Solemnidad: Anunciación del Señor

San Lucas 1:26-38. La Anunciacion desde el bing bang

Autor: Padre Pedrojosé Ynaraja



El sol no se quería ir, hay que advertir que es un astro tozudo, poderoso e importante. Aquel día, nadie sabe cómo, se hacia escurridizo y no quería escuchar las órdenes del dios Cronos que le exigía cumplir con el horario establecido, diríase que hasta para él era imposible conseguirlo. Hoy no quiero irme pronto, decía y repetía, sin dar ninguna explicación más. Alguna cosa grande se avecina y nuestro rey no se la quiere perder, comentaban entre sí los cuerpos celestes.

La Luna, hecha impaciencia toda ella, se había levantado de la siesta antes que de costumbre. Ella que es tan perezosa, aquel día dio un bote y se irguió al darse cuenta de que había llegado el momento (¿pero de qué momento se trata, preguntaban algunos intrigados?) y se colocó estratégicamente al borde y por detrás de una suave colina. El Lucero vespertino proclamó con énfasis que en el Universo no podía haber privilegios personales, mejor dicho, astrales, así que él tampoco se marcharía. Si alguna cosa importante iba a pasar debía dar fe de ello, debía observarlo todo y no dejar, como espectadoras únicas, a las frívolas estrellas.

Todo este jaleo de exigencias y caprichos que cada uno alardeaba poseer, se hacía con orden y en silencio, ya que obrar así es norma fundamental del universo.

Los astros no quieren tener ningún trato con la señora Historia. Es una mujer intrigante, de la que nadie puede saber qué está pensando, ni tampoco estar seguro de sus relatos, por muchas  demostraciones que aporte. Pero aquella noche la vieron llegar majestuosa por el camino del pasado, iba perdiendo sus prendas, se estaba quedando casi desnuda, pero su bello aspecto ennoblecía su porte. Uno adivinaba que estaba deseando que se la viera en su profunda realidad: un indestructible e importante presente que se repite casi siempre igual pero cada vez nuevo. Ahora bien, el presente de aquel atardecer iba a ser imborrable e iba a iluminar todas las épocas, si se cumplían sus predicciones y deseos. La Historia aquella noche, ya totalmente desnuda, también estaba en silencio.

Eva salió de un hoyo que nadie hasta entonces había visto, iba acompañada de su esposo Adán. Condenada de antiguo por una vieja sentencia, reclamaba por derecho propio estar en primera fila, ante el evento que se aproximaba. Quería observar bien, y llena de esperanza, el proceder de su biznieta, la segunda Eva, inmaculada como ella lo fue en el Paraíso y que esta noche, ella lo sabía de buena tinta, se iba a encontrar con Gabriel, antiguo hermano de satanás en antigüedades muy antiguas, pero, desde una próxima antigüedad, su mayor adversario entre los creados, como lo era también de ella.

Dios había imaginado una bella historia, pero como tiene la inocencia de un niño, no había sabido mantener el secreto, se le habían escapado muchos detalles de lo que tenía planeado realizar y se lo había explicado a los profetas, cuando estos habían ido a saludarle y recibir órdenes. Había hablado ya tanto, que los hombres estaban impacientes y querían saber el desenlace de todo aquel proyecto. Pero Dios es sorprendente y nadie imaginaba que iba a llegar el más importante intento de salvación, en manos de una chiquilla, de una moza de pueblo, de la cual, hasta entonces, nadie había oído hablar.

Todo el universo estaba atento; los hombres, en cambio, se entretenían en monótonas ocupaciones, en insulsos juegos o durmiendo despreocupados. La chica, María, estaba en silencio, sola, disponible, dispuesta, atenta.

- ¡Buenas noches, María! ¡Qué encantadora eres! Me habían hablado tanto de ti allá arriba, que ardía en deseos de conocerte. Te confieso que no esperaba que fueses tan hermosa. Dios me había dicho que te había llenado de su Gracia, pero no imaginaba que fuese tan precioso el resultado.

María no se atrevía a decir nada, enrojeció de tímida vergüenza, sonrió después al ángel que continuaba hablando.

- No tengas miedo. Mírame a la cara, que te traigo una buena noticia: vas a tener un hijo maravilloso. Se dirá de Él que es el Hijo de Dios, cumplidor será de los proyectos eternos que se anunciaron al rey David, tu antepasado.

- ¿Pero que dices? Un hijo yo... y así de importante...

- María, ¡si lo supieses! ¡Si te conocieras y supieras cómo eres y qué representas para el universo entero...! Allí de donde vengo todos sienten admiración por ti, sin siquiera haberte visto. No temas, serás capaz, con la ayuda de Dios, de seguir adelante. Con esta ayuda es suficiente, solo es necesaria tu generosidad y yo sé que tu benevolencia es grande.

- Si es por mí, no hay reparo. Que Dios mande y disponga, aquí estoy yo para obedecer.

Gabriel olvidó por una vez la educación, él que es de noble linaje, no obró según le exigía su rango, se fue sin despedirse, sin decir siquiera ¡buenas noches! No, no podía entretenerse, era un imperativo metafísico el proclamarlo a las cuatro dimensiones del universo. La Tierra, qué digo la Tierra, todo, todo lo existente, se iba a trastocar y debían saberlo.

La Luna estaba satisfecha y  reía a carcajadas, ella que se avergonzaba a veces de tener granos en la cara, iba diciendo que los quería conservar siempre, para parecerse a aquella moza de pueblo, que con su acné juvenil había estado hablando, afirmando, consintiendo, aceptando, obedeciendo, a Dios.

El Sol se abrazaba la barriga satisfecho, sus cabellos blancos y rizados, tenían tonos cobrizos aquella tarde, uno hubiera dicho que se había emborrachado para celebrarlo, por la nariz rojiza que lucía y por los brincos que daba, iluminando aquel anochecer.

El Lucero, Venus, la voluptuosa, dijo que no, que aquella noche no saldría a hacer la calle. La diosa del placer y del sexo se tornó compañera de Adán y Eva, de esta principalmente y marcharon los tres satisfechos, cantaban alegremente aquella tonadilla popular que dice: a tapar la calle, que no pase naide....Y cuando llegaron al final del firmamento, Venus reunió a los astros y asteroides, a los planetas y satélites y les comunicó la noticia trascendental como ninguna otra, la decisión definitiva, perenne, rotunda, de aquella chiquilla que había dado su conformidad con sencilla entrega a Dios y les contaba y repetía que este sí de ella, había convertido su seno santo en una cámara abierta al sí de Dios, que ya había empezado a crecer en sus entrañas, de un misterio tan recóndito nadie hasta entonces había tenido noticia.

Los astros celebraron asamblea. La Estrella Polar se levantó solemne y proclamó en tono elocuente:

- Es necesario que escojamos una señal que marque el día. Es imprescindible que los hombres sepan que el firmamento no asiste indiferente a la gran intrepidez de esta chica que ha dado su total consentimiento a Dios, cuando le hizo una petición confidencial difícil y enigmática.

La iniciativa se aprobó por unanimidad.

Fabricaron las estrellas un fino tul con las más diminutas, que acudieron ilusionadas por haber sido tenidas en cuenta, se agruparon danzando en torno a un desconocido núcleo luminoso, marcharon en lenta procesión hacia Belén, fue entonces cuando la inmensidad solemne de un Cometa se hizo homenaje al Niño-Dios que iba a nacer y que con sus lágrimas reclamaría la aceptación total de los hombres al plan divino, para que se dejaran salvar definitivamente.

La Historia esbelta en su desnudez, se vistió con las mejores galas. El dios Cronos paró el reloj, lo miró detenidamente, le dio cuerda, lo puso en marcha y funcionó el tiempo, como si estrenara maquinaria. Marcaba exactamente las cero horas del día uno, del primer año.

ORACIÓN A DIOS AL CONTEMPLAR A MARÍA A SU LADO, UN POCO MÁS ABAJO, PERO MUY CERCA DE ÉL.

Dios-Padre, me resultas enormemente imponente.
Dios-Hijo, te has sacrificado tanto por mí, que me siento totalmente avergonzado a tu lado.
Dios-Paráclito, me deslumbra el Espíritu inmenso que eres.
Por eso Dios-Padre-Hijo-Paráclito, te agradezco que entre Tú y yo hayas puesto a Santa María. Es como un escalón que en principio no hace falta, como un paraguas que parece casi siempre innecesario, como aquella cosa que tomas contigo sólo por si acaso, pero que de repente te das cuenta de lo mal que lo pasarías si no la tuvieses.

Santa María...por ella tu ternura y tu cordialidad se torna accesible, tu poder se pone a nuestro alcance. Tú, Dios, no eres ni masculino ni femenino, pero siempre te imaginamos como un señor mayor de piel arrugada y con tupida barba, siempre muy masculino. Así que a través de ella descubrimos que tú también eres joven elegante gracia femenina, fecundidad generosa como la de una madre, comprensión sin límites como la de una hermana, protección segura como la de una tía, amor fiel de esposa, sensibilidad imaginativa como la de una adolescente.

Gracias, Oh, Dios, por habernos dado a María, gracias porque ella, humana como nosotros, has querido que estuviera cerca de ti y por tanto tenemos la convicción de que algo de nosotros está ya a tu lado.

Ayúdanos a aprender de ella a decirte siempre que sí. Danos fuerza para decirnos no a nosotros mismos, en momentos en que nuestro egoísmo, nuestro orgullo, nuestra debilidad, cualquiera de nuestras malas tendencias, nos apartan de ti.