Dios es esperanza

Autor: Padre Pedrojosé Ynaraja

Libro: En torno a Adviento y Navidad

 

 

Estamos acostumbrados a oír, en celebraciones litúrgicas, especialmente nupciales: que el amor es Dios y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. Quien no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor. Se trata de un fragmento de la primera de San Juan, ciertamente bello y que suena muy bien a los oídos de los asistentes, aunque deberíamos reprocharnos el no habernos preocupado de saber qué idea tiene Dios del amor para aprender algo del mensaje que proclama este bello fragmento de la Escritura (imagino que la mayoría de la gente no lo ha hecho nunca).

 

Tener Fe en Dios o no tenerla es un dilema que se suscita con frecuencia, en público o en la intimidad de la persona, especialmente desde enfoques racionalistas o seudocientíficos. Nuestra actualidad ha propiciado un cambio que tal vez sea un mejoramiento antropológico o puro escapismo, no lo sé. Más que si se cree o no en Dios la gente se declara agnóstica, actitud esta que es difícil de rebatir, aunque esconda con frecuencia, más que una duda, una negación o ausencia de fe y una pereza mental, es decir, un ateísmo práctico pues para ser ateo teórico, como decía aquel, hay que saber mucha teología. Pero somos muchos  los que reconocemos que creemos en Dios, de aquí que se establezca, de una manera u otra, una relación personal entre el hombre y el Ser supremo.

 

De la Esperanza ¿quién se acuerda? Como virtud teologal nadie se atreve a negarla, nadie la quita de la lista, tal vez, porque ni se lo cuestione ni le preocupe a nadie, siendo comúnmente ignorada. Ch. Peguy dedicó a la segunda virtud, la chiquilla que va de la mano de sus hermanas mayores, sus mejores páginas, pero siendo este autor aquí bastante desconocido y poco editado, ha ejercido poca influencia entre nosotros. Adelanto pues que, de la misma manera que afirmamos que Dios es amor, podemos proclamar que Dios es esperanza.

 

Toda afirmación sobre Dios será necesariamente imprecisa, pero no por ello errónea. Cuando uno va por el desierto y queda fascinado por su inmensidad, sabe bien que si fotografía el paisaje, las imágenes que pueda después enseñar serán muy pobres respecto a la realidad, podrán incluso decepcionar al que las haya sacado, pero no obstante ser verdad lo dicho, no serán falsas. He puesto esta comparación porque el desierto, tierra absoluta bajo cielo absoluto, tiene un atractivo inmenso, pero a nadie le es posible captar su encanto y mostrarlo en toda su grandiosidad, solo dejarse empapar de él, estando sumergido en él . Todo lo que se diga del desierto será lenguaje aproximado. Cosa semejante acontece con el discurso sobre Dios. Aun así quien de alguna forma ha tenido experiencia de ello y de Él, no puede dejar de hablar entusiasmado de ambos.

 

 

Cuando uno lee apasionadamente la Biblia, libro de libros que está dedicado principalmente al hombre y a su entorno cual ningún otro escrito, constata, cuando se hace referencia a Dios, que este Ser supremo está muy interesado por todo lo humano, pero a la vez oye como un eco, nota como una reverberación imprecisa de que ha habido una anterior creación. Va uno recogiendo referencias, aquí o allá, y se entera de que hubo y hay unos seres dotados de existencia autónoma, libertad y capacidad de acción. Podríamos llamarlos extraterrestres, ya que de alguna manera lo son, pero al referirnos a estos seres lo haremos con el nombre que les da el mismo texto sagrado, es decir, ángeles.

 

Si recapacitamos, quienes hemos leído unas cuantas veces la Biblia, debemos reconocer que desde el inicio, el Génesis, hasta el final, la Apocalipsis, se habla en una cuantas ocasiones de ellos. No se puede olvidar a los ángeles del Paraíso, el malo en figura de serpiente, y los buenos, los querubines, que posteriormente franquearán e impedirán el acceso al árbol de la vida. No es mi propósito describir las sucesivas apariciones e intervenciones de estos seres celestiales, los estudios religiosos les dedican todo un tratado y a él me remito.

 

Quiero hacer una referencia a una sensación que se percibe cuando uno capta la onda de  lo que estoy hablando. Por muy protectores del hombre que puedan ser, por muy leales defensores de Dios que se diga son, no puede ocultarse que se experimentó con ellos un revés. Hablando con la imprecisión que ya he advertido nos es dado hablar, diríamos que a Dios esta anterior creación no le salió del todo bien. Fue en parte un fracaso que resultó irreversible y creó Él algo donde empaquetar esta frustración y meter en ella a aquellos que ora se les llama en general, diablos o demonios, o particularizando, satanás, lucifer, leviatán etc. (1). Este algo, ya que no podemos llamarlo lugar, en el Nuevo Testamento, recibe el nombre de infierno.

 

A pesar de esta constatación, me atrevería a afirmar que Dios no escarmentó e inició una nueva creación en la que nosotros nos sentimos sumergidos. El relato del Génesis nos presenta a un Dios lleno de ilusión, que, a medida que va creando nuevos seres reconoce que le está saliendo bien. La Biblia dice: “y vio Dios que era bueno, o, que estaba bien...” y esta expresión se repite siete veces en un solo capítulo. Dios está feliz de lo que va creando, de aquí afirmación que titula este capítulo: Dios es Esperanza.

 

La respuesta que da el hombre a este proyecto decepcionaría a cualquiera que no fuera Dios. Se trata del pecado, que es orgullo en la primera pareja y envidia en el segundo caso, del hijo de ambos. (Pretendida ofensa al mismo Dios primero, odio del hombre hacia su hermano, en el segundo.) Lo admirable del lance es que, en lo que hemos llamado primera creación, parece que se nos dice que no hubo más que una oportunidad, pero en el caso de la creación del hombre, Dios no se siente fracasado, (algo frustrado sí que lo está, lo afirma el texto sagrado más de una vez), de aquí que acuda en una y otra ocasión en ayuda del hombre, perdonando, insistiendo y estimulando su perfeccionamiento. De tal manera se hace patente esta actitud divina que bien podemos afirmar que todo el Antiguo Testamento es la historia de la Esperanza de Dios en la humanidad. Él nunca aparece desanimado.

 

Lo admirable de la cuestión es que acabada aparentemente la historia de la Esperanza de Dios, que como he dicho es la historia del Pueblo Escogido, también llamada Historia de la Salvación, cuando este pueblo ha llegado a una situación políticamente humillante, pues ha perdido la independencia, han desaparecido los maestros y han silenciado los profetas, es cuando la Esperanza de Dios se hace presente en un gesto de máximo riesgo. El relato de la Anunciación da cuenta de la suprema osadía de Dios al exponer todos sus proyectos a la libertad bondadosa de una joven mujer. Si el género humano había destrozado tantas veces sus planes y no obstante no le había hecho perder el optimismo, por lo menos uno supondría que el Señor iba a obrar con precaución. Por una mujer, Eva, había empezado todo mal, si pretendía reiniciar un proyecto lo lógico era que probase con su congénere, con el consorte de Eva, es decir con un varón, pero no, esta puede ser la lógica humana, que la de Dios es muy otra. Confía de nuevo en la humanidad y se juega el todo por el todo, volviendo a interpelar a una mujer. María es la nueva Eva, se dice con frecuencia. María es la Eva diferente, debería afirmarse, hablando en propiedad. El sí de María satisface de tal manera la Esperanza de Dios, que a este sucederá, como consecuencia inmediata, la existencia histórica del Hijo, llena de éxitos y de fracasos transitorios, pero, por encima de todo de enseñanzas, de buen hacer, tan bueno que es milagroso con frecuencia, culminando con el sacrificio de su vida, en bien de toda la humanidad. Nunca se supo de alguien tan grande que hiciese algo tan extraordinario, como expresión evidente de Esperanza. Pero no concluye con su muerte su mensaje y testimonio, para que el hombre tenga mayor seguridad, mayor confianza, le comunica que ha resucitado, que le espera en la Eternidad para un gozo pleno, que si parece que se va, aquel día que llamamos de la Ascensión, es porque se queda para todos, en todos los lugares y hasta el final de los tiempos.

 

Pocos días después de toda esta intervención asombrosa del Hijo, el Espíritu Santo hace brotar, en aquella comunidad que había convivido, discutido, aprendido, olvidado y reconciliado con Jesús, la realidad profunda de la Iglesia, a la que reconoce como esposa del Verbo, a la que nosotros reconocemos como Madre nuestra, en la que debemos vivir, llenos de gracia, la Esperanza actual de Dios, la actual y la eterna.  

(1)   lucifer, en la Vulgata, astro matutino, el que trae la luz, el refulgente. satán en el texto hebreo, el adversario, el enemigo. diablo, en la versión griega, el acusador, el calumniador.