El pescador

Autor: Padre Pedrojosé Ynaraja

Libro: Si el Señor volviera tal vez...

 

 

De cuando en cuando se añadía al grupo de los amigos del Señor alguno que llegaba atraído por lo que se explicaba del Maestro. Venían otros también al experimentar su pobreza espiritual y al pensar que el contacto con el Señor podría estimular su mejoramiento personal. Se adherían inquietos, querían enseguida constatar resultados y, obviamente, la mayoría de veces no lo conseguían. Se alejaban entonces decepcionados, decididos en todo caso a volver algún día para probar mejor suerte. Cuando volvían, oían explicar todo lo bueno que había ocurrido en su ausencia. Unas veces no se lo creían del todo y otras pensaban que tal vez ellos eran gente de mala suerte, gafes que impedían con su presencia que se lograsen buenos resultados. No eran todos, ciertamente, los que sufrían esta triste experiencia, como tampoco los que se quedaban experimentaban siempre el éxito. El Señor quiso dar una instrucción para los que así obraban, para ellos y para los después tuviesen la misma actitud al allegarse. Les dijo:

-Un hombre un día decidió hacerse pescador. Fue a un río cercano a su casa  con una flamante caña. Quería disfrutar del placer del hombre primitivo al ver temblar la vara por los estremecimientos del pez que había picado y, sobre todo, gozar y comérselo después orgulloso de haber engañado al pescadito con el cebo que diestramente había puesto escondiendo el anzuelo. Sin duda la pesca le descubriría rincones de los ríos donde nunca había ido en coche y el esfuerzo de lanzar los aparejos y el trabajo de transportar la cesta llena de peces, que sin duda pescaría, con toda seguridad le ayudaría a rebajar aquella tripita que abultaba su perfil, dificultaba movimientos y era expresión palpable de que le sobraba grasa. Si buena era la caña, mucho mejores eran la cesta, las botas de goma, la chaqueta y el sombrero. Tenía todo lo que pudiera desear un elegante pescador.

Como meter el gusano en el anzuelo supo hacerlo pronto y ver desplazarse al ritmo de la corriente el corchito rojo era muy fácil, no le faltaba ya nada más que dar un tirón enérgico al notar que un estúpido pez había picado.

 El primer día que salió fue un fracaso. Había llovido y el agua bajaba turbia. Nada de nada. Salió otro día y tampoco trajo ningún pez. Seguramente había escogido mal el tramo del río, o tal vez fuera demasiado profundo el lugar. Salió un tercer día y pescó tres pececitos tan pequeños que, entre la pena que le dieron y la vergüenza que sintió por el fracaso, prefirió devolverlos al agua, para que así algún pez gordo se los comiera.

Habló con un amigo y este le dijo que pescar era una cosa más difícil de lo que parecía, que el agua debía ser trasparente, que era necesario también que tuviera una determinada temperatura, que dependía también de la posición del sol, que al atardecer, por ejemplo, cuando por instinto los peces sabían que revoloteaban muchos mosquitos, saltaban a todo lo que se moviese y picaban enseguida. El buen señor escuchaba atentamente las explicaciones, con no demasiada confianza. Por fin le pidió que el día que supiese que los peces picaban, le avisase, y él se presentaría inmediatamente.

¡Pobre hombre! Su falta de paciencia y de tesón, su ambición y la necesidad que sentía de seguridad, eran su perdición. El día que los peces picaban y le avisaba el amigo, cuando llegaba con todo su complicado equipo, constataba que los otros con cañas, no mejores que las de una escoba, habían ya cogido todos los peces y él ya no sacaba nada.

El buen pescador, ya lo sabéis, no toma tantas precauciones, sale cada día que puede, con la esperanza de que será un día bueno para su afición y vuelve cargado, o con el zurrón vacío, pero satisfecho siempre de la aventura que ha vivido. Si un día hace balance comprueba que el deporte tiene su aliciente y que, globalmente considerados, los resultados han sido buenos. Sería absurdo pensar que uno va a salir a pescar solo cuando esté seguro de que va a volver con la cesta llena.

Lo mismo vosotros, concluyó el Señor; trabajad  por el Reino, sin esperar constatar resultados inmediatos de vuestra gestión diaria. Dije que os quería pescadores de hombres, no imitéis al mal pescador de la historieta.