El embrión

Autor: Padre Pedrojosé Ynaraja

Libro: Si el Señor volviera tal vez...

 

 

Se movía como un moscardón alrededor del Señor un chico brillante. Elegante de compostura, deslumbrador ante el conjunto femenino, sus afirmaciones tajantes y oportunas apocaban a los demás jóvenes; hablaba con fluidez, con convicción, era muy simpático. Era el punto de mira de las gentes del lugar. Pero el Señor no le hacía caso y los discípulos no entendían el porqué de este proceder.

Se alejó un día, se perdió su memoria y sus actuaciones brillantes o deslumbrantes; nadie supo nunca más de su persona. Pero al cabo de un tiempo, alguien trajo la noticia: aquel chico despampanante era un perdido, un golfo, que vivía sólo de dar sablazos.

Se lo dijeron al Señor. Le preguntaron si ya se había dado cuenta de su catadura la primera vez que lo vio, si se percató de su hipocresía y por eso no le había hecho demasiado caso.

El Señor les contestó:

- La palabra hipócrita me suena demasiado fuerte. Era sólo un pillo, un presumido oportunista, dotado de cualidades que no quería controlar ni fomentar con su esfuerzo personal; se veía a la legua que solo pretendía vivir de renta, es decir, aprovechándose como fuera de los demás. El día que se le agotaron todas estas dotes, cuando la gente se cansó del personaje, cuando irremediablemente le tocaba trabajar, se convirtió en un ser derrotado e incapaz de aceptar su realidad.

Si uno observa los primeros momentos de un ser que vive a expensas de las reservas acumuladas por la madre (estoy pensando en el embrión de pollo dentro del huevo) verá que goza de una gran vitalidad, pero pobre de él si cree que vivirá siempre de estas reservas, si es así morirá muy pronto. Cuando salga del cascarón deberá alimentarse del exterior consiguiendo la comida con algún esfuerzo, después deberá moverse, desplazarse, para asimilar los alimentos conseguidos con su laboriosidad.

Las cualidades humanas son como la moneda; si no se invierte, si no se utiliza para negociar, si simplemente se va gastando, hasta el más rico se arruina pronto.

Me dan pena las personas simpáticas, majas, listas, que se aprovechan de sus cualidades y no se esfuerzan en fomentar virtudes: fidelidad, coraje, estudios, trabajo. Temo por ellas, no por mí, ni por vosotros. Pueden ser enemigos momentáneos, fugaces rivales, pero pronto ellos mismos se hunden y caen en cualquier vicio, para ser enseguida olvidados o evitados.