El racismo

Autor: Padre Pedrojosé Ynaraja

Libro: Si el Señor volviera tal vez...

 

 

      Aquellos días, los medios de comunicación repetían una y otra vez una sentencia judicial dictada contra el asesino de una persona de color.

      Los amigos lo comentaban. Los mayores pensaban que la mano del juez había sido demasiado dura, que había querido ser ejemplar, pero que se adivinaba un interés político, para evitar las antipatías de los países que podían proveer de materias primas a buen precio y que eran de otras razas.

      Los jóvenes alababan apasionadamente el veredicto; hay que luchar contra el racismo, decían, si no se actúa con mano dura volveremos a las persecuciones nazis de otros tiempos. Para ellos el racismo era tan perverso que lo veían como si fuese cosa de gente de otros planetas.

      Lo que estaba claro es que el Señor tenía alguna cosa que decir sobre todo esto, pero no quería herir la sensibilidad de nadie, ni entrar en una polémica desafortunada. Así que cuando le pareció oportuno dijo:

      - Sí, sí, todos tenéis razón y me gusta que con vuestras sentencias queráis ser ecuánimes. Decís bien, la gente mayor, que el racismo es una mala arma para los tratados internacionales, que hay que dar una imagen pública, limpia de este delito y en la sentencia de que hablabais se adivinaba esta finalidad.

      Estoy completamente de acuerdo, gente joven, con vuestras teorías. Sé que estáis dispuestos a defenderlas, que habéis recogido ayuda para aquel pueblo de piel oscura que sufre una larga sequía, que habéis acogido en vuestra casa a gente que venían de aquellas tierras. Lo que ahora os diré os sorprenderá que salga de mis labios, pero os lo tengo que decir. Con todas estas cosas que hacéis no podéis estar seguros de no ser racistas. Pensad en vuestro interior y analizaos: si nunca habéis tenido un pensamiento, un deseo libidinoso hacia alguien de otra raza, como lo habéis sentido seguramente hacia alguien que es como vosotros; si habéis tenido que dominaros al sentir el atractivo por alguien semejante a vosotros, pero no habéis sentido que teníais que hacerlo respecto a una de otra raza, todavía sois racistas, no lo dudéis. Al menos que no sintáis nunca ninguna tentación en este sentido -dijo con ironía-.

      Los viejos sonrieron por la ocurrencia del Señor, que no se la esperaban. Los jóvenes ni siquiera osaron mirarse.