XXVI Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
San Marcos 9, 38-43. 45. 47-48: Lenguaje barriobajero y coherencia

Autor: Padre Pedrojosé Ynaraja

Sorprende, cuando uno lee el fragmento de la carta de Santiago, que se proclama en la misa de hoy, las expresiones brutales que utiliza en su comentario sobre los ricos. No brilla el párrafo por su corrección verbal, hasta diríamos que es un lenguaje de mal gusto.
Mis queridos jóvenes lectores, antes de continuar cualquier reflexión, es preciso que nos reconozcamos ricos. La situación social entre nuestros vecinos tal vez nos haga creer lo contrario, pero debemos de tener una visión global, planetaria. El solo hecho de saber leer, de poder dormir en un recinto, de comer cada día algún alimento, nos califica de tales. Sin olvidar realidades que pueden parecer anecdóticas, Por ejemplo, en la Península disponemos de sal en tal cantidad, que hasta la utilizamos como quitanieves en nuestras carreteras. Por el centro de África o del subcontinente asiático, es un lujo que no todos pueden disponer de ella. O que no les llega con dificultad y deben acudir a cenizas de cierta planta que tienen sabor semejante. Cuando hace años me enteré de estas cosas, en solidaridad con ellos, deje de echar sal a mis comidas. También entre nosotros, podemos disponer de aceite de oliva, algo más caro que los de otros vegetales, con el que sazonamos nuestras ensaladas y después tiramos lo que sobra de nuestros platos. Pues bien, en muchos lugares, con dificultad pueden encontrarlo y si lo tienen, lo utilizan como medicina. Somos gente de cultura escolar, recibida en aulas y dentro de poco cada alumno dispondrá de su ordenador personal, amén de papeles, lápices, bolígrafos en abundancia. Estos últimos ni siquiera hemos de comprarlos, nos los regalan las casas comerciales. Hace pocos días, en los Altos de Golán, en un poblado druso, nos paramos para solicitar una información. Nos atendió una joven madre amablemente, para agradecérselo le dimos dos bolígrafos que no nos habían costado nada, se puso tan contenta que nos obligo a aceptarle seis manzanas del árbol del que estaba recogiendo su fruta.


Si queremos somos ricos en buenos modales, nos han enseñado fórmulas de saludo, medidas higiénicas, fechas de caducidad hasta del agua pura.


Podría continuar mucho rato recordándoos hábitos nuestros, para que nos concienciáramos de nuestra realidad ante Dios y escucháramos el duro lenguaje de Santiago. No nos recriminaría jornales mal pagados o negocios sucios, aprovechando situaciones de indigencia. Seguramente nos censuraría la ropa en buen estado que abandonamos porque ya no está de moda. El modelo de MP3 comprado porque su tamaño es un poco más reducido del que poseemos. Nuestra cultura vive del usar y tirar. La cultura de Dios requiere adquirir y utilizar lo necesario, aprovechándolo del todo. Nuestra sociedad estimula el poseer en beneficio propio y exclusivo, máquinas, aparatos y cuentas bancarias. La economía de Dios exige compartir. Poco a poco, si atesoramos como acostumbramos, o si no nos caben las cosas en el armario y acudimos a cualquier ONG que nos lo vacíe, la polilla espiritual va carcomiendo nuestro espíritu. La piel anímica puede tener buen aspecto, pero las entrañas del corazón se van necrosando.


Seamos sinceros, aceptemos el lenguaje de Santiago y cambiemos nuestra conducta.


El texto evangélico del presente domingo no se queda corto en dureza de expresiones. También es preciso que antes de proseguir, analicemos con meticulosidad nuestra realidad interior. Nos parece que la envidia es propia de chiquillos o de quinceañeras presumidas. Si nos observamos, por adultos que creamos ser, descubriremos que un montón de decisiones las tomamos por la pura satisfacción de conseguir superar a los demás. Que nuestro malhumor es consecuencia, la mayor parte de veces, de la rabia que nos da que alguien consiga lo que nosotros no tenemos y no necesitamos, o que goce de una situación, que la queremos para nosotros y no hemos sido capaces de conseguir. La envidia envilece. Si quieres saber si estás desposeído de ella, piensa si te alegra que tu compañero triunfe. Porque ayudar al que tiene una necesidad o esta sufriendo una pena, no resulta muy difícil. Gozar al enterarte de que quien conoces y está próximo a ti, ha recibido un premio o le ha tocado en suerte algo de valor, es señal de que la envidia no nos envenena. Pero, os lo aseguro, hay que someterse a controles periódicos, si uno quiere estar libre de esta plaga.


Es radical Jesús cuando se refiere al mal que puede hacérsele a un pequeño. Se habla ahora de corrupción de menores, como si fuera un descubrimiento de la sicología actual. De los traumas que puede provocársele a un menor, de consecuencias nefastas para toda su vida. El Señor ya nos previno, aunque no le llamara pederastia. El trato con el niño o niña, debe tener la delicadeza que ponemos cuando está en nuestras manos una pieza de fino cristal tallado a mano.


No quiero continuar mis comentarios. Me gustaría que vosotros mismos os esforzarais en traducir a vuestro lenguaje actual, a vuestro argot, el estrambótico decir, propio del semita Jesús. Y sacar de él consecuencias.-