II Domingo de Pascua o Domingo de la Divina Misericordia, Ciclo B.
San Juan 20,19-31:
Manos obreras y taladradas

Autor: Padre Pedrojosé Ynaraja

La Fe no es el resultado de pruebas científicas, no se consigue con estudios. La Fe es un don, pura bondad de Dios y, por lo común, resultado de una experiencia. Yo no estoy seguro de que Dios exista, no tengo ningún documento judicial que acredite su existencia, ni su carné de identidad, ni el dibujo de sus huellas dactilares, ni su código genético. Estas son las pruebas que cuentan entre nosotros. Estoy convencido de que Dios me ama y trato de corresponderle amándole.

La inmensa mayoría de los enamorados, desconoce los datos de su amada que mencionaba antes y que se exigen para certificar que existe una persona. La enamorada está convencida de que vive su estimado porque experimenta su amor. Conoce la delicadeza de sus caricias, la cadencia de sus palabras, la belleza de sus gestos. Somos así los hombres. Los conocimientos entran mediante los sentidos. Lo sabía perfectamente Jesús, de aquí que en el encuentro que nos describe el evangelio del presente domingo, lo primero que hace es enseñarles sus manos. Manos de trabajador, no de escribano, encallecidas por el trabajo, no suaves dedos de bailarín. Manos horadadas, supremo momento aquel que supieron que había sido crucificado. Fue decepción entonces, comprobación ahora de que era Él el que venía a visitarles.

Si la mejor prueba es la experiencia sensorial, le sigue luego la actitud espiritual. Si hubiera aparecido en aquella habitación gritando y dirigiéndoles broncas violentas, hubieran sentido miedo y pensado que un hombre grosero y malo se había introducido en su escondite. Pero no, llega Él en son de paz y paz les otorga. Para más seguridad, les enseña su costado traspasado, huella de aquella lanzada que aseguró a la guardia romana que era cadáver muerto. No podían dudar.

No se reduce el Señor a que aquel sea un encuentro cordial, besitos y abrazos. Ha sido siempre el Maestro, en su vida histórica, fiel a lo encomendado por su Padre y quiere continuar siéndolo y se apresura el mismo domingo, a trasmitirles un mensaje importante: el poder que Él tenía de perdonar los pecados, los pecados del paralítico, de la mujer adultera, de tantos otros, se lo encomienda a ellos. Les pasa el testigo. Es una responsabilidad. Quiere que se siga perdonando en su nombre. Podría haber pensado que los hombres ya se arrepentirían cuando llegara el momento y, en cualquier rincón, pedirían perdón a Dios, suponiendo que lograban su propósito, sin estar del todo seguros de haber tenido éxito. Pero Él quería otorgar el perdón y que cada uno supiera que estaba perdonado, para gozar de mayor paz interior. A quienes perdonéis vosotros les serán perdonados sus pecados, les dice y les repetirá alguna otra vez. Cada vez que se nos absuelve hoy, oímos el eco de lo que Jesús dijo aquel día.

 Tomás, el científico, el desconfiado, no estaba presente. Su duda fortalece nuestra convicción. Quiere pruebas, de aquí que le haya llamado yo científico, pero cuando se encuentra con el Señor, le reconoce como algo más que el maestro galileo al que había acompañado, le proclama Señor y Dios, ¡anda, que no es poco! Y para colmo, arranca para nosotros una bienaventuranza nueva. Adelanta una alabanza para los que vendremos después. No le vemos y creemos y esto tiene mérito. Lo afirma Él, Jesús nuestro redentor, por si no lo sabíamos. Hay que agradecer a Jesús el don y a Tomás el incidente que provoca el elogio. Gracias a sus dudas, recibimos un elogio.

 Mis queridos jóvenes lectores, os envío este mensaje cuando estoy felizmente agotado de las vivencias de estos días. Espero y deseo que vosotros lo estéis también. Quiero recordar a mis queridas jóvenes lectoras, que las mujeres fueron las protagonistas del primer anuncio de la resurrección del Señor. Deseo que vosotras seáis dignas sucesoras de ellas y vayáis comunicando a vuestros amigos, compañeros, vecinos y a cualquier persona que os encontréis, la Fe que otorga y acrecienta, las celebraciones litúrgicas de estos días y de los sucesivos a las que acudáis.