Solemnidad: La Asunción de la Santísima Virgen María.
San Lucas 1, 39, 56Autor: Padre Pedrojosé Ynaraja
No es ningún dogma de Fe el lugar donde nos dicen los arqueólogos que estuvo depositado el cuerpo de la Virgen, no lo es, pero devotamente inquieto, se acerca uno al lugar situado a pocos metros del huerto de Getsemaní, a la orilla del Cedrón. Franquea uno la entrada y baja por una enorme escalinata. Es un santuario griego y por lo tanto su decoración interior, sus iconos, sus cirios y sus lámparas, corresponden a esta cultura. Cuando va descendiendo se cruza con gentes cristianas y musulmanas, de actitud devota, ya que el lugar no interesa al simple turista. Llega finalmente al sepulcro, obviamente vacio. La piedra que uno ve es donde se depositó su cuerpo. Este es el parecer de los arqueólogos
Cuentan antiguas narraciones que María había permanecido discretamente al margen
de la comunidad naciente, acompañándola con espíritu maternal. Tal vez, según
otros relatos, había pasado unos cuantos años con San Juan, en Éfeso. Ella
misma, el día de Pentecostés, sintió doblemente la emoción del momento. Recibió
el mismo don que los demás, que aumentaba su felicidad, pero, a diferencia de
ellos, que era la primera vez que lo recibían, en aquel momento revivía el
encuentro de Nazaret. ¡Cuan prodigiosa había sido su vida transcurrida entre los
dos momentos! Constatarlo la rejuveneció. Volvió a ser la chiquilla dócil que en
aquel momento trascendente, poco antes de casarse, había dicho que sí a los
proyectos del Señor, aunque alteraban lo que ella pensaba sería su futuro. Su
confidente ahora ya no sería Isabel. De entre los discípulos, el que mejor la
entendía, era Juan. No podía ser de otra manera, se lo había confiado su Hijo en
la cruz. Iba plácidamente envejeciendo. De la proximidad de su muerte, hablaban
con respeto los discípulos que habían permanecido cercanos a Jerusalén. Entre
ellos se comunicaban sus inquietudes. Algunas crónicas cuentan que los ángeles
un día, embargados de emoción, fueron convocándolos uno por uno, para que
acompañaran su partida. Allí, en aquella casa donde habían compartido la primera
Eucaristía, donde recibieron el don del Espíritu Santo, allí murió la Virgen. Y
decidieron enterrarla junto a donde pasó el Señor la última noche de libertad,
en la finca de la madre de Juan-Marcos. De uno a otro extremo habrá algo así
como 45 minutos. Tristemente irían a enterrar a la madre de su Señor. Estaban
todos menos uno, evidentemente, se trataba de Tomás, que llegó tarde ¿Quién sino
iba a ser? Le contaron el plácido final de la madre del Maestro, fue como un
sueño, le decían. Indudablemente, quiso visitar el sepulcro y fue entonces, ante
la sorpresa de todos, que vieron que la sepultura estaba vacía. Al
principio les extrañó, luego les pareció lógico. El Maestro la quería junto a
sí.
Había marchado, se sentían huérfanos. Pronto comprobaron que no lo estaban.
Santa María siempre había sido discreta, nunca había querido desplazar al Señor
del centro del grupo, un centro que empezaba a llamarse Iglesia, unos compañeros
que se sentían hermanos y empezaron las gentes a conocerlos con el nombre de
cristianos.
La desaparición del sepulcro del cuerpo del sepulcro no fue una huida. A partir
de aquel momento estuvo más próxima a todos. Se convirtió en la confidente de
los hombres. Por todo el mundo cuentan, como que un día se ha encontrado con
gente sencilla. Los que miran estas cosas desde fuera, se ríen de que haya
escogido a pastorcillos, a algún fraile o monja de segunda categoría, a
poblaciones del Tercer Mundo… Piensan ellos que debería haberlo hecho a
científicos, a intelectuales de reconocida solvencia, o a políticos capaces de
modificar la vida pública. Visto desde fuera, parece que esto sería lo lógico.
Nosotros, que recordamos su magníficat, nos damos de cuenta de que obra en
consecuencia con lo que el día de la visitación dijo.
Se durmió, dicen por tierras orientales. Ascendió a los cielos, proclaman en
occidente. Su Hijo quiso que no sufriera corrupción su madre, virgen
transparente, ingenua, amorosa, que se deja amar por las multitudes sencillas.
No os cuento esto en vano, mis queridos jóvenes lectores, vengo observando desde
hace un tiempo, que progresáis en muchos campos, que tenéis inmensas
posibilidades de viajar, de hablar muchas lenguas, de intercambiar información,
vía internet, mediante mensajes cortos y baratos ¡de tantas cosas sois capaces!
Pero asombrado os observo mancos de amor. De amor entre vosotros. Explicáis que
salís juntos y el día menos pensado, con la misma frivolidad con que
empezasteis, os separáis. He observado que no germina en vuestro interior el
deseo de amar a alguien con pasión o que, si alguien imagináis os ama, no os lo
tomáis en serio. He observado que no sabéis dejaros amar. Pienso yo ahora, que
muchos de vosotros no sabéis la felicidad que aporta el amar a alguien. Que
desconocéis como enriquece ser amado, de aquí que os vea a muchos pobres e
infelices, sin siquiera daros cuenta de vuestras carencias. ¿de qué vale la
estancia en el más lejano y exótico país, si no tenéis allí un amigo? ¿de qué os
sirve saber un idioma, apto para desplazaros por oficinas, albergues, ciudades y
lugares de ocio, si en ninguno de estos sitios dejáis un amigo, habéis dirigido
palabras amables, repletas de amor?
¿Es que existen escuelas de amor? ¿es que alguien es capaz de enseñarnos a amar?
¿es que es necesario aprender a amar? ¿no es una cosa espontánea?.
No olvidéis que la felicidad mayor se percibe amando. La mejor riqueza se
consigue invirtiendo en amor. El gozo más enorme que pueda uno imaginar, se
siente cuando uno con sencillez, sin egoísmo, se deja querer.
No son puras teorías. No me digáis que me he vuelto beato y ñoño. Si estáis
insatisfechos de vosotros mismos, tened en cuenta a Santa María. Dirigidle
alguna de las oraciones tradicionales. Repetídsela una y otra vez, como los
sones de las canciones de moda, se repiten hasta que penetran en la médula del
corazón. Su amor, el de la Virgen, no es pegajoso, nunca es una pelma, nunca os
pedirá nada a cambio. Poco a poco os daréis cuenta de que la sentís como la
amiga que más necesitabais. Y vuestra vida cambiará. Y os sentiréis felices.
Me doy cuenta ahora de que no he hecho ninguna referencia a los textos
litúrgicos de la misa de hoy y no voy a alargarme haciéndolo.
La primera lectura es una fantasmagórica visión, que en imágenes plásticas,
desmerece casi siempre. Yo solo he encontrado una que me encanta, está en la
Alta Saboya, a los pies del Mont Blanc. Para gozar de la lectura es preciso
olvidar el análisis cerebral y dejar a la imaginación que campe a sus anchas.
San Pablo, en la segunda lectura, es mucho más cerebral, siempre pensé que
aunque en el Nuevo Testamento se diga que pasó un día con su hermana, poco
contacto con ella tuvo. Le falta la sensibilidad y ternura que aporta la
mujer-hermana. Tiene toda la razón en lo que dice, se explica como un sabio.
Pero codearse con gente importante, no siempre es suficiente para ser feliz
El evangelio relata el encuentro de dos mujeres prodigiosamente embarazadas y de
edad muy diferente. Dos mujeres que se abrazan, se emocionan y una de ellas,
Santa María, canta. ¿hay algo más sublime?. Una de mis primeras visitas, cuando
voy a Jerusalén, es a la tumba de María. Me gusta también llegarme a un recinto
sencillo, donde está la tumba de Santa Isabel. Le pido ella, que fue tan
afortunada al recibir la visita de la madre del Señor y la primera que escuchó
el Magníficat, que me contagie un poco de su suerte.