II Domingo de Adviento, Ciclo C
San Lucas 3, 1-6:
Los caminos de dentro y los de fuera

Autor: Padre Pedrojosé Ynaraja

Los que vivimos en países que llamamos civilizados, tenemos carreteras alquitranadas que, de cuando en cuando, hay que repasar, pues, de otra manera, los numerosos baches que se forman, dificultan el tránsito. Las brigadas de obras públicas se encargan de ello. Antiguamente los caminos eran simples sendas por terrenos rellenados en unos casos, o rebajados en otros. Las lluvias torrenciales arañaban el terreno y se llevaban las superficies que parecían firmes. El viento trasportaba arena que convertía en almohada el piso donde se hundían los pies del caminante o las ruedas de los carros. En tales circunstancias era fácil perderse y preciso por tanto rectificar el rumbo.

 

 

 

Recuerdo que en mi última visita a Petra, la antigua ciudad nabatea, en Jordania, un hotel había organizado una cena selecta, para unas invitadas muy especiales: se trataba de mujeres alemanas que se llamaban precisamente Petra y tenían el capricho de celebrarlo allí. Para gente venida de tan lejos, y acaudaladas probablemente, debía preparárseles el terreno y de esta forma sus elegantes zapatos no se clavarían en la arena, ya que no podrían acercarse al lugar del banquete en vehículo. Los organizadores habían extendido una enorme alfombra de esparto que facilitaba el tránsito. De no ser por esta, las germánicas visitantes, todavía estarían hoy tratando de avanzar, sin conseguirlo.


Situados ahora en el terreno espiritual, el interior del hombre, su corazón y su cerebro espiritual, con frecuencia esta repleto de vericuetos. Rico en contenidos, pero más complicado que el almacén de un chatarrero. Y si se avecina un momento trascendente, el hombre debe facilitar el progreso del conocimiento y convertir en agradables sus sentimientos.


Como siempre, mis queridos jóvenes lectores, os resultaré cargante con mis elucubraciones. ¡con lo fácil que es decir que el Señor quiere aproximarse a nosotros, o acercarse más de lo que está! Bueno, pues, sin pretenderlo, ya os he dicho con simplicidad, lo que pretendía.


Seguramente sabréis que, en la actualidad, existen diversas formas de calcular el tiempo. Cuando voy a Tierra Santa, veo en las sacristías, unos calendarios muy curiosos. Cada día está encabezado por la cifra llamada gregoriana, la de Occidente, después viene la Juliana, propia de países del Oriente europeo, más abajo la Copta, después la Musulmana, al final la Hebrea. Aunque os parezca complicado lo que os digo, mucho más difícil era el cálculo del tiempo en la antigüedad. Se debía referir a épocas de reyes o emperadores, y a la duración de su dominio. Así que para situar un acontecimiento era necesario estar enterado de la historia local. La cosa, a veces, resultaba un embrollo. Ahora bien, si se trataba de un acontecimiento importante, era preciso situarlo con exactitud. Es lo que hace el evangelista en el fragmento que se lee en la misa de hoy. Que un hombre llamado Juan, nacido de Zacarías e Isabel, encerrado solitario en el desierto durante bastantes años, se decidiera a salir de él, encaminarse a la cuenca del Jordán y ponerse a predicar proféticamente, era un hecho digno de señalar con detalle inconfundible. De aquí el guirigay de datos que nada os dirán a vosotros, pero que nos aseguran que lo que nos va a contar el escritor, no es algo que ocurrió en “el tiempo de maría castaña”, o sea, pura imaginación, que nunca acontecido. Debéis saber, que Juan se hizo, por aquel entonces, mucho más importante y conocido que Jesús, de aquí la necesidad de precisar la fecha.
Si nuestro personaje era importante, mucho más lo era el contenido de su lenguaje. Tan importante que aun es útil hoy. Hay que limpiar el interior del corazón. Hay que abrir sendas espirituales por las que pueda penetrar el Señor.


Si lo conseguimos, lograremos ver la salvación de Dios. Cosa que es mucho más importante que vislumbrar el final de la actual crisis económica, que ahuyentar los males del cambio climático o lograr vacuna para todas las gripes.


La primero que debemos plantearnos, es si reconocemos nuestros errores, nuestro mal obrar, nuestras ignorancias culpables.
Lo segundo, es recapacitar si queremos corregirnos.
Lo tercero, estudiar la estrategia a seguir para conseguirlo.


Se trata, no lo olvidéis, de la preparación de la Navidad, de la navidad que debemos celebrar en nuestro interior.
Los comercios hace unos días que ya exhiben lo que quieren que les compremos. Las calles se adornan para que el tránsito por ellas sea placentero. Las empresas de edición nos ofrecen sus postales…


La Navidad es una realidad cristiana que no podemos dejarnos arrebatar u ofuscar, ya que el Señor está cerca. El Señor que se nos ofrece en la Eucaristía, el que quiere impregnar nuestras relaciones personales, el que anima nuestro espíritu adormecido o desanimado. El protagonista de la fiesta litúrgica que se avecina. No nos olvidemos de lo que es fundamental. Que cada uno examine lo que falta en las veredas de su corazón y lo corrija.