XXIV Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
San Marcos 8, 27-35.
De excursión

Autor: Padre Pedrojosé Ynaraja

Uno de los parajes de Tierra Santa que más me gusta visitar y, si Dios quiere, dentro de pocos días podré hacerlo, es allí donde nace la principal fuente del Jordán, hoy llamado Banias, lugar donde en tiempos de Jesús, acababa de surgir una nueva población, a la que el tetrarca Felipe puso por nombre, en honor del emperador romano, Cesarea. De esta ciudad quedan muchos restos arqueológicos, especialmente de carácter religioso. Altares y hornacinas en honor del dios pastoril Pan. El paisaje es impresionante, pertenece a las estribaciones del Hermón, de nieves perpetuas. Hoy en día, ya no veo siempre en verano los heleros que observaba antaño y que Jesús contemplaría. Será consecuencia del cambio climático. Es un lugar muy apto para ir de excursión y, probablemente, el pasaje de la misa de hoy ocurrió durante las fiestas de las tiendas o sukkot, que se celebraban a finales de verano. En una situación así y en un tal entorno, hoy diríamos que se desconecta y que uno va a cargar pilas, lejos del barullo de las ciudades.


Todos vosotros, mis queridos jóvenes lectores, alguna vez os habréis mirado al espejo preguntándoos: ¿Cómo soy yo? Y también os habrá intrigado saber que piensan de vosotros los demás. Porque uno puede conocer como le juzgan los profesores por la nota que le ponen, o el empresario por el jornal que le asigna y la responsabilidad que le confía, pero importa mucho saber que opinión tienen de uno los compañeros, aquellos que amamos o nos quieren, con quienes tanto compartimos.


Jesús no era en esto diferente. El lugar donde se encontraban es muy apto para las confidencias, que son señales de confianza. La montaña, aquella gruta impresionante abierta bajo un enorme peñasco, el silencio y el suave rumor del manantial, son escenario muy propicio para formular preguntas de estas. ¿Quién dicen que soy? ¿Quién creéis vosotros que soy yo?. Se adelanta Pedro y afirma decidido que Él es el Mesías. De acuerdo que el Señor acepta la respuesta, y sabemos por otros evangelistas, que le anunciará la misión que piensa confiarle, pero hoy me ceñiré al fragmento relatado según Marcos.


El Maestro huye de halagos. Hay gente hoy en día que no se siente satisfecha si la prensa o la televisión no hablan de él, o si, en los buscadores de Internet, no aparece su nombre centenares de veces, que su máximo gozo es ser homenajeado, satisfaciendo así su vanidad. Jesús no es de este modo. Los comentarios que les hace son un jarro de agua fría que vuelca sobre ellos. Les anticipa que será juzgado por las autoridades, que será condenado y ajusticiado. Está echando todo a perder y Pedro no lo puede resistir y trata de conducir la conversación por terrenos laudatorios. Bruscamente le interrumpe el Señor: ¡fuera de aquí, satanás! A nosotros tal respuesta nos deja indiferente, no es “políticamente correcto” hablar hoy del demonio. Pero en aquel tiempo, y para aquella gente, sonaba como el peor insulto. Algo así como si le dijera que era un hijo de … Y se lo tuvo que tragar.
Si el lugar era placido, las sentencias del Señor fueron inquietantes: es preciso ningunearse si se quiere ser discípulo suyo, llamadle fan, si os suena a más actual.


Quien quiera triunfar, debe jugarse la vida, arriesgarse. Aceptar la derrota o la marginación, por ser fiel al Señor. Sólo desde este aparente fracaso, se logra el triunfo. Son paradójicos los criterios del Señor, no lo olvidéis.


La epístola de Santiago es sumamente práctica. A veces afirmamos de alguien que es cristiano practicante porque va a misa y nada interesa de su comportamiento en su entorno. El criterio expresado en la carta es lo contrario. Es cristiano practicante aquel que arrima el hombro, que acompaña, que se sacrifica, que es generoso… Puede uno legítimamente pensar ¿así la Iglesia es una simple ONG, de mayor categoría, pero nada más? Muy al contrario. El programa de comportamiento cristiano es de tal talla, que exige la Fe para poder cumplirlo, que es necesaria la ayuda de la Gracia sacramental, llámale escuchar la Palabra proclamada y comer la Eucaristía, ir a misa, dicho vulgarmente, para ser capaz de llevarlo a término. Ser amigo de Jesús, no lo olvidéis.


Creedme, en ciertas temporadas que yo mismo no tengo obligaciones profesionales en ninguna iglesia, que nadie me espera para la celebración litúrgica, cada día, frecuentemente por la noche, en la soledad de mi iglesita, celebro misa, aun estando yo sólo. Quiero ser sacerdote cristiano practicante y, para conseguirlo, se que es preciso alimentarme de la Eucaristia. Pero si me considero practicante, es porque respondo a los planes que Dios tiene preparados para mí, es decir: ayudo, acompaño, enseño.