XVIII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
San Juan 6,24-35:
Huir de la mediocridad y aprender a alimentarse

Autor: Padre Pedrojosé Ynaraja

Nuestra cultura capitalista necesita del consumo para poder seguir existiendo. Y para ser un buen consumidor, es preciso ser mediocre. Como decía aquel. “ser tan pobre tan pobre, no tener más que dinero”. Como los investigadores adelantan tanto en sus inventos, las empresas que quieren sacar provecho de sus inversiones, por consiguiente, fomentan el consumo. Se las arreglan para crear necesidades que en realidad no son precisas. Y sumergidos en estos mejunjes de la propaganda escrita, radiada y televisada, se vive sin profundizar en nada. Y el cristiano nunca debe olvidar, que no puede comportarse como un vulgar consumidor. Claro que Pablo se refiere a los gentiles, me parece a mí que, hoy en día, el equivalente a sus referencias, sería los consumidores. Tratad vosotros, mis queridos jóvenes lectores, de encontrar otra mas apropiada, si os parece. Lo que he escrito, es lo que se me ha ocurrido a mí, respecto a lo que leemos hoy en la segunda lectura de la misa.


Hay gente que nunca esta satisfecha, que son pedigüeños de nacimiento, ambiciosos y abusones. No disfrutan de lo que tienen, porque piensan siempre en lo que carecen, aunque no les haga ninguna falta.


Disfrutaba yo, mis queridos jóvenes lectores, hace unos meses, bebiendo un té beduino por los mismos parajes donde el pueblo de Israel se quejaba a Dios, el pasaje de la lectura de hoy. Viajábamos del Sinaí al Cairo. Pensaba, mientras tragaba un brebaje preparado sin la más mínima precaución higiénica y olvidando normas propias de un “té de las cinco” ingles, en lo buena que era la cerveza fresca. No me quejé de que aquellos beduinos, en su rudimentario tenderete, no sirvieran otra cosa que la infusión fuertemente mentolada y dulce. Tuve esa precaución. No quería reproches divinos. Y me supo a gloria.


La codorniz es un ave migratoria. Acumula grasa para autoalimentarse en sus largos desplazamientos, pero no por ello deja de experimentar cansancio y agotamiento al final de la jornada y aterrizar exhausta, resultando entonces fácil su captura. Del maná he leído muchas interpretaciones. Como en algún pasaje se dice que tenía sabor de harina y miel, pienso en él, cuando saboreo el “pain des epices” francés. O, en alguna ocasión, he mezclado “palomitas” (o crispetas, como queráis llamarlas), con miel, para imaginarme mejor la escena. Sea lo que fuese, se les facilitó al pueblo israelita que marchaba por el desierto camino de la Tierra Prometida, un “plato combinado” equilibrado. Hidratos de carbono, proteínas y lípidos. ¿qué más podían ambicionar?


Lo del maná fue una cosa emblemática, quedó en la memoria colectiva del pueblo, aunque no supieran con exactitud qué era. Únicamente imaginada, no obstante, era la piedra de toque, de un religioso gourmet judío.


El lago de Genesaret, me he referido a él en otras ocasiones, es un óvalo de no más de 9km en una dirección y 19 en la otra. Los habitantes de aquellos lugares utilizaban la barca, de una sola vela cuadrangular, que ayudaba a los remos, como ahora se utiliza para pequeños desplazamientos, la bicicleta, iban de una orilla a otra, en esta caso seguramente dirección SE a NE, con gran facilidad. La “base de operaciones” era la casa de Pedro, hoy perfectamente identificada. Una casa no era un pisito actual. Permitía la convivencia entre vecinos y el encuentro en los patios circundantes de los amigos, para charlar de lo que se prestase. Espacio abierto a todos, lugar aislado por paredes que facilitaba la conversación confidencial, eso era lo que había entre las viviendas donde, prácticamente solo se entraba a dormir.
A la gente que le encuentra y a los amigos, con ironía, les dice el Señor que le buscan porque se han hartado de pan y pescado. Para sorpresa de ellos, infravalora lo que han comido. Dice que Él tiene mejores manjares que ofrecerles. Y salta entonces el emblemático maná. Y vuelta a la infravaloración. ¿Qué es, pues, lo mejor? ¿Tal vez superará lo que sus antepasados recibieron en el desierto? Solemnemente responde el Maestro: yo soy el pan de vida. Les dejó boquiabiertos y pasmados