V Domingo del Tiempo Ordinario Ciclo C.
San Lucas 5, 1-11:
Responsabilidad ante los demás y ante uno mismo

Autor: Padre Pedrojosé Ynaraja

Todos vosotros habréis visto, mis queridos jóvenes lectores, un charco o un lavajo de agua sucia, en ambos casos, sabemos que son cosas inútiles y hasta molestas, que uno trata de alejarse, para no ensuciarse. Sabéis también que las montañas, muchas veces, se cubren de nieve, que lentamente se va fundiendo y que, mientras empapa la tierra y riega la vegetación, va descendiendo, forma torrentes hasta llegar a un pantano. Un embalse puede parecer una ciénaga grande, pero es muy diferente. Recibe agua y la almacena, evitando inundaciones, al dejarla salir de su seno, mueve turbinas que generan electricidad, en su fondo ha ido acumulando los lodos que hubieran enturbiado las conducciones domésticas. Un pantano no es un usurero del agua, la recibe la conserva un tiempo y la regala, como don muy útil.


La larga explicación que os he dado, quiere ser una glosa a lo que dice San Pablo. Escanea la  historia apostólica, se examina a sí mismo y se analiza sin engañarse. Reconoce que todo lo bueno que hay en él, lo ha recibido. Lo malo, lo había introducido él mismo en sí. Pero el balance es positivo. La Gracia que le ha llegado, que ha acumulado, no ha sido inútil, esta es su grandeza.


Las aguas van a los desagües y se conducen a las cloacas. Continuarán siendo aguas, pero serán inútiles. Para que no perjudiquen demasiado, tal vez una central depuradora las mejorare, pero es labor costosa. El agua cristalina de un riachuelo de montaña, acaricia las manos, apaga la sed, alegra las flores.
El agua somos nosotros, mis queridos jóvenes lectores. Que seamos útiles o dañinos, dependerá de cómo manipulemos los dones recibidos de Dios. Es preciso que hagamos un riguroso examen de conciencia. ¡Ayúdanos, Señor, a ser limpia y saltarina agua de montaña o saludable y enriquecedora de pantano!


Nuestra cultura, la que llamamos occidental y en la que estamos sumergidos los del primer mundo, se ha aficionado actualmente a valores mediocres. Valores positivos, auténticos, pero valores triviales. Os digo y repito que soy viejo, os cuento que a los trece años ya revelaba en un cuarto de baño negativos fotográficos, que me hacía radio-galenas que captaban emisoras próximas… ¡cuantas cosas hice entonces! Poco a poco fui observando el progreso de la técnica. Nunca soñé que pudiera manipular imágenes de color en casa, como me permite hacerlo el Photoshop, e imprimirlas a continuación. Los pequeños aparatos de radio que captan emisoras de onda corta de todo el mundo, me eran inimaginables. Los rudimentarios teléfonos con micrófono de carbón, se parecen muy poco a los magnéticos o los diminutos electret de nuestras megafonías y teléfonos móviles. Perdonadme lo que os ha podido parecer pavería, quería yo convenceros de que me gustan los adelantos y de que no estoy tranquilo hasta que no sé como funciona la última novedad que saca el mercado, pero, con la misma sinceridad os digo, que nada de ello me aporta la felicidad que me depara, el vivir siguiendo lo que me sugiere el Señor.


La superficialidad estimula el consumo, el de las cosas necesarias y el de las inútiles y distrae a la persona, para que no sea crítica con el proceder de los que dirigen la cosa pública. Ambicionar y mantenerse en valores intermedios, exige poco esfuerzo y permite que vaya creciendo la corrupción de los poderosos. Este mundo, aparentemente placentero, conduce al hastío, pero, mientras tanto, muchos a costa de ello medran.


Jesús dice a los Apóstoles: remar mar adentro, llevemos la barca a las profundidades. ¿qué podía enseñar un carpintero de tierras adentro a un experto pescador? Pero lo dice el Señor y se arriesgan. Con ello saborean el éxito y el asombro. Hubo muchos compañeros de Pedro y Juan, que continuaron lanzando sus redes atrapando peces, pero los que continúan siendo duchos conductores y servidores de la humanidad, que anhela satisfactorios rumbos, son ellos que respondieron primero, acudiendo a las profundidades, después aceptando abandonar las redes, valores intermedios, para convertirse en pescadores de hombres, profesión de suma categoría en el Reino de los Cielos.


NOTA MARGINAL. Hasta 1948 las especies del Lago eran idénticas a las que atrapaban las mallas de de los Apóstoles. Hoy en día abundan foráneas que rinden más y otras que ignoro el motivo de que las hayan implantado. Estoy pensando en el “pez gato” de origen oriental y que, por carecer de escamas, las normas judías prohíben su consumo. He visto muchos ejemplares de más de dos palmos. El famoso “pez de San Pedro” que ningún viajero de aquellas tierras puede dejar de probar, por supuesto, no es semejante al que sacó el Apóstol y obtuvo la moneda del tributo. Pese a ello, el Lago, especialmente al amanecer, conserva todavía gran encanto. No hace muchos años, se encontró una barca semejante a las que utilizaban los Apóstoles y que navegaría junto a las suyas, de esto los estudiosos no dudan. Incomprensiblemente, los peregrinos no se acercan a contemplarla, pese a ser fácilmente visitable en el Hotel-Kibutz de Guinosar, próximo a Tiberias. Cuesta muy poco, cuando uno está a su lado, imaginar el lugar que en la popa ocupaba Jesús y la carga que eran capaces de aguantar las cuadernas, ciertamente no preparadas para pescas milagrosas. De aquí que haya dicho contemplar la barca, y no simplemente verla.