Solemnidad: Santa María, Madre de Dios
San Lucas 2, 16-21

Autor: Padre Pedrojosé Ynaraja

En nuestra vida cotidiana, vemos el día de hoy como el primero de año, y no erramos, por más que sólo lo sea en el aspecto civil, ya que el inicio del curso escolar, o de la actividad judicial, no coinciden. Ni el mismo planeta Tierra es puntual a la cita y cada año nos cuentan los segundos que ha fallado. A nosotros, a mí y a vosotros, mis queridos jóvenes lectores, un periodo tan corto, décimas de segundo a veces, no nos preocupa, pero para ciertas actividades de gente concienzuda y aplicada a meticulosas tareas, resulta muy importante.


El calendario de la Iglesia le da otros significados. Cuando yo era joven se llamaba: día de la circuncisión, y era acertado titularlo así, pues, era al cabo de estos días, cuando por este rito heredado del patriarca Abraham, el niño se incorporaba al Pueblo escogido. Se celebra también el Nombre que le pusieron: Jesús, el que salva. En lenguaje actual le llamaríamos el socorrista, y de inmediato nos debemos preguntar ¿de qué debo yo ser salvado? Esta reflexión nos sitúa ante Dios y a partir de ella podemos progresar. Porque  si estamos convencidos de nuestro valer y de nuestro poder e ignoramos nuestras incapacidades y pecados, difícilmente podremos avanzar.
Como empieza el año civil, hoy, por iniciativa del Papa, es un día de oración por la paz. Si nos tomáramos en serio esta iniciativa, de otra manera iría nuestro mundo. Porque la oración es capaz de cambiar el rumbo escogido por los que quieren dominar a su gusto la historia.


Pero la titularidad fundamental de la fiesta de hoy es: Santa María Madre de Dios. Observad que no estamos hablando de una diosa madre, al estilo de las de las mitologías clásicas.


En una población llamada Éfeso, en la Turquía actual, y que he podido visitar este mismo año, con gran emoción por mi parte, los sesudos padres de la Iglesia, asistidos por el Espíritu Santo que siempre la ampara, estudiaron la realidad de Cristo. Discutían y se preguntaban por su humanidad. En aquellos tiempos nada se sabía de cromosomas, ni de ADN. La prueba de que nuestro Señor era hombre auténtico, era que lo había engendrado y dado a luz una mujer. Como consecuencia, quien lo había gestado y traído al mundo, acertadamente debía recibir el título de madre. A María, pues, madre de Jesús, Dios sin ninguna duda, se le podía llamar con justicia Madre de Dios.
El relato del evangelio de hoy coincide con el de otros días y podemos variar el acento que le demos a la narración. Quiero constatar que el proceder de los pastores, fieles al anuncio que le habían hecho, fue de compartir. No se quedaron para ellos, indiferentes, lo que habían aprendido, como nosotros encerramos en nuestra memoria tantos principios y postulados que aprendemos en clase, seguros de que de nada nos van a valer (¿Quién de vosotros ha utilizado la regla de Ruffini, para dividir un polinomio por un binomio (x-a)? a más de 50 años vista, os confieso que a mí por lo menos, no me ha servido para nada).


Compartir no es un proceder que uno pueda indiferentemente seguir o no seguir. Cuando nos enteramos de algo bueno, cuando descubrimos algo que nos beneficia o nos cuentan algo que mejora nuestra vida, y se lo contamos a otra persona, estamos siguiendo las enseñanzas evangélicas. Estamos imitando a los pastores, estamos siendo fieles a los proyectos de Dios. Es evidente que los católicos de este país, por muy convencidos que estemos de nuestra Fe, nos lo callamos, no lo trasmitimos, no lo publicamos y, en consecuencia, contamos poco en las decisiones de nuestros políticos y luego nos quejamos de que legislen sin que sus decisiones correspondan al querer del pueblo. ¿Somos mayoría silenciosa o somos mayoría cobarde?


María escuchaba y guardaba en lo profundo de su corazón lo que aprendía, para luego obrar públicamente de acuerdo con ello. Y en el trascurso de la historia, mediante las apariciones, en diferentes momentos y lugares, ha ido comunicando lo que entonces aprendió y nos es preciso ahora poner en práctica.