes los vendedores de reses y los cambistas. Allí donde bajo los soportales, los maestros de la Ley enseñaban. Según que traducción tengáis, habréis leído que los que querían hablar con Jesús eran griegos, en otras pondrá gentiles, da lo mismo. Se trataría de extranjeros que simpatizaban con la religión judía y acudían a sus fiestas solemnes. Su lengua, el idioma común entonces en las tierras mediterráneas, era el griego, aunque no fuesen ciudadanos de Grecia. El Señor, en sus tiempos de “autónomo de la construcción”(como os definía su oficio), cuando era joven y se comportaba como un simple buen vecino de Nazaret, debería desplazarse a la vecina Séforis, que por entonces se estaba edificando, con criterios urbanísticos clásicos. Sus mosaicos, tal vez lo único que se haya conservado hasta nuestros días, todavía sorprenden. Allí Jesús aprendería la lengua hebrea, se formaría teológicamente, llegando a ser considerado Rabí y, gracias a la relación con arquitectos, artistas y gente de tropa, también sabría chapurrear el griego y hasta alguna locución latina. En lengua griega hablaría con los que cita el evangelio de hoy y hasta con el mismo Pilatos, en los momentos tristes de su proceso.