VI Domingo del Tiempo Ordinario Ciclo C.
San Lucas 6,17.20-26: De buenos y malosAutor: Padre Pedrojosé Ynaraja
El inicio de la primera lectura, mis queridos jóvenes lectores, os puede parecer injusto. Decir que es maldito el que confía en los hombres, sin duda, suena mal. Hoy diríamos que es políticamente incorrecto. Para que entendáis un poco porque se expresa así el autor inspirado, de verdad inspirado por Dios, pero sin perder su propia idiosincrasia, os diré dos cosas. Primero os advierto que Jeremías era un hombre apasionado y que toda su vida fue una aventura arriesgada y solitaria. Os añado a vosotros, los que ya habéis superado los 13 o 14 años, que os conviene recordar los berrinches que habréis sufrido algún día al sentiros traicionados por vuestro entorno y, en consecuencia, caído en profunda, y pasajera, depresión. Nuestro Profeta tenía muchos más motivos para sentirse misántropo. Lo malo es que, a diferencia nuestra, que nos empecinamos frecuentemente en la angustia, él si que sabe dar un paso adelante y confiar plenamente en Dios y reconocer que nunca engaña, por difícil o imposible que resulte entenderlo. Nada te turbe, nada te espante, quien a Dios tiene nada le falta… reza el poema de Teresa de Ávila, que muchos hemos cantado con melodía de Taizé.
La segunda lectura trata el tema de la resurrección. No ignoro lo difícil que
nos resulta tratar de entenderla, si pensamos en términos de física o biología
tradicional. No me gusta hablar de “la otra vida”. Nosotros existimos como
individuos individualizados, valga la redundancia, aprisionados en el espacio y
el tiempo. Si escuchamos a los físicos modernos, ambos conceptos no son tan
fáciles de entender como parece, pero continuamos imaginando la vida
encasillados en mentalidades de filósofos griegos, desde Aristóteles a Plotino.
Todos habréis oído hablar de la reencarnación y del Nirvana y hasta, tal vez, en
algún momento, os habrá encandilado la idea. Hay que reconocer que estas
nociones, llegadas de oriente, sufren, a la luz de la ciencia, las mismas
dificultades que la ideología clásica, con el agravante de que no reconocen la
individualidad. Perdonadme estas disquisiciones, quisiera iluminar un poco los
problemas que sobre la resurrección se os puedan plantear, al pensar en la
corrupción del cuerpo o en la incineración de los cadáveres. Nuestra Fe nos dice
que, acabada la estancia en la cárcel del espacio-tiempo, quedamos libres y
existimos, en otra realidad, más que en otra vida. Os cuento esto para que no os
pase lo que le ocurrió a San Pablo en el Areopago.
Esto es tan cierto, como la existencia de Jesús en la pequeñez del Sagrario. Yo
le rezo cada día, convencido de que está presente con su Cuerpo, Alma y
Divinidad, pero sin existir aprisionado en la ficción espacio-temporal, en la
que yo sí estoy. Y mi experiencia de casi 77 años, me lo asegura cada vez más. Y
si Él existe y se comunica, y se me comunica, tengo la esperanza de también un
día existir de una manera semejante, aun sin gozar de su categoría divina.
¡Ay, mis queridos jóvenes lectores! La lectura evangélica de este domingo
requeriría un comentario inmenso. Cuando yo era pequeño y estudiaba con el
catecismo de Astete-Vilariño, debía aprender de memoria las bienaventuranzas.
¡qué galimatías! A lo mejor os pasa a vosotros algo semejante. Y os advierto
que, aunque estuvierais en este momento en Tierra Santa, próximos al Lago, con
el texto en la mano, no cambiaría vuestro estado de ánimo.
Os lo he dicho más de una vez, las películas que narran la vida de Jesús, nos lo
presentan siempre caminando o discurseando textos. La vida del Señor estuvo
llena de silencios, en solitario y compartidos. Y de confidencias entre amigos,
de las que nos dan alguna noticia los evangelios. Por aquellas tierras se
expresó con sencillez, lo hizo a unas gentes que eran capaces de escucharle
horas y horas, porque lo que les decía les encandilaba. Perdían la noción del
tiempo y de las distancias. Por otra parte no existían ni taquígrafos, ni
grabadoras. Algunos, afortunadamente, anotaron las ideas clave y nos las
legaron. Las pocas líneas del fragmento de hoy, ocuparían páginas y más páginas,
si se hubieran transcrito textualmente las palabras del Señor. Pero su corta
extensión, no quiere decir que seamos incapaces de sacarle jugo con acierto. Hay
que leerlo a la luz de otros pasajes y del testimonio que con su vida Él nos
dio.
Y al leer pobreza, recordar aquello de que las raposas tienen guaridas y los
pájaros nidos, pero el Hijo-del-Hombre no tiene don reposar la cabeza. Y que de
la pequeñez de cinco panes y dos peces, se sirvió para compartir con una
multitud. Creo yo que más que analizar si nuestros bolsillos, o nuestra cartera,
tienen monedas, debemos examinarnos de nuestro proceder en este sentido. Puede
uno hacerse rico, le puede caer en suerte una fortuna, y lo que se le pedirá no
es que queme el papel-moneda, convirtiéndose así en pobre, sino que lo comparta.
Un terreno del que os puedo poner un ejemplo, por minúsculo que sea. Debía, por
razones profesionales, adquirir una nueva cámara fotográfica. Pensé en vender la
vieja, o en regalarla. Descubrí que lo mejor que podía hacer era ponerla a
disposición de aquellos a quienes nadie se atrevería de dejarla, a
chiquillos ilusionados, pero incapaces de que sus padres se la compren o de que
alguien se atreviera a prestársela. Ser pobre, es beber agua de una fuente, que
tal vez no esté muy fresca, pero que “está húmeda” y satisface las necesidades
de nuestro organismo. Sin negar alimentarse e ingerir lo que nos pongan en la
mesa del que nos ha acogido, como lo hizo el Maestro. O humedecer los labios,
ansiosamente, agua con vinagre, en los momentos de la agonía de la cruz. Ser
pobre, creo yo, es tener muy en cuenta no malgastar agua del grifo, y, menos aun
agua caliente, pensando en que el hombre puede vivir sin petróleo, pero no sin
agua y que en nuestro planeta no todos disponen de ella (basta que una mariposa
mueva las alas en Tokio, para que se desate una tempestad en el Caribe, decía
aquel. Algo semejante se podría afirmar del ensuciar el agua).
¡Podría, porque soy viejo, no por sabio, continuar escribiendo tanto sobre esta
primera bienaventuranza! Pero debo acabar y os invito a que continuéis por
vuestra cuenta y que lo hagáis de manera semejante con las otras, sin olvidar
las amenazas que, nos gusten o nos irriten, se añaden al final. Se me ocurre en
este momento, y es paradoja que lo diga ahora, que podríais empezar y hasta
limitaros, mis queridos jóvenes lectores, a meditar esos “ay” ( ricos, saciados,
reis, homenajeados… ). Si otro día tengo ocasión, os prometo que os los
comentaré.