XV Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
San Marcos 6, 7-13:
Profetas y aventureros

Autor: Padre Pedrojosé Ynaraja

En la época del profeta Amós, mis queridos jóvenes lectores, el pueblo hebreo estaba dividido y formaba dos naciones: el reino del norte o de Israel y el del sur o de Judá. Ambos tenían sus santuarios. Por mucho que el texto bíblico nos quiera inculcar que el de Jerusalén era exclusivo, en realidad se conservaban los otros lugares sagrados tradicionales, recibiendo trato reverente y conservando sus propios sacerdotes.

Amos era un pobre hombre que ejercía en el sur de pastor y, a ratos libres, recogía frutos de sicomoro y los ponía a secar al sol, consiguiendo lo que hoy llamaríamos un sobresueldo. El sicomoro es un árbol que vuelve a abundar en aquellas tierras. Cuentan que recibe este nombre porque sus hojas se parecen a la morera y sus frutos a los higos. He comido en alguna ocasión y no me han entusiasmado. Lo que pasa es que me los ofrecía una buena mujer de Jericó, recogidos de un gran ejemplar que recordaba el episodio de Zaqueo y por eso lo saboreé con fruición. Pero ya os he dicho que es un fruto de inferior calidad. Y ser pastor, en aquel tiempo, no era ocupación envidiable. Y ya lo veis, a un hombrecito de tan poca talla, se le ocurre a Dios escogerlo para profeta. Ser profeta es responder a una vocación arriesgada. Es estar dispuesto a ir a donde sea y denunciar a quien sea, si así lo quiere Dios. Y sin remilgos, ni descuentos, ni retrasando el encargo. El profeta debe decir lo que por encargo de Dios le conviene oír y cumplir al pueblo.
A nadie le gusta que vengan de fuera a descubrirle sus trapitos sucios. En diplomacia una intromisión en los asuntos internos, supone la expulsión inmediata. La cosa viene de antiguo, el sacerdote de Betel, hoy un villorrio de Palestina, situado al norte de Jerusalén, le irrita que este mocoso del sur le venga de parte del Señor a advertirle de sus errores y de inmediato le indica que se vaya a su casa y a su ocupaciones y que le deje en paz. Aparentemente es lo justo, me diréis. Pero cuando interviene Dios, las cosas pueden cambiar de signo. Es lo que le recuerda el solitario Amos.

Un profeta incomoda casi siempre, recordad a los tales de nuestro tiempo: Casaldaliga, Helder Camara, Abbe Pierre, Proaño, Romero, por citar algunos de los más conocidos. Amenazados de muerte, alguno asesinado, destaca en ellos la fidelidad y valentía sin ningún ánimo de lucro. Claro que lo que os he dicho no siempre se cumple. Estoy pensando en Chiara Luvich o en Teresa de Calcuta, profetas sin duda y de gran talla y que nunca, que yo sepa, ni siquiera fueron amenazadas.
¿Quién de vosotros se apunta a obrar con valentía como Amos?
El fragmento evangélico es encantador. Jesús practicaba aquello que posteriormente se ha venido a llamar formación por la acción. A los incipientes discípulos les lanza a la aventura de la evangelización. Lo propio de las sectas, y de los que actúan con espíritu y técnicas sectarias, es la desconfianza. Quieren siempre estar seguros de sus colaboradores. El Señor, no. Era consciente de que el Padre Eterno había arriesgado su entrada en el mundo a la generosidad de una chiquilla, Santa María, y que le había salido bien. El arriesga la fundación de su Iglesia poniéndola en las manos de inexpertos galileos. Y también le salió bien. Buena prueba de ello es que dura y durará. Porque también en la actualidad confía en nosotros, no de mejor calaña que sus amigos de aquel tiempo.
A las recomendaciones, ropa y calzado aconsejado, hoy llamaríamos equipo de subsistencia. La ruta que les abre e invita a seguir es pura aventura. La aventura que les propone, la aventura que os propone y la que me encomienda a mí también, es apasionante. Os lo aseguro, mis queridos jóvenes lectores, algunos me han propuesto que escribiera mis memorias, ahora que soy viejo, pero yo les respondo que lo interesante no es lo que yo he hecho, lo asombroso es lo que Dios me ha ofrecido. Lo es tanto y en tantas ocasiones que si quisiera contarlo no cabría en ningún libro.

No lo dudéis, si estáis pensando en diseñar vuestro futuro, más que pensar en salidas profesionales o en seguridades económicas, preguntaos a qué aventura os invita el Señor. Tomad una hoja de papel de calidad en blanco y firmad en la parte inferior. Él irá trazando el itinerario. Cuando os tiente la duda, cuando rocéis el fracaso, cuando flaqueen vuestras fuerzas, cuando la niebla espiritual desdibuje vuestro entorno próximo, enseñadle a Dios la hoja firmada en blanco y exigidle, sí exigidle, que escriba en ella, que os avale. Descubriréis entonces que, sin saberlo, estaba a vuestro lado. Es el caminante de Emaús. El acongojado de Getsemaní. El compañero nocturno, con cierta dosis de ironía, como lo fue con Nicodemo. El sufriente angustiado del Calvario. Y, de repente, le notaréis resucitado, dándoos fuerzas y coraje.

Si este verano que empieza disfrutáis de vacaciones, no lo dudéis, en vuestro horizonte contemplad barrios marginales de cualquier gran ciudad, actividades al aire libre en las que podréis entusiasmar con vuestra Fe, no contentándoos con recomendaciones ambientales, posibles cambios climáticos e intercambios culturales. África es una cima espiritual más fascinante que sus montañas. Latinoamérica más encantadora que sus costas caribeñas. India misteriosa, donde la pobreza forma parte de su extenso paisaje, os puede iniciar en caminos semejantes a los que encontraron Teresa de Calcuta o Vicente Ferrer.
Continuaré pensando en vosotros, continuaré rezando por vosotros, continuaré dispuesto a serviros, si solicitáis mi ayuda. Dios es sorprendente y su imaginación portentosa, os lo repetiré siempre.