Los escolítidos

Autor: Padre Pedrojosé Ynaraja

Libro: Si el Señor volviera tal vez...

 

 

Caminaba el Señor con un grupo de amigos, iban con ellos también gente del lugar, jóvenes y no tan jóvenes, ellos y ellas, todos, se sentían bien a su alrededor. El camino transcurría paralelo a un bosque, alguien se fijó en unas feas manchas marrones entre el verde vivo del follaje. Era algo raro, pues ni habia ocurrido un incendio, ni eran copas de árbol víctimas de las orugas procesionarias.

Una chiquilla con voz tímida dijo:

-Es una plaga nueva, se trata de un bichito pequeñito que se mete por la corteza y llega hasta el tronco y se va comiendo todo el árbol hasta dejarlo muerto. Como es tan pequeño y vive oculto, ni los insecticidas ni los pájaros pueden acabar con ellos. La señorita dice que la única solución sería quemarlos, pero que no es posible pues se perdería todo el bosque.

La niña había empezado con temor, hablar delante del maestro la azoraba, pero acabó satisfecha de sí misma y mirando de reojo al Maestro, que la había escuchado atentamente.

-Tiene razón esta estudiante espabilada, dijo uno, que era científico aventajado. Se trata de unos pequeños insectos de la familia de los escolítidos. La hembra pone un pequeño paquete de huevos en la corteza del árbol, estos van embadurnados con las esporas de un minúsculo hongo que posibilita que al nacer, puedan asimilar primero la superficie y despues las más ricas substancias del tronco. Larvas y hongos, aun siendo pequeños, son capaces de destruir todo un gran árbol, propagándose luego a su alrededor destruyendo, como habéis visto, todo el entorno.

Cuando hablábais, primero la chica y despues tú, dijo el Maestro, estaba pensando que algo semejante pasa en el terreno espiritual a nuestro mundo. Al insecto podríamos llamarle mediocridad, al hongo indiferencia (algunos se atreven a llamarla tolerancia). Las dos cosas parecen inofensivas, pero aliadas, se multiplican en silencio y causan estragos en mi Reino.

Como decía esta, y dirigió la mirada a la chiquilla que la recibió enormemente complacida, si se quiere suprimir la plaga hay que acudir a acciones sumamente enérgicas. Hoy los profetas son entre nosotros más necesarios que nunca, son los únicos capaces de erradicar estas funestas plagas.

Diez mil mediocres no valen lo que un pequeño santo, acabó el Maestro.