Domingo de Pascua: La Resurreccion del Señor

Juan 20, 1-9 : Un amanecer sorprendente

Autor: Padre Pedrojosé Ynaraja



1.- El amanecer de aquel primer día de la semana, o día del sol, como también lo llamaban, fue sorprendente, para la pequeña comunidad cristiana que se había ido a dormir, creyéndose decapitada.

Los que hemos perdido seres queridos, sabemos que si parece trágica la hora de la muerte, lo que se hace más penoso, es llegar y estar en casa, pasado el entierro. Todos los rincones están llenos de la ausencia de aquel a quien habíamos querido. Llenos de ausencia, vuelvo a repetiros. Llenos de la ausencia de Jesús, estaban las vidas de los discípulos.

El modo como murió Jesús fue desconcertante para sus amigos. Por lo que nos cuentan los evangelios, parece que aquellos galileos que habían huido despavoridos de Getsemaní, continuaron teniendo algún contacto entre ellos. Una excepción fueron las mujeres. En esto, como en tantas cosas, dieron buena lección. Ellas esperaban muy unidas, sin haber sido víctimas del desaliento, ansiosas, la llegada de la aurora, cuando ya se permitía caminar, trabajar, dedicarse a lo que fuera, para acudir al sepulcro y acabar lo que no habían podido hacer la feria quinta, o día de Venus, nuestro viernes. Los judíos no momificaban a sus difuntos, se limitaban a cubrir con un tejido el cadáver e impregnarlo de substancias vegetales, aceites esenciales y bálsamos fundamentalmente, que por una parte lo perfumaban, ingenuo homenaje, y por otra retrasaban la corrupción. Tal vez a ellas, les faltaba espolvorear el cadáver con alguna resina sólida y sería esto lo que llevaban, aunque la iconografía de la Magdalena, la pone siempre con un ánfora en la mano. Pero no hay que dar demasiada importancia a estos detalles.

Les preocupaba el peso de la piedra que cerraba la sepultura. He visto unas cuantas de las tales, por aquellas tierras. Se trataba de discos de algo más de un metro de diámetro y uno o dos palmos de grosor. (nunca llegan a dos metros, a pesar de cómo la pintan generalmente nuestros artistas). Cosa que supone bastante más peso de lo que pueden mover unas mujeres de normal constitución. Aquí empezaron las sorpresas. Vieron que no solo no estaba allí el cadáver, sino de que había resucitado, por unos detalles que nosotros no entendemos, pero que para ellos y ellas, los interesados, si eran prueba segura. Se precipitaron las visitas, se multiplicaron las explicaciones y se analizaron los recuerdos.

2.- Por la tarde, por un camino que se dirigía al norte, dos caminantes, hombres conocidos de la comunidad, uno de ellos seguramente pariente del mismo Jesús, se encontraron con alguien que caminaba en la misma dirección. Hablaron apasionadamente y, al llegar al lugar de descanso, le invitaron a quedarse a descansar. Entonces descubrieron desconcertados, que era Él.

Hubo sorpresas y asombros. Quisiera que os preguntarais, mis queridos jóvenes lectores, ¿en vuestra vida, sois capaces de sorprenderos? O ya os da igual todo lo que se os presenta. ¿Habéis perdido la capacidad o es que nada se merece esta actitud? ¿os asombráis de algo, o todo os parece natural? Tal vez seas porque arrastráis una existencia gris.

La mayor parte de la gente que aquella noche dormía en Jerusalén, continuarían durmiendo ¿Quiénes fueron los afortunados? Tanto los protagonistas de la mañana, como los que lo descubrieron al atardecer se apresuraron a informar, a comunicárselo. A comulgar con el hecho maravilloso. Temo yo que algunos que esta noche, u hoy mismo, vivan la fiesta cristiana de la Pascua encerrados con su grupito. Gozando de sus logros y sus éxitos. Esto no es Pascua.

3.- Cada uno de vosotros debe recordar individualmente, lo que escribía para la vigilia pascual, la amonestación que Nietzche hacía: sólo cuando los cristianos tengan mirada de resucitados podré yo creer en su Salvador (él no lo escribiría con mayúscula, pero yo no soy capaz de hacerlo de otra manera)