Fiesta: Nuestra Señora del Pilar
San Lucas 11,27-28:
La Virgen del Pilar

Autor: Padre Pedrojosé Ynaraja

Viví en mi niñez a muy pocos metros de la basílica zaragozana. Eran tiempos de guerra civil, acudíamos allí a implorar ayuda. Nunca lo he olvidado. Estoy seguro de que mis súplicas eran ingenuas. Posteriormente, en Burgos, acudía los domingos a misa a la iglesia del Carmen, si iba con mi madre, o a la de la Merced, si acompañaba a mi padre. Os he contado estas anécdotas de mi vida, para que no os extrañe, mis queridos jóvenes lectores, que la primera pregunta teológica que recuerdo formulé a mis progenitores, fue esta: ¿la Virgen del Carmen, es la misma que la de la Merced? Por supuesto, y sin ninguna duda, me respondieron afirmativamente.


Dicho lo anterior, es justo que nos hagamos la pregunta ¿para qué sirven las diferentes advocaciones? ¿no sería mejor prescindir de todas ellas? Tal vez sí, os respondo con sinceridad. Es uno de los obstáculos que surgen en nuestra relación con algunas confesiones cristianas. Pero una afirmación tan radical, derivaría a una cierta carencia afectiva, os lo digo con la misma franqueza. Explico siempre que, así como conservamos fotografías de diferentes momentos de la vida de nuestra madre, que nos expresa cada una de ellas diversos aspectos de su personalidad (en unas sonríe, en otras está acompañada de nuestro padre. En unas es joven, en otras adulta, etc.), así, las diferentes imágenes de la Virgen, las historias o leyendas que acompañan, nos dicen mucho del amor que nos tiene, de su poder intercesor ante su Hijo, de su gran y sensible humanidad. Cada una refleja un sentimiento o una realidad de Santa María y que a cada uno, le caiga simpática la que más le guste en aquel momento, o se sienta más identificado con ella. Ciertamente que una mujer a quien se le ha muerto su hijo, se identificará más con una imagen de la Dolorosa, la del momento en que estaba acompañando a su Hijo agonizante. O que unos recién casados, aprecien la pintura donde Ella está intercediendo para que Jesús ayude al matrimonio que celebrando su boda, se ha quedado sin vino. Santa María, sin dejar nunca de ser de nuestra estirpe, es una excelente imagen evocadora de la ternura del amor divino, del que tanta necesidad tenemos. Añádase que la consideramos nuestra abogada defensora ante Dios.


En otras ocasiones la imagen recuerda determinadas dedicaciones. A la del Pilar se le atribuye el patrocinio sobre Hispanoamérica. Y en su fiesta, o cuando uno visita la basílica, recuerda las naciones hermanas del continente americano que tanto ama. Y viendo las banderas de estos países, le cuesta poco rezar por la gente que vive en ellos, que, en algunos casos, se trata de amigos y amigas.
Respecto a las lecturas litúrgicas. La primera hace referencia al Arca de la Alianza. Se trataba de una preciosa caja emblemática, en la que se guardaban algunos objetos, símbolo de la predilección de Dios por su pueblo. De aquí que sea el Arca, evocadora de la Virgen.
La segunda lectura, la evangélica, es una corta narración anecdótica. Una sencilla mujer, que está escuchando entusiasmada al Señor, le hecha un piropo. Que nadie se escandalice si digo que fue el equivalente a nuestro popular ¡viva la madre que te parió!. Sin recriminar el elogio que de su madre hace esta buena mujer, y para no desalentarla, añade el Maestro lo de dichosos los que escuchan la palabra de Dios y la ponen en práctica. Evidentemente, María había sido, era y continuó siendo, la persona que mejor puso en práctica los deseos de Dios-Padre. De aquí que con justicia se le de el nombre de “nuestra Señora del sí”. Nos toca escuchar las palabras de Jesús y prometerle que cada día trataremos de ser fieles a sus deseos.


Tal vez, como yo, hoy, recordéis emocionados el himno del lugar y, desde lo más profundo de vuestro, ser digáis: cantad, cantad, himnos de gloria y de alabanza, cantad, cantad, a la Virgen del Pilar. Que no es otra que Santa María de Nazaret, aquella jovencita que tuvo la audacia de decir a Dios que sí y que fue siempre fiel a lo que se comprometió. ¡Anda, que no es poco! Y debemos pedirle que interceda para que cada uno de nosotros, de acuerdo con nuestra talla, lo sea también.