El dedo pequeño del pie

Autor: Padre Pedrojosé Ynaraja

Libro: Si el Señor volviera tal vez...

 

 

      - El otro día leía que, como consecuencia de llevar zapatos de tacón alto las señoras, el tamaño del dedo pequeño del pie ha disminuido medio centímetro en tan solo cien años.

      - ¿Que estas pensando, Maestro? - le preguntó uno que sabía muy bien que el Señor no decía las cosas porque sí.

      - Pienso en una chica presumida que, mirándose los pies, constatara que su dedo pequeño es menudo y regordete, y ella quisiera que fuera largo y delgado como una figura del Greco... ¿Verdad que sería estúpido que se lamentase y lo escondiera al comprobar que no había remedio? Con toda seguridad cuando veis un pie joven, enmarcado en una sencillas sandalias de tiritas, nunca habéis pensado en la atrofia de este dedo... pero, aun así el dedo está atrofiado. Como el pie no se fija bien al suelo, las zapatillas deportivas han de llevar muy bien marcadas las suelas con estrías, y a las botas de escalar es necesario añadirles crampones si se quiere avanzar por el hielo. Si las mujeres no hubiesen descubierto los zapatos de tacón alto, tal vez esto no hubiera sido necesario...

      - Vuelvo a preguntarte, Señor, en que estás pensando.

      - Pienso en el pecado original. Alguna mujer tuvo la tentación de llevar  tacones altos, y después de ella muchas otras; y los varones, aunque no hubieran llevado nunca tacón, según creo, también han visto disminuir el dedo meñique del pie.

      - La comparación está bien escogida, pero ¿por qué nos vuelves hablar del pecado original?

Hay tendencias en el hombre que no le vienen de los vicios que ha contraído con su mala vida, sencillamente las tiene, y punto. Las ha de conocer y se ha de proteger de ellas, y espabilarse como el futbolista que escoge unas zapatillas de buena pastilla, porque sabe que ha de jugar bien y no ignora que necesita un pie agarrado al terreno si quiere chutar fuerte. Así vosotros debéis tener presente, al plantearos una nueva vida, lo que os falta.

 La falta, sin que la pérdida haya sido culpa vuestra, os viene de lejos y hay que aceptarla para poner remedio.