Solemnidad: Domingo de Pentecostes
San Juan 20, 19-23:
Pentecostes

Autor: Padre Pedrojosé Ynaraja

Coincidió el acontecimiento cristiano que evocamos hoy, con el día que el pueblo judío celebraba una fiesta agrícola, la de las primeras espigas de trigo que se ofrecían en el Templo. La siega de este cereal, el más preciado en aquel tiempo, estaba distanciada de la de la cebada unos 50 días, ahora me dicen no pasan más de 15, entre uno y otro. Con el tiempo se le había ido añadiendo a la fiesta otros significados. La comunidad hebrea estaba ocupada en las labores agrícolas y el grupito de los fieles del Señor, permanecía, más o menos atemorizado en Jerusalén, haciendo algún esporádico viaje a Galilea. No se hubieran movido de estos lares, a no ser que los apóstoles, con Santa María, unos cuantos discípulos y una cuantas mujeres, la de Mágdala sin duda, se hubieran encontrado con un hecho singular, un espectáculo de imagen y sonido, dicho en lenguaje de hoy en día, que cambió sus vidas. Pensad, mis queridos jóvenes lectores, que entre ellos habría gente joven como vosotros, el apóstol Juan no debería tener más de 14 años, y gente adulta. No penséis que eso de ser cristianos sinceros y decididos, es cosa de mayores.
Se describe la venida solemne del Espíritu Santo como un fenómeno sensorial, cosa que han aprovechado los artistas para colorearlo y presentar al grupo como al final de una representación teatral, saludando al público y no está mal hacerlo así. Ahora bien escamotean, las más de las veces a los de segundo rango y a las santas mujeres, falseando el texto. Así son de olvidadizos. María de Nazaret, señora y madre, gracias a Dios, siempre aparece, pero hay que ser honrados con el texto de los Hechos de los Apóstoles y no ignorara a los demás.
A Elías, en el Sinaí, el Señor se le había mostrado como una suave brisa. Tal convenía a un airado testigo, defensor de Yahvé, profeta iracundo, que  venía del norte, donde había protagonizado una matanza de profetas de Baal.
Aquí la situación era muy diferente, y por ende, el Espíritu Divino, se muestre como tempestad violenta, pero sin que cause males, muy adecuado a la situación de perezosa somnolencia a la que se había dejado someter la pequeña comunidad.
En el fuego, desde antiguo, los hombres siempre han visto un símbolo del misterio. Por mucho que sepamos en que consiste el fenómeno físico de la combustión, la contemplación de una alegre y jocosa llama, nos fascina. Todos sabemos el tiempo que hemos perdido, u ocupado, entreteniendo nuestra vista en la que brota de la fogata con que se acababan las jornadas de campamento. O los ratos pasados junto a cualquier fogón hogareño. Aquella gente, aquella santa gente, sintió sobre sí un fuego espiritual, un calor íntimo, estimulador, alentador, que cambió completamente su estado de ánimo.
Mis queridos jóvenes lectores, también vosotros, seguramente, os sentís a veces desalentados, sin motivación que os entusiasme, sin ganas de poner en práctica los propósitos que os hicisteis. No perdáis la esperanza. Manteneos unidos, no enracimados, sed constantes en la oración. Rezad, aunque solo podáis recitar frases aprendidas.
Recordad que a Dios-Padre, nuestro papá querido, le atribuimos la creación del universo, su conservación, el ofrecimiento que nos hace de una diminuta flor que estaba allí en el rincón del camino, para que gozásemos al verla. Para nosotros conserva el misterioso cristal de cuarzo que encontramos, o el humilde manantial que mana sin ruido. Él ha preparado desde la eternidad, su imaginación prodigiosa lo organizó, la amistad que nos conforta, el inesperado e inimaginable encuentro amoroso que cambia la vida, que inicia una familia, que dará paso a un nacimiento y otros más. Lo tiene todo previsto para procurar nuestra felicidad. Es suficiente con aceptarlo.
No olvidéis que Jesús, Hijo Unigénito de Dios Padre, pasó por la tierra y vivió en su historia. Que aun permanece en el Sacramento y en los pobres y afligidos. Que nos dio lecciones de comportamiento, que con su pasión y muerte nos salvó. Sabemos muchas cosas de Él y siempre nos resultarán útiles.
Pero debéis tener presente, que el Espíritu Santo, que procede de ambos, nos es necesario, si queremos emprender nuestra vida por caminos de servicio, de aventura y henchidos de satisfacción.
Su llegada a nuestro interior, la puede impedir el egoísmo, la pereza, la exagerada importancia que podamos dar a las ambiciones que sentimos respecto a nuestro futuro, al placer, a los éxitos deportivos, nuestros o del equipo favorito. ¡Tantas barreras le ponemos!
Pero también, y no lo olvidéis, se pueden esconder impedimentos en excusas de exámenes que se aproximan, de oportunidades laborales que se nos presentan. No os dejéis engañar, es importante que estudiéis, pero un suspenso aparentemente inoportuno, no lo convirtáis en tragedia. La traición de un amigo, la separación, o el final de un enamoramiento, no debe suponer la perdida de la Esperanza.
Ante situaciones adversas, invocad a Dios-Espíritu. Ante la desgana espiritual, ante la soledad, lanzad un grito, un lamento desgarrador, que llegue desde vuestras entrañas hasta el último rincón de la eternidad. Seréis oídos antes de que deje de resonar el eco espiritual.
Dios siempre es actual, pero a la Persona del Paráclito (el defensor) le atribuimos la acción divina que nos es necesaria ahora, para que prosigamos el camino que trazó Jesús, para que asumamos la verdad que nos enseñó, para que nos empapemos de la vida que nos trajo.
Él es el aliento de los misioneros, la heroicidad de los mártires, el coraje de los profetas, la vitalidad de los que se sienten inclinados al desaliento al hastío, es la generosidad de los padres cristianos, que ofrecen su fecundidad, esperando engendrar hijos santos.
¿Qué esperáis, que deseáis, que pretendéis, que sea hoy este Pentecostés, para cada uno de vosotros? Por pedir que no quede. La generosidad de Dios supera siempre la imaginación del hombre.