II Domingo del Tiempo Ordinario Ciclo C.
San Juan 2, 1-11:
Caná de Galilea

Autor: Padre Pedrojosé Ynaraja

No se nos dan detalles anteriores a la escena que describe el evangelio de Juan, pero ya que son comunes y seguros, me entretendré en describir algunos.
El matrimonio se celebraba en dos etapas. La primera consistía en el encuentro de la pareja, soñado desde el inicio del uso de razón por ambos, preparado con meticulosidad por los progenitores, que ponían en ella todo su amor e ilusión. No se trataba de escoger un “buen partido”, una persona desconocida y tal vez desproporcionada. Generalmente, la elección obedecía a las mejores intenciones para poder conseguir la felicidad de ambos, la continuación de las tradiciones y costumbres, la fidelidad a Dios. No era un encuentro entre desconocidos. Se fraguaba en el amor familiar, pues lo que se trataba de conseguir, era del inicio feliz de una nueva familia. Surgía en el terreno abonado del compromiso. Sí, el hombre es el único animal capaz de comprometerse. Es una de sus excelencias y de sus peculiaridades. A partir de este encuentro se iba amasando el amor. Podían recordar los testimonios antiguos. Jacob y Raquel, Isaac y Rebeca o la simpática pareja del Cantar de los Cantares. Y a la luz de su ejemplo, iba progresando su mutuo conocimiento, su aprecio, el descubrimiento de las cualidades del otro, también de sus limitaciones. Les embargaba poco a poco un amor original, muy suyo, muy vivo. (no ocurría saliendo monótonamente juntos, como parece que es hoy en día la ocupación de las parejas de enamorados). Germinaba y crecía, mientras proyectaban y preparaban el ajuar y el domicilio, se comunicaban sus ensueños, se adiestraban en los menesteres que les tocaría cumplir. Este proceder, no hay que olvidarlo, daba resultados felices. Que es lo que el hombre desea conseguir de sus decisiones.


Hasta que llegaba un día…

La boda era un acontecimiento del que se enteraba toda la población. La asistencia no estaba restringida a unos invitados de compromiso. Era y es, una celebración de amistad y de los amigos y parientes de los amigos.


(No quiero dejar de contaros, mis queridos jóvenes lectores, una vivencia personal respecto a un acto semejante. Estaba yo en Nazaret hace unos años y un fraile amigo me dijo que iba a ir a la celebración de los 25 años del matrimonio de unos amigos, que si quería le podía acompañar. Acostumbrado a nuestros protocolos, tuve algunos reparos. Por otra parte, me ilusionaba la sugerencia, ya que, precisamente, la fiesta era en Caná. Con cierta vacilación, acepté. Llegamos al lugar. Se había reunido mucha gente, acogieron al buen franciscano con alegría e ilusión y a mí, que era su amigo, con la misma simpatía. Rápidamente, buscaron a alguien con quien pudiera entenderme. Allí se hablaba el árabe y muchos sabían ingles, pero, ya que yo no conocía otra cosa que mis lenguas coloquiales, desconocidas para ellos, era preciso alguien que hablara francés. La encontraron, fue una gentil enfermera que me trató con simpatía, olvidando a tanta gente joven con los que seguramente se hubiera encontrado más a gusto. En ningún momento me sentí extranjero. Gocé lo sumo, recordando que por aquellos lares, Jesús también había sido invitado y que acudió con sus amigos, a una fiesta semejante).
Más feliz que yo, estaría María. Más atenta que yo a las necesidades del acontecimiento también, de aquí que observase que el vino se acababa. En la cuenca mediterránea no se concibe una fiesta sin que se beba vino. No se trata de emborracharse. Era por entonces la única bebida que existía para acompañar cualquier yantar. (olvidémonos de la posca, que no era propia de estos encuentros). Que faltara vino era una desgracia semejante a lo que entre nosotros, en una reunión nocturna, pudiera pasar si se cortase el suministro eléctrico. María quería la felicidad de los asistentes. Comprometió su maternidad respecto a Jesús y su amistad y la hospitalidad que gozaba por parte de la familia amiga. No pensó: este es su problema, yo ya tengo bastante con los míos. Habló con Jesús. Durante tantos años de convivencia familiar, le habría Él desvelado algunos de los proyectos que tenía y algo habría entendido ella. Honradamente, Ella los debía respetar, debía acatarlos como en otro tiempo lo hizo con el anuncio del Ángel. Pero era la madre y era la amiga, y debía actuar de acuerdo con estas dos realidades. Prescindiendo de la lógica, olvidando programas. Jesús, probablemente, pensó dentro de sí: no era su hora, la de hacer milagros. Era, eso sí, la hora de comportarse como buen hijo.


Jesús, como otros personajes bíblicos antiguos, y como los amigos de Betania, prescindió del estado matrimonial. Sin ignorarlo, ni infravalorarlo. Su presencia en esta boda aumentó su rango. No dudó más tarde la Iglesia en reconocerlo y elevarlo a la categoría de sacramento. Es la primera lección del relato del evangelio de hoy.


La presencia de Santa María y su comportamiento, nos enseñan el lugar que junto a nosotros puede tener Ella. Invocar a Dios-Padre, nosotros que somos tan poca cosa y que tanto le olvidamos, resulta difícil, casi siempre. Jesús, el Hijo, Nuestro Señor, nos apoca a veces, su muerte por nosotros nos avergüenza, ya que no obramos como Él se merece. El Espíritu, nos resulta con frecuencia, extraño, a nosotros tan materialistas. Un poco alejada de la realidad divina, humana como el que más, pero íntimamente unida a la Divinidad, está la Virgen. Si su comportamiento histórico sabemos que estuvo tan lleno de ternura, encomendarnos a Ella ahora, nos resulta fácil. Ha sido la práctica de tantos pecadores como nosotros, pecadores porque carecemos del vino del hacer el bien, de la generosidad, del dominio interior, de nuestras malas inclinaciones. Nosotros, pues, pecadores, a su lado, esperamos recibir su intercesión.


NOTAS MARGINALES. Ya he dicho que conozco bastante bien la población. Dista unos diez kilómetros de Nazaret. Hoy en día recibe el nombre de Kfer Canna. Hay en ella una iglesia católica, servida por la Custodia Franciscana. Los matrimonios peregrinos, acostumbran a renovar allí su compromiso matrimonial y reciben, si lo solicitan, un documento-recuerdo acreditativo de la ceremonia.
Muy cercana de ella, está la de los Ortodoxos, adornada con bellos iconos y unos recipientes de piedra que recuerdan los del relato evangélico.
Sin ninguna relación con el episodio que celebramos hoy, pero también cercana, se levanta una iglesita en honor de San Bartolomé, nacido aquí.
¿hay seguridad total, arqueológicamente hablando, de que coincida Kfer Canna con el Caná de Galilea, del evangelio de San Juan? Sinceramente, no. Quieren algunos investigadores atribuir la coincidencia a unas ruinas, distantes unos 5 kilómetros, que no he visitado nunca, ya que me parece que son de identificación reciente.