III Domingo de Adviento, Ciclo C
San Lucas 3,10-18:
Brújula, mapa o navegador por GPS

Autor: Padre Pedrojosé Ynaraja

Yo no sé si os ha pasado alguna vez, mis queridos jóvenes lectores, seguramente que no, pero os costará poco imaginar lo que os contaré. Me ocurrió un día que hube de pasar once horas en Budapest, de vuelta de Tierra Santa. Os advierto que no tenía ninguna noticia previa de la población. Me habían dicho que los dos núcleos, Buda y Pest, a ambos lados del Danubio, eran interesantes, pero nada más sabía. El inmenso río lo vi muy sucio, no pude entrar en la sinagoga, en la iglesia pretendí sonreír al alargar la mano y saludar, deseando la paz en la misa a la que asistía y me dieron la espalda con enojo. Caminé varios kilómetros por sus calles, sin entender ninguna inscripción, no supe interpretar ningún monumento y para colmo, me robaron bastante dinero que llevaba y que no era mío. Y seguramente continúa Budapest siendo bonito y el Danubio será sin duda azul, pero yo no vi nada de esto. Me faltaba estudio y conocimiento o siquiera una guía, una brújula y un mapa.


Juan el bautista vocifera su mensaje. Lo dice y repite: es preciso convertirse, hay que abrir senderos al Señor. Estas dos frases resumen su misión, pero las cosas simples corren el riesgo de ser mal interpretadas. Si uno no conoce el contorno de la definición, si desconoce los límites, fácilmente se pierde.


A Juan le preguntan cosas concretas, son gente muy determinada y él da respuestas claras y concisas.


Al interrogante general de muchos, contesta con un principio fundamental: hay que ser generoso. Pero añade, para que nadie crea que lo es, y continúe con su egoísmo. Si tienes ropa doble, compártela. Si dispones de comida, no te la reserves para ti solo. Seguramente que no serán ejemplos que a vosotros os atañen, pero tal vez lo sea, el que vuestro equipo deportivo, vuestro ordenador, vuestra cámara fotográfica, los debáis tener a disposición de los demás. O que vuestro teléfono, pueda ser también útil a otros, si lo precisan.


Los cobradores de impuestos de aquel tiempo, los publicanos, tenían mala fama. Su oficio resultaba una traición al pueblo sometido a Roma. Su ejercicio era aprovechado para sisar lo que podían, cosa que era de dominio público por aquel entonces y los romanos lo consentían por la dificultad de encontrar quien se ocupase de tan antipática función. Pero, pese a su situación, y conscientes de la mala imagen que tenían, acuden a Juan y le piden orientación. El Bautista les da respuesta concreta, apta para ellos. No se queda en generalidades. No deben abusar de su posición preferente. Paralelamente, pienso que a vosotros os diría: no porque seáis jóvenes os debéis aprovechar. No exijáis que satisfagan vuestros caprichos. Debéis ser modestos en vuestros deseos. Respetad los criterios de otras personas.


También entre los asistentes había algunos a quienes se les había concedido autoridad. Es frecuente que los tales crean que ejercerla es prohibir, que si son capaces de impedir lo hagan a mansalva y a troche y moche. Quieren que la gente sepa que tienen autoridad, porque castigan con sanciones. Si no lo hacen, no están tranquilos. Pero la autoridad es responsabilidad, es servicio, más que abuso. Seguramente no se os ha concedido el mando, como a un guardia de la porra. Pero un día de mal humor, y sin venir a cuento, podéis negar un favor, lo haceis, más o menos conscientemente, para afirmar vuestro valer, para sentiros realizados, para que sepan y os tengan por seres superiores.


La segunda parte del fragmento evangélico que se lee en la misa de hoy hace referencia al orgullo, a la vanidad. Y aquí sí que entramos todos. De una u otra forma a todos nos gusta ser reconocidos, conseguir y exhibir diplomas o medallas. Sentirnos superiores, ser campeones de una u otra cosa. Nunca pasar desapercibidos. Creemos, sin llegar a proclamarlo abiertamente, que la modestia es masoquismo, que es preciso que se enteren de lo que somos capaces de hacer. Juan el bautista, es todo lo contrario. Se expresa en un vocabulario que no es propio de hoy. Las faenas agrícolas ahora, ya no se realizan como en aquel tiempo. Yo, que soy viejo, hace muchos años que no he visto beldar, los de aquella época sí. Os lo voy a contar. Segaban con sus hoces y amontonaban la mies en gavillas en el mismo campo. Se las llevaban más tarde a la era donde se trillaban, es decir se machacaban los troncos de los cereales y se aplastaban las espigas, dejando los granos pelados. Todo quedaba revuelto. Había que esperar el día que soplara suave viento y entonces se beldaba, es decir, se lanzaba a lo alto la mies con la horca, para que al caer lo hiciera en diferentes sitios. El tamo por su poco peso, caía lejos y como no servía para nada, se quemaba pronto y así no ensuciaba. No tan lejos caía la paja, que se guardaba. Y, cercano al labrador, caía el grano, que era lo más preciado y que se guardaba en silos o en el granero. Es hora de que cada uno de vosotros se pregunte, soy yo grano provechoso para los demás, para los pobres, para la Iglesia? ¿o soy paja inútil, que pienso únicamente en mí mismo que lo quiero todo para mí y que a nadie aprovecha mi vida?


Oiréis que dicen algunos: no hay que preocuparse ni descender a detalles, ser cristiano se reduce a amar, todo lo demás es paja. Tienen toda la razón, lo que pasa es que en nombre del amor se cae en muchos errores y se cometen desmanes. A amar, y mucho más a amar con amor que es Caridad, hay que aprender. No es suficiente saber la teoría. Cuando quise sacar el permiso de conducir, sabía muy bien como funcionaba un coche. Motor, sus válvulas y bujías, trasmisiones y hasta el diferencial con sus satélites, los frenos hidráulicos y el embrague no tenían secretos para mí. Pero para poder conducir correctamente, tuve que someterme a una serie de prácticas que me proponía el instructor de la academia. De otra manera, aun ahora estaría repitiéndome el principio de Pascal, que es la razón de que la fuerza de mi pie llegue a las ruedas y las frene, y sumido en estos menesteres, o no podría avanzar, o provocaría accidentes.
Juan Bautista y Jesús son excelentes maestros del arte de amar.