III Domingo del Tiempo Ordinario Ciclo C.
San Lucas 1-1-4; 4, 14-21:
Palabra de Dios

Autor: Padre Pedrojosé Ynaraja

Imagino que vosotros, mis queridos jóvenes lectores, vais cada domingo a misa. Los motivos que tengáis al hacerlo pueden ser diversos. Tal vez una costumbre familiar a la que se le ha añadido el precepto de la Iglesia. Tal vez puede influir que es un encuentro con compañeros que comparten vuestros ideales. Tal vez sentís una piadosa devoción que la asistencia a misa os la satisface. Tal vez.


Cuando pensamos en la misa la identificamos con la comunión Eucarística y no es un criterio erróneo, pero no abarca todo el contenido de la asamblea a la que asistimos. Hoy el acento se pone en otra realidad: en la proclamación de la Palabra de Dios, que no es pequeña cosa. Es interesante que os fijéis en esto, ya que puede darse el caso de que un día, por diversas causas, no comulguéis y os parezca que reunirse para escuchar la Palabra, no vale la pena. Vaya por delante, que la Palabra de Dios es alimento espiritual del alma, de aquí que comunidades cristianas que celebran poco la Eucaristía o como muchas veces le llaman la Santa Cena, sean capaces de progresar.


La cosa viene de lejos. El pasaje que nos describe la primera lectura es una fiel descripción del encuentro del fiel con la Palabra Revelada. Porque si la Biblia es Palabra de Dios, cuando se proclama en la reunión dominical, es algo más que unos simples vocablos con buenos contenidos. Los contemporáneos del sacerdote Esdras, sabían algo de esto. Subido él a un estrado, se puso a proclamar el contenido de aquel libro felizmente recobrado. Observad que le prestan una reverencia inusual, reconocen que no es un libro cualquiera, se postran. les entra tan dentro de sí el contenido, que lloran de emoción, al terminar el acto. Los levitas se han dignado explicar los pasajes que no resultaban fácilmente entendedores. En total pasarían un largo rato escuchando, tratando de entender y pensando lo que en sus vidas debía suponer, el haberse enterado de lo que Dios quería decirles a ellos, pueblo escogido.


Se trata de una celebración judía, pero es fiel reflejo de lo que debe ser la primera parte de nuestra misa dominical. La primera pregunta que debéis haceros, es si recibís con respeto e interés la celebración de la Palabra. Si tratáis de descubrir su contenido, al margen de si el que predica la homilía responde a vuestros gustos, de si es largo o corto su sermón.


La descripción evangélica del presente domingo, responde a una época posterior y muy diferente. Los judíos tenían un templo en Jerusalén, al que debían acudir a ofrecer sus sacrificios y limosnas. Alrededor del Santuario, se extendía la enorme explanada de la que os he hablado en otras ocasiones. Allí los Maestros enseñaban, Pablo fue uno de los que acudió a seguir lo que hoy llamaríamos un master en teología farisaica. Jesús, cuando era un joven de 12 años, se interesó y permaneció allí, olvidando a sus padres, unos días. Sí, los llamados atrios, que eran como los soportales de nuestras plazas, eran lugares de enseñanza, pero como no a todos, ni en todos los momentos, les era posible el acceso y la permanencia allí, de aquí que en un determinado momento histórico, cuando sufrían el destierro, surgieran las sinagogas, que no eran templos, pero que tampoco eran simples recintos para reunión de amiguetes.
Cada sinagoga tenía su responsable. Una especie de director o conserje. No era preciso que fuese versado en la Biblia, él sería quien escogería al que debía hacerlo, el que mantendría el orden y procuraría que no se olvidara la oración, es decir la recitación de los salmos y los canticos inspirados, que estaban indicados para las diferentes circunstancias.


En esta ocasión se presentó Jesús. Era vecino de Nazaret, pueblo antiguo, habitado por medio millar de vecinos, según los cálculos que hoy hacen los arqueólogos. Sabría el director que, pese a haber sido lo que hoy en día llamaríamos un "autónomo de la construcción", se había formado, seguramente en la vecina Séforis, habiendo aprendido en primer lugar la lengua en la que se habían escrito casi todos los libros  inspirados, es decir, el hebreo. Había aprendido también los profundos contenidos religiosos de muchos ellos y las tradiciones que los acompañaban. En la población donde había vivido tantos años, le llamaban Rabí, es decir: maestro. Con estos antecedentes, no es extraño que aquel sábado le ofrecieran la proclamación sagrada y solicitaran que se la comentase. No sabían que texto iba a escoger, Él, el Señor, si que lo tenía muy pensado, pues se trataba de iniciar la campaña de anuncio de la Buena Noticia. Así que buscó el texto de Isaías: "el Espíritu está conmigo, de aquí que os anuncie que, a partir de ahora, las cosas van a cambiar. Los predilectos, serán los desgraciados haitianos, que estos días sufren las consecuencias del terremoto. A ellos les digo, que no se depriman, que su sufrimiento pasará y será premiada su confianza en Dios. A los que ahora son esclavos de una sociedad que los ha marginado y que como consecuencia de la crisis, pasan hambre, humillación y desconcierto, también les anuncio que llegará el final y estas derrotas de ahora, se convertirán en triunfo del mañana, mientras que los que lo tenían todo previsto y ahora viven de renta, serán pobres de solemnidad, en el Reino de los Cielos. A aquellos que han sido juzgados injustamente por los tribunales o despedidos abusivamente de sus empleos, por las multinacionales de entrañas inhumanas, les digo que mi Padre los está inscribiendo en la lista de sus nuevos amigos. Vengo  a anunciaros un cambio que os sorprenderá más que el climático, ese que a tantos preocupa. Va ocurrir así, no lo dudéis. ¡Que suerte tendrán los que pongan su confianza en mí!. ¿pensáis que debe cambiar vuestra vida?
Ahora os digo yo a vosotros, mis queridos jóvenes lectores: ¿Cómo recibís un tal mensaje? ¿Os merece total confianza el Señor?

NOTAS MARGINALES.


Pese a que, cuando visitamos Nazaret, entramos en un recinto que lleva el nombre de iglesia de la sinagoga, los estudios arqueológicos indican, que la del tiempo de Jesús, estaba situada probablemente, donde hoy se asienta una mezquita musulmana. No son ellos amigos de escarbar en el terreno, en busca de pruebas. Para cerciorarse, habrá que esperar que cambien sus criterios.
En nuestras iglesias existe el ambón, de más o menos afortunado diseño. En general hay que advertir que debería ser más visible, elevado y ornamentado, convendría que se pareciese al lugar donde subió el sacerdote Esdras. Por mucho que nuestras megafonías ayuden a que llegue lejos las  palabras del lector sagrado, la elevación del ministro, ayuda a entender la categoría del texto.
El rabino, en este caso Jesús, se sentaba en la llamada "cátedra de Moisés". No sé si se conservan muchas de aquel tiempo. Yo solo he visto una. Se trata de la encontrada en la sinagoga de Corazin o Corozain. En este lugar, hay ahora una fiel reproducción, tan fiel que cuando la vi creí que era autentica, pero no, la verdadera está depositada en Jerusalén, en el Museo de Israel. Es un sitial de piedra, de escaso respaldo y poco elevados reposa brazos. Algo que permitía un cierto descanso, pero que invitaba a inclinarse comunicativamente hacia la asamblea.