Solemnidad: Todos los Santos
San Mateo 5, 1-12ªAutor: Padre Pedrojosé Ynaraja
El concilio Vaticano II estableció que debía renovarse la antigua edición del catalogo de los santos y fue trabajo de bastantes años el conseguirlo. Fue el último documento que se publico. Su título es Martyrologium romanum. Lo compré en cuanto salió. Se trata de una lista de todas aquellas personas que a lo largo de los siglos se sabe que han vivido cristianamente de tal manera, que su ejemplo, sus escritos, si existen y sus palabras, si son recordadas, son dignas de imitación. Son muchísimos, no los he contado nunca, ni me apetece hacerlo. Añádase a lo dicho, que, en una basílica romana, edificada en una islita del Tiber, reciben homenaje cristiano otras personas, no todas católicas, que han destacado en los últimos tiempos por su vida ejemplar, son los mártires del siglo XX. No están en la lista de la que os hablaba, pero no se los ha olvidado. Ignoro si han editado un catálogo y mi propósito es visitar esta iglesia la primera vez que pueda ir a la Ciudad Eterna. Han existido muchos más, que ni están catalogados, ni sus reliquias depositadas en la tiberina, pero nadie ha solicitado, y llegado el momento, demostrado, que su vida fue ejemplar. De esta limitación es muy consciente la Iglesia y por ello, un día al año, lo dedica a rendir tributo a todos, los conocidos y los ignotos. Reunirnos y celebrarlo, emociona mucho más que acercarse a monumentos al “soldado desconocido”. En los cementerios de guerra, uno puede leer, junto a las tumbas, el nombre del militar cuyo cuerpo allí está depositado. He visitado algunos, en el sur de Francia, en la Normandía, sin duda los más impresionantes, y en Jerusalén, en el monte de los olivos. Creo que en todos he encontrado alguna inscripción del siguiente tenor: aquí yace un soldado cuyo nombre solo lo conoce Dios. Me ha impresionado mucho siempre.
Cuando se trata de santos, de personas que he tratado y he experimentado su
bondad, su recuerdo siempre me emociona aun más.
Os cuento, que en mi despedida del día, junto al sagrario que tengo tan cerca,
mi oración es una especie de letanía. Cuando llego a los difuntos, voy
pronunciando nombres de personas con las que traté, o que de alguna manera
conocí, añadiendo a continuación: buenas eternidades, les des, Dios. Es una
petición. Con seguridad, mi oración puede ser ayuda. Pero, en ciertos casos,
vuelvo a pronunciar los mismos nombres, añadiendo: interceded por nosotros ante
Dios. En la Eternidad no hay antes, ni después, todo es actual. De aquí que sea
legítima mi oración dirigida en ambos sentidos.
No os puedo negar que a estos a los que les pido que intercedan por mí y por
todos, son personas que su historia me resulta atractiva y me siento
identificado con ellos. No dudo de la santidad de Serafín de Sarov, que tan
admirado es en Oriente, pero a mí, hombre occidental y tecnificado, me cae mejor
Guy de Larigaudie, Helder Cámara, Roger de Taizé, o Josefina Vilaseca, la
chiquilla mártir a la que he dedicado muchos desvelos, fotografiando lugares con
ella relacionados y escaneando sus ingenuos escritos escolares, repletos de
piedad cristiana. Cada uno escoge sus amigos protectores y a mí me parece que
entre santos, (cuando estamos rezando todos lo somos de alguna manera) la
simpatía es mutua. Para otros días del año, dejo a mis predilectos, ya
reconocidos, San Abraham, Santa María de Magdala, Santa Juana de Arco, San Juan
Bautista etc. (un largo etc.)
Hoy, mis queridos jóvenes lectores, no he comentado las lecturas litúrgicas del
día. No quería repetir lo de otros años y, con seguridad, encontraréis quien os
las escribirá seguramente mejor que yo. Os propongo, para finalizar, que
busquéis santos que tuvieron vuestra misma edad, con quien más fácilmente podáis
intimar. Desde san Tarsicio, el simpático mártir romano, muerto a los siete
años, Santo Dominguito de Val, zaragozano, San Rafael, el oblato trapense de
Dueñas, recientemente canonizado, el beato Castelló, que tuvo la audacia de
despedirse serenamente de su hermana, de su novia y de su director espiritual (a
este le encomendaba en la carta, el proyecto de una maquina que había imaginado,
¡ya es valentía y esperanza). Lo hacía, el día anterior a su seguro
fusilamiento, a causa de su militancia y Fe cristiana. Hay muchísimos más,
gracias a Dios
Y no os olvidéis, mis queridos jóvenes lectores, de pedir por vosotros mismos y
por mí, que un día formemos parte del desfile glorioso de que nos habla el
Apocalipsis. Yo no dejo de hacerlo.