III Domingo de Cuaresma, Ciclo C.
San Lucas 13, 1-9: Obras son amores y no buenas razones

Autor: Padre Pedrojosé Ynaraja

La primera lectura de este domingo, describe un episodio situado en la Montaña de Dios u Horeb. En otros textos se la llama Sinaí. Por lo menos desde tiempos de Santa Helena, una cima a la que hoy llamamos Gebel Musa, de 2285 m. de altura, se identifica con el monte donde se promulgó la Ley. La he subido cuatro veces y me he paseado por su entorno algunas más. La lectura que se proclama se centra en dos temas. Primero en una zarza que Moisés vio que ardía sin consumirse, cosa que a cualquiera hubiera sorprendido y mucho más a quien pastoreaba por un terreno para él harto conocido y carente casi de vegetación, como era aquel. Os cuento, a manera de anécdota, que al pie de esta montaña se levanta un extraordinario y antiquísimo monasterio-fortaleza, llamado de Santa Catalina y dedicado al misterio de la Transfiguración del Señor. En el fondo de la basílica, en el recinto llamado precisamente de la zarza, hay un ejemplar de este vegetal. Afirman que corresponde al de la aparición y dicen es único, que no ha muerto desde aquellos tiempos y que no ha admitido la reproducción en otros lugares.


Esta zarza, la de la que habla el texto, es una manifestación sensorial divina, que diviniza a su vez el entorno, de aquí que no deba ensuciarlo la suela de las sandalias de Moisés y le sea preciso descalzarse. Ante este hecho sorprendente, el futuro caudillo de Israel se asombra, después es embargado de temor reverencial, finalmente, con docilidad, escucha.


Habla la Divinidad y le explica que siente compasión de su pueblo y ha decidido salvarlo de la opresión a la que está sometido por el faraón. Moisés es consciente de la importancia de la experiencia que vive y acepta colaborar en los proyectos del Señor. No exige pruebas, le basta lo que siente. No es un hombre de especulaciones e interrogantes banales. Si escucha y recibe un mensaje, es señal de que existe alguien que confía en él. Ahora bien, es preciso tener cierta claridad de ideas. No se atreve a interrogarle con arrogancia diciéndole: ¿Quién eres tú?. Con humildad le pide consejo: voy a ir a comunicar el mensaje ¿quien les digo que me envía?. La Divinidad, que desde tiempos de Abraham, el pueblo escogido sabía que era Dios comunicable, no tiene inconveniente en contestar y explicarse hasta donde le será posible entender al gentío, le dirá que Él es “el que subsiste por si mismo, el ser por antonomasia”. Algo así significa la expresión Yahvé. Aunque nos parezca que se sale por la tangente, no es exacto. Si el hombre se siente capaz de entender una cosa, de saber como es en sus entrañas, cual es su comportamiento, cuales sus componentes, será porque él es superior a esta cosa. El hombre aspira a contemplar lo superior, a no quedarse con lo que pueda abarcar, someter, analizar, desmontar y poder destruir. La definición que de sí mismo da Dios, es misterio. Aceptarlo es una de las peculiaridades que goza el hombre. Los animales no se entretienen en ello, ni serían capaces de vislumbrarlo.
Otra cosa es que en cada lugar, en cada idioma, esta definición se nombre de una determinada manera. En árabe se pronuncia Alá, tanto si se trata del Corán, como si es el texto es bíblico. En francés Dieu, en catalán Déu, God en inglés, etc.


Decir que sí a Dios es la más importante decisión que el hombre puede escoger. El sí de Moisés cambiará la situación del pueblo hebreo, sometido a esclavitud. Un sí posterior, el de Santa María, en Nazaret, iniciará un cambio de la totalidad humana.


Mis queridos jóvenes lectores, os ruego que ahora os preguntéis: ¿qué me propone Dios a mí en este instante? ¿qué me propone ahora, para mi futuro?. Arriesgaos a ser valientes y generosos, pese a vuestras limitaciones. Que a Moisés le costaba hablar, al parecer era tartamudo, y, pese a ello, se atrevió a colaborar en los designios del Señor.


Con el texto evangélico del presente domingo nos podemos sentir estos días especialmente identificados. Menciona Jesús a unos ejecutados por orden de Pilatos y que al pueblo horrorizaba especialmente y a otros que perecieron por aquellos días aplastados por una torre que se derrumbó sobre ellos. De inmediato pensamos en las víctimas de actos de terrorismo o los que recientemente han muerto en Haití o en Chile. Los pacíficos viajeros que les explotó una bomba y murieron, quienes sufrieron las consecuencias de un movimiento sísmico, ¿eran gente culpable, castigados por sus delitos?. Jesús no da una explicación del porqué de que aquellos hechos ocurrieran, lo que afirma es que no porque perecieran, era señal de que fueran especialmente pecadores, peores moralmente que los que le escuchaban.


Pero, para que no se quedaran con regusto amargo y fatalista, el Señor añade la historieta (parábola) de la higuera que se empeñaba en no dar fruto. Por mucho que persistiera el árbol en su esterilidad, era mayor la esperanza del que la había plantado y cultivado. Había que darle una nueva oportunidad rodeándola de cariño. Vosotros sois jóvenes, yo soy viejo, no obstante, vosotros y yo, somos objeto de la esperanza de Jesús, no le defraudemos.

P.D.
Leeréis interpretaciones, a cual más curiosa, del fenómeno de la zarza que ardía sin consumirse. Lo importante no es en qué consistió, lo primordial es que fue vehículo del que se sirvió Dios.
Pilatos, para aumentar adrede el suplicio de los condenados o más bien de sus familias, mezcló su sangre con la de animales, para impedir con ello, según el creer del pueblo, la posibilidad de su perduración después de muertos. Creían ellos en el sheol, que no era exactamente la resurrección, pero aseguraba que el fiel no sería reducido a la aniquilación, para lo cual era necesaria la integridad de su cuerpo fallecido.
Recientemente se excava e investiga junto a lo que queda de la piscina de Siloé, donde se desplomó la torre. Parece que han aparecido algunos indicios.
Nuestras biblias ponen Yahvé, otras Jeová. No debemos hacer de ello problema. Se escribía antiguamente solo con consonantes, las vocales se suponían. Intercalar unas u otras, es el motivo de la diferente grafía actual.