XIII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
San Marcos 5, 21-43:
Ternura de Jesús

Autor: Padre Pedrojosé Ynaraja

Dos relatos se entrelazan en el evangelio del presente domingo. Os los voy a comentar como si fueran dos narraciones sucesivas.
Cuando uno llega a Cafarnaún, quisiera poder saber donde estaba el domicilio de Jairo. Lamentablemente no hay indicios. Mira uno, para consolarse, los primeros metros del muro que sostiene la sinagoga, los de color oscuro, e imagina que pertenecen a la que presidía este buen hombre. Debemos imaginarle como uno de los gestores de esta institución, que complementaba, dentro de judaísmo, la función del Templo de Jerusalén. Tal vez más que gestor, a Jairo,se le podría llamar logista, esta gente, imprescindible hoy, que sirve para todo, sin tener claramente definida su función. Os explico esto, porque en el interior de la sinagoga, destacaba el lugar donde se depositaba el Libro Sagrado y la cátedra donde se sentaba el rabino de turno, que dirigía los rezos y explicaba el sentido de las lecturas bíblicas. Esta última función era imprescindible, ya que casi todos los textos estaban escritos en hebreo y la gente de aquel tiempo hablaba arameo, si no se expresaban en el griego vehicular, lengua común en el basto imperio de la ciudad de Roma. La función de nuestro protagonista era fundamentalmente la que hoy llamaríamos de dirección de empresas

Es de admirar que un hombre capacitado para hacer y deshacer en el recinto religioso, con plenos poderes, sea capaz de rebajarse a acudir pidiendo ayuda a un maestro de la alta Galilea, del que con una cierta reticencia, se empezaba a hablar. Solicitar su ayuda implicaba el riesgo de caer en el ridículo, sin tener seguro el éxito de lo que quería solicitar. Pero pedir, rezar, dicho de otra manera, también en nuestro caso, siempre es arriesgarse, y él no tuvo miedo de hacerlo.

Jesús se apresura a cumplir con la petición del padre de una chica que estaba gravemente enferma. Y el buen hombre confía en Él. Cuando están próximos al domicilio, comunican a la comitiva que ya ha muerto la chiquilla. Jesús no se altera, le habla confidencialmente y confiadamente continua  a su lado. No va solo. Ni quiere el secretismo de permanecer solitario, creando una atmósfera de intriga, ni se rodea de multitud que le pueda aclamar estrepitosamente. Permanecen en la estancia, los familiares más próximos con los amigos íntimos del Maestro. Se acerca y pronuncia las solemnes palabras: Talita Kumi. No se trata de órdenes militares. En la  autoridad del Señor, domina siempre la ternura. Recordad, mis queridas jóvenes lectoras, que, como os he repetido en tantas otras ocasiones, no existía la para vosotras inquietante etapa de la adolescencia. Quien había atravesado la barrera de la segunda infancia, su cuerpo rebosante de vitalidad, reclamaba el cercano encuentro matrimonial y este estado, preparados los chicos por una educación donde comprometerse y ser fiel era un gran valor, les hacía perfectamente aptos para casarse . Jesús lo sabe muy bien, no pierde detalle. Ha salvado su vida, pero es preciso que se alimente, seguramente la enfermedad la había debilitado. La vida debe continuar satisfactoriamente. Los padres ni habían pensado en ello, el Señor sí. Es bondadoso hasta los últimos detalles. Es bondadoso con ella y lo es con todos. Hoy pienso más en vosotras y os recuerdo. Cuando una amiga esté en mala situación, corporal o espiritual, acordaos de Jairo y ocupad vosotras su lugar siendo fieles imitadoras de su proceder. Reclamad la ayuda de Jesús y pedidle que también a ella le diga: talita Kum. Que vuestra oración no desfallezca. Tal vez el tiempo de curación se prolongue, como el camino que le tocó seguir al buen directivo de la sinagoga, pero no os desaniméis.

Las calles de Cafarnaún eran estrechas. La gente apretujaba al Maestro. Vestía Él, como buen judío, una túnica y desde sus hombros pendía el talit, un rectángulo de tela que le servía para cubrir su cabeza en los momentos de oración, que le protegía del frío en otras situaciones o hasta en ciertos momentos le resultaba útil para trasportar ligeras cargas. El talit es uno de los distintivos del fiel hebreo. A uno y otro extremo del tejido, lleva cosido unos flecos acabados en una borla en cada extremo. Es una prenda muy querida. Os cuento unos ejemplos.  Cuando el genial judío Marc Chagall, quiso representar a Jesús, sujetó a su cintura, cubriéndole  hasta media pierna, pintó un talit. Y en plan más personal, os cuento que un amigo mío, cuando pasó por el mal trago de que su esposa se separara y llegado el momento de repartir sus bienes, le dijo: te puedes quedar con todo lo nuestro, yo solo me reservo el talit que llevaba puesto el día de la boda.

Aquella pobre mujer quería curarse. Su enfermedad no era sólo biológica. En tal trance, la mujer judía, era considerada impura y excluida de la vida social. Valientemente se salta ella las normas establecidas y palpa una de las preciadas borlas del talit del Maestro. No es un acto mágico. El Señor es consciente de sus intenciones, de sus deseos, de sus necesidades. Acede de inmediato, porque también conoce su Fe. Le otorga la curación y le da un don mayor: la paz. Siempre es así Dios. Sus respuestas no son roñosas, rebosan generosidad.


En los dos episodios de hoy reina la ternura. En vuestra vida ¿tratáis de comunicaros, de relacionaros y de obrar con cordialidad?  Hoy más que nunca es necesaria esta delicia de bondad.