Invocación a Nuestra Señora Santa María, Madre de Dios

Autor: Padre Pedrojosé Ynaraja

Libro: En torno a Adviento y Navidad

 

 

Señora Santa María:

 

¿Quién diría, al verte esta noche en Belén, que eres señora y santa?

Nosotros podemos afirmarlo, pues nuestra Santa Madre la Iglesia nos ha trasmitido la noticia. Pero aquellos que hoy te rodean, los que te han aceptado en su casa, los parientes de esta población, ignoran totalmente tu grandeza. Vives, y tu marido contigo, la gran humillación de ser ignorada y aceptas la situación con simplicidad.

 

De ninguna mujer, excepto de ti, se puede afirmar rotundamente que es santa antes de que la muerte le haya llegado. De ti sí, el Ángel hace nueve meses lo proclamó: estás totalmente llena de la gracia del Señor y además, durante todo este tiempo, has sido sagrario viviente del Hijo de Dios y en el futuro, lo sabemos, le serás fiel toda tu vida.

Eres santa y esta santidad se manifiesta en sencillez, docilidad y sumisión. No hay en ti, ni esta noche ni en cualquier otro momento, ninguna pretensión de espectacularidad, de éxito, de vanagloria, de coquetería, cosas a las que tan inclinados estamos los humanos. Como siempre ha ocurrido, tu eres humildad totalmente pura. ¡Oh, si nosotros supiéramos aprender hoy de ti e imitarte!

 

Eres señora, decir esto hoy también sorprende. Jovencita como evidentemente eres y totalmente virgen, pronto se hará patente también que eres madre, madre del Dios Altísimo, del Dios que hoy se hace criatura chiquitita. Tu singularidad, tu grandeza, no excluye que seas previsora, como cualquier otra buena mujer. Y nos cuentan que has traído esta noche a Belén ropa para vestirlo. Sabes que dar a luz es una cosa normal para una mujer, pero también, como mujer normal que eres, vives tu primer embarazo con el consiguiente nerviosismo. Cada parto es diferente, es cosa inédita, pero tu confianza en Dios, que te ha escogido con cariño, no te arrastra a ningún ataque histérico. Como siempre has hecho, confías en Él y su paz llena tu interioridad.

 

Tu marido, tu buen compañero, hermano y esposo José, confidente de Dios él también, dicen que ha marchado, que ha ido al centro de la población a buscar para ti y tu situación una ayuda competente, quiere que venga alguna comadrona, para que esté a tu lado en el momento del parto. Antiguas leyendas dicen que ha encontrado dos buenas mujeres, pero que después se ha visto que no eran necesarias. En estos momentos él siente por igual impotencia y responsabilidad. Sin queja alguna, hombre justo como es, te da su compañía y su amor, del que tú, como cualquier otra esposa en esta situación, tiene tanta necesidad, y va obrando con total entrega y discreción.

 

Y nosotros, ¿que hacemos aquí? ¿Estamos condenados a ser simples espectadores, indiferentes y curiosos? ¿Qué se espera de nosotros? ¿Qué desea tu Dios, que es nuestro Dios? ¿Qué sentimientos deben embargar nuestro corazón?

 

Hay que reconocer que hemos llenado la Navidad de muchas inoportunidades, que se han amontonado a nuestro alrededor tantos atractivos frívolos que tal vez lo mejor sería que nos alejáramos discretamente. Pero no lo haremos, estamos aquí, tú bien lo sabes, porque queremos dar un significado especial a este encuentro, queremos al menos, que sea así este breve tiempo que permaneceremos en oración contemplativa. Queremos que sea en nuestro interior algo auténtico y que, respecto a nuestra conducta, suponga un cambio para bien en el futuro. Esta noche no te pedimos nada, ocupada como estás en las labores del parto. Esta noche es tu gran noche, la de tu proeza y la de la proeza de Dios en ti. Quisiéramos al menos contagiarnos de tu sencillez, que es pobreza si la comparamos con la vida que nosotros llevamos, de tu ternura, de la ternura que se respira siempre en Belén, de la aceptación sencilla con que recibes, sin sorprenderte, lo inesperado y que siéndolo no te arrastra a la rebelión, como ocurrió con tu antepasada Eva, la del Paraíso.

 

Quisiéramos obrar como los otros protagonistas. Algo semejante a lo que hicieron ellos ya lo estamos logrando al estar aquí reunidos (nos encontramos muy alejados por el espacio y el tiempo del Belén, que ha sido origen de todos nuestros encantadores belenes). Sentimos algo semejante a lo que los pastores sintieron, deseamos adorar al Niño y ser generosos con Él, como ellos lo fueron.

 

Pero ¿qué podemos darte esta noche desde aquí? ¿Qué deseas recibir, como regalo nuestro? No se trata de alimentos sólidos, leche, tal vez miel o leña, como probablemente ofrecieron los pastores. Nuestra ofrenda ha de brotar y ser, de nuestro interior. ¡Ojalá sea esta Navidad la que nos lo suscite. Con sinceridad lo deseamos, Santa María, ayúdanos a descubrirlo.