XXXII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B.
San Marcos 12, 38-44:
Hospitalidad

Autor: Padre Pedrojosé Ynaraja

Leo con frecuencia en relatos de viajes, que el protagonista ha sido recibido o alojado, con la consabida hospitalidad de los pueblos orientales o de ciertos ambientes indígenas de África o América. Con sinceridad, lamento la expresión. La hospitalidad no es algo peculiar de ciertos lugares, como puede ser el tono de la piel, la hechura de sus viviendas o sus costumbres culinarias. La hospitalidad es una virtud humana, y virtud importante, algo esencial y fundamental del quehacer del creyente y, específicamente, del cristiano.


La practicó Abraham con los caminantes que pasaban junto a su tienda en Mambré y arrancó de Dios la promesa de que se cumpliría pronto lo que más esperaba: descendencia. En Petra, hace menos de un año, fuimos recibidos en su domicilio, por el Cheij de la tribu beduina y obsequiados. En la cima del Garizín, el Sumo Sacerdote de los samaritanos, también, a su amable acogida, añadió un aromático té y unas pastas. Entre nosotros, hasta no hace mucho, sin que se tratara de gente rica, en cada domicilio, no podía faltar el cuarto de huéspedes. Me cuentan, que en Cataluña, antiguamente, las casas de campo tenían plantados, en el camino de acceso, tantos cipreses como lechos estaban a disposición del peregrino y del viajero. Los tiempos han cambiado, los árboles continúan exhibiendo su silueta, pero nadie se atrevería a solicitar asilo por ello. Es más, algunos dicen, que lo de las habitaciones de forasteros, es cosa ya superada, que para esto están los hoteles. Triste contestación: a una sugerencia cristiana, se le da una respuesta comercial.


En tiempos del relato de la primera lectura de este domingo, en tiempos de Elías, también existían los mesones, abrigo de caminantes y viajeros, con sus estancias para alimentarse las personas y pasar la noche descansando. Con sus departamentos para reposo de animales y otros ámbitos para lo que fuera menester. No obstante, el gran profeta, se acerca a la casa de aquella pobre viuda de Sarepta y le reclama alimento y más tarde recibe también hospedaje. Quien tiene mucho, a veces se desprende de lo suyo, porque le estorba. ¡cuantas personas desean que alguien les solicite alguna prenda, para desalojar su rebosante armario!. El que tiene poco, lo aprecia, se agarra, lo esconde, no se atreve a arriesgarse a perderlo todo y su proceder es razonablemente justo. Quien tiene un rebaño de ganado, puede desprenderse con facilidad de un animal. Quien tiene solo una gallina, difícilmente se atreverá a dar el huevo que le ha proporcionado el mismo día el animal. Y, no obstante, ser cristiano, en muchas ocasiones, consiste en perderlo todo, para que resulte utilidad del prójimo, en no ser razonable, sino audaz.


Al leer el texto tenemos la impresión de que Elías es un hombre exigente, que de buenas a primeras, pide para él lo que la buena mujer conservaba para su hijo y ella, “al vicio de pedir le corresponde la virtud de no dar” podía haberle contestado, como sentencia el refrán popular. Pero se arriesga la pobre madre. Una generosidad que se contenta con lo prudente, es una generosidad bonsái.  Dispuesta a perderlo todo antes de tiempo, consigue poder vivir ella y su hijo. Si hubiera sido precavida, hubiera muerto pronto de inanición.


Mis queridos jóvenes lectores, oiréis que se menciona, hablando de vosotros, la proverbial generosidad de la juventud. Una serie de circunstancias avalaban la sentencia en otros tiempos. Hoy no ocurre así. El niño, sin que nadie le enseñe, aprende pronto a decir mío, mío. El que ya ha crecido retiene avaramente su MP3. No obstante lo dicho, no me atrevería a decir que sois todos egoístas. Tal vez os falten circunstancias en las que sepáis ver la posibilidad de ser generosos de verdad. Os sentís muchas veces manipulados, engañados, utilizados en campañas que encubren ansias de poder, y estáis escarmentados. Quisiera que tuvierais en cuenta que cuando uno da con generosidad, siempre se enriquece ante Dios. Tal vez lo entregado es mal utilizado, tal vez es tan poca la cantidad, que nadie va a pensar que pueda solucionar algún problema. En la mente de Dios, quien da, y máxime quien da con alegría, (II Cor 9,7), se enriquece y enriquece el mundo.


¿De que sirvió la monedita que metió por la ranura aquella viuda? El lugar donde entró, gazofilacio se llamaba, ha desaparecido completamente. Los siclos, moneda peculiar del templo, son objeto de coleccionista, la enseñanza de la viuda perdura, es, como el lingote de oro, siempre valor vigente .
Mis queridos jóvenes lectores, si sois jóvenes, si estáis estudiando, seguramente no dispondréis de una fortuna personal que pueda ayudar a muchos indigentes de nuestras tierras, menos aun a poblados del Tercer Mundo, pero vuestra pequeña contribución, observada por Dios, se convierte en gran ayuda que va a parar a lugares y personas ignotas, pero reales y, en vuestra cuenta corriente del banco eterno, se va acumulando capital a vuestro provecho.


Dad lo que tengáis y de inmediato sentiréis satisfacción y alegría. No os encerréis con vuestras posesiones, que envejecen pronto, se apolillan, os envilecen y al final se cae en situación de lastimoso hastío.