I Domingo de Cuaresma, Ciclo C.
San Lucas 4,1-13: Hombres de feAutor: Padre Pedrojosé Ynaraja
Es frecuente, mis
queridos jóvenes lectores, que en cuestiones de religión, os mováis
excesivamente en el terreno intelectual. Que vuestra creencia o vuestras dudas,
os las planteéis exclusivamente como materia de estudio o discusión. Os lo
advierto: la Fe no es cosa segura. Los teólogos, os lo he repetido muchas veces,
afirman que el acto de Fe es esencialmente oscuro. Si no existe seguridad, si
que puede existir convencimiento, que es cosa diferente. Por ser fiel a este
convencimiento estoy dispuesto a dar la vida y esto es tan verdadero, como mi
rechazo, por insuficientes, a las “pruebas de la existencia de Dios” que
estudiaba en mi quinto curso de bachillerato.
Es un convencimiento que enraíza en la experiencia. No es ni existencialismo, ni
sentimentalismo. Convencido, encuentro apoyo en la razón. No lo digo por
vosotros, les convendrá más saberlo a vuestro profesores y a vuestros
sacerdotes. Es necesario que los que estudian cosmología desde la filosofía, se
aúnen con los que investigan cosmología desde las ciencias físicas. Todos ellos
en el terreno de juego espiritual, que es la mística. ¿os he aburrido? Lo
sentiría que así fuera, pero no puedo tratar de trasmitiros mis convencimientos,
sin que conozcáis un poco mis derroteros interiores.
Referente a la primera lectura de la misa de hoy. La más antigua formula de
credo, el más antiguo “símbolo” de Fe israelita, no es ningún pronunciamiento
intelectual. El judío se debe acercar al Templo a ofrecer sus dones, acordándose
de su historia, la de su pueblo. De origen marginal geográficamente, de
categoría social ínfima, de total incapacidad militar o política, es, no
obstante, el pueblo escogido, inmerecidamente, por Dios.
Se presenta reconociendo la dignidad recibida, ofreciendo su pequeña
generosidad, con signo agradecido y postura exterior e interior de humildad. Es
una bella estampa de la que aun hoy podemos aprender.
Creer en Dios porque nos ama. Ser conscientes de experimentar la ternura de su
amor, y arriesgarnos a amarle por lo que intuimos es. Poco a poco, tendremos
incorporada la Fe en nuestra existencia, como estamos adheridos a
convencimientos diarios de necesidad de comida, de hábitos de descanso, a
necesidad de trabajar, a incorporarnos a momentos de diversión. Sin que de estas
cosas nos hagamos problema, como máximo, de cuando en cuando, las revisamos. De
idéntica manera debemos analizar nuestra Fe
El evangelio del presente domingo nos habla de las tentaciones del desierto. La
mayoría de los que me acompañan en mis diversos viajes a Tierra Santa, me dicen
que lo que más les ha impresionado es el desierto. El pequeño desierto de Judá,
de no más de 30 km. de anchura. Procuro siempre salir de la autovía que une
Jerusalén con Jericó y adentrarme, siquiera unos metros, por entre los wadis. Es
desierto, pero de montañas. Hay total sequedad, pero las esporádicas lluvias
torrenciales, han dejado huellas de su paso. No hay aparentemente vida, pero
surgen pequeñas plantas carnosas y, con un poco de suerte, se encuentra algún
lagarto oscuro, casi negro. Encajado en un tal paisaje, permaneció el Señor una
buena temporada. Absorbido en la reflexión y la contemplación, pierde la noción
del tiempo y se le anulan las más elementales necesidades biológicas. Pero sale
de la situación mística y siente hambre.
Se le invita, por pura satisfacción personal, a convertir las piedras en
alimento. ¿qué era el pan frente a las visiones que había disfrutado? Rehúsa la
proposición. Uno a cero a su favor, y en campo neutral (dicho figurativamente)
Está solo y el aburrimiento le puede atenazar ¿qué mejor que disfrutar del poder
personal, qué ejercer el mando político y militar sobre el mundo?. Pues, no. No
es el momento. No son sus pretensiones, no es justo arrebatar a su Padre, lo que
a Él solo le pertenece. Dos a cero.
Desde mi primer viaje, allá en el 72, no había podido acercarme al pináculo del
Templo, en Jerusalén. No lo permitían, han hecho obras y ahora sí se puede.
Aunque es diferente. De todos modos hace unos meses pasé un rato observando
desde una mirilla la hondura del valle. Descolgarse majestuosamente desde allí,
resultaría espectacular, quien lo hiciera recibiría el aplauso de los que lo
vieran. Triunfaría. Pero, no. No era este el triunfo que esperaba el Padre.
El demonio, el director de escena y soñador escenógrafo, no consiguió que Jesús
siguiera el guión que había diseñado. Y se fue con el rabo entre las piernas.
Tres a cero, pero faltaba la otra vuelta.
No se dio por vencido, esperó mejor ocasión. Os adelanto que lo fue la de
Getsemaní y que también fracasó. Esta vez le costó mucho más. Hubo atroz
sufrimiento y horrible próxima muerte, pero suponía no satisfacer el hambre, ni
contentar la vanidad, ni fardar. En Getsemaní se jugaba nuestra salvación. De
aquí su extraordinaria valentía, de la que debemos sentirnos profundamente
agradecidos.