XXVII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
San Marcos 10, 2-16: Del matrimonio y otras hierbasAutor: Padre Pedrojosé Ynaraja
Hoy se habla de inteligencia emocional cuando se plantean cuestiones referentes al futuro de una persona. Este concepto no es únicamente objeto de interés en las empresas dedicadas cuestiones de empleo profesional. La prosperidad de la vida íntima, la felicidad, depende en gran manera de esta cualidad, de la que no son ajenas ni la imaginación, ni la intuición, por muy olvidadas que las tengamos.
Habréis observado, mis queridos jóvenes lectores, que acostumbro a empezar mis
mensajes homilía, con el enunciado de unos principios que a vosotros
posiblemente no os interesarán. Os invito a que no los leáis ahora, que los
dejéis para el final, pero que, no obstante yo creo que deben figurar al
principio.
La historieta del Paraíso es preciosa. Es una maravilla, cuando uno se la recrea
en su interior valiéndose de la imaginación. Pierde atractivo, así me lo parece
a mí, cuando la ve descrita, por ejemplo, en una película. Siempre encuentra uno
que le falta poesía. Quiero advertiros, que en el lenguaje de la época, poner
nombre, no significaba elaborar un fichero. Es decir que, el mítico Adán, no fue
elaborando vocablos diferentes para cada uno de los animales que el relato dice
desfilaron ante él. Diría yo, que el hombre primitivo, fue observando asombrado,
las diferentes especies vivas que tenía a su vista y formándose un juicio de
cada una de ellas. Hasta aquí y también después, mezclo reflexiones bíblicas,
con criterios antropológicos. Que mencionar la antropología está muy de moda.
Asombro y soledad fueron sensaciones simultáneas. Era una maravilla lo que
contemplaba, pero, sinceramente, no era un espectáculo, lo que en aquel momento,
más deseaba. Sentía una imperiosa necesidad de compañía, de compenetración
íntima y personal, con alguien semejante a él. Exactamente como os pasará a
veces a vosotros ciertos días, que ni un film, ni un libro, ni una canción, os
satisfacen. Sentís hambre espiritual, de algo diferente y superior.
La argucia del autor inspirado, al suponer que durante un sueño profundo le fue
arrebatada una costilla a Adán y de ella surgió Eva, es un prodigio narrativo.
Es proclamar de una manera elegante, que varón y mujer, son seres con la misma
dignidad y consistencia, aunque no sean exactamente idénticos. Sin tener que
acudir a análisis de ADNs o de cromosomas. Ni la gente de aquellos tiempos, ni
la mayor parte de los de nuestra actualidad, hubieran sido capaces de
entenderlo.
Os advierto, por si no habíais caído en la cuenta, que, numéricamente hablando,
la mayor parte de los seres vivos carecen de sexo, y ni siquiera en estos
innumerables casos, podemos hablar con propiedad de reproducción o de muerte
individual. Cuando un ser unicelular se divide, o se multiplica de otra manera,
no hay propiamente fallecimiento, ni para que ocurra, debe haber intervenido
algún instinto.
Avanzando por el terreno del mejoramiento de los seres vivos, aparece poco a
poco el dimorfismo y el correspondiente atractivo de uno hacia el otro sexo.
Llega un momento sublime, superadas muchas etapas, alcanzada la hominización y
el progreso de la cultura, que al impulso de las hormonas, se le añade el
prodigioso hechizo del amor matrimonial, amasijo de instinto, erotismo y
caridad, que le sirve para entrar en comunión íntima, reconociéndose carne de la
misma carne, y es tan colosal el encuentro, que goza de la posibilidad de
engendrar otro ser inmortal, capaz de ser santo, proyectándose, como sus mismos
progenitores, hacia horizontes de eterna felicidad. Pero saber estas cosas y
vivirlas, ha sido cosa de muchos siglos de progreso. Lo proclamó el Maestro, dio
testimonio de ello, al asistir a una boda y adelantar, a sugerencia de su madre
Santa María, el milagro de convertir el agua en vino allá en Caná de Galilea.
Después, a este encuentro, la Iglesia lo reconoció como sacramento, de manera
que esta unión personal, limitada a espacios reducidos, vivida en la intimidad
del amor y durante no demasiado tiempo, se convirtió en fuente de Gracia eterna.
De entender esto y aceptar el prodigio, se deriva la dignidad del matrimonio y
por ende, que sea único y para siempre.
Hoy en día muchos ignoran estas cosas, no quieren aprenderlas, o quieren
olvidarlas y, en consecuencia, pretenden retroceder a antiguos modos. Es
lamentable y erroneo.
Es tan grande este misterio, imagen sensible de la unión que existe entre Cristo
y su Iglesia, que algunos, prescindiendo voluntariamente del matrimonio,
dedicamos nuestra vida a servirle, ayudar y colaborar, para que tenga éxito.