La quijotesa

Autor: Padre Pedrojosé Ynaraja

Libro: Si el Señor volviera tal vez...

 

 

¿Se ha oído alguna vez que a una chica la llamen quijotesa? Con toda seguridad no. Pues el Señor un día tuvo esta ocurrencia. Aplicó el calificativo a una chica dinámica, que rebosaba vitalidad, era generosa y sin demasiada vanidad, por no decir nada. Aparecía en medio del grupo cuando nadie la esperaba, era como una tormenta de verano, todo se agitaba a su alrededor, todo se llenaba de emoción, de alegría. En otras ocasiones llegaba enojada y resultaba su presencia como una erupción volcánica, que dejaba a todos irritados. Tanto si la preocupación era por ella como si lo era por su explicación, el caso es que su estancia entre el grupo de los que acompañaban al Maestro no pasaba nunca desapercibida. Pero nadie podía nunca estar seguro de donde se encontraba o que estuviera haciendo en un momento determinado.

Un día, de repente, el Señor preguntó:

-¿Donde está nuestra “quijotesa”?

Todos le miraron cariacontecidos y le preguntaron quién era la quijotesa. Él trató de que lo adivinaran, pero no les fue posible; cuando al fin dijo su nombre, todos se rieron a mandíbula batiente. El Señor, como en otras ocasiones, se limitó a sonreír...

Por la noche, en una de aquellas charlas bajo la luna llena que tanto les gustaban, alguien le preguntó si lo de quijotesa había sido una broma, una crítica indirecta, una ironía punzante, o qué es lo que había sido. Respondió:

- ¿No os ha hecho gracia el mote? Pues no, no he querido herir a nadie. Vosotros ya sabéis cómo la quiero, pero también sabéis que no bendigo sus continuos devaneos. Nadie puede saber nunca dónde se encuentra, ni qué día o a qué hora volverá a estar con nosotros. Nadie, si la necesitase, estaría seguro de poder encontrarla; no obstante, se hace querer por todo el mundo.

Como muchos de vosotros también tenéis un injerto de quijote, me fijaré en su proceder, para que vayáis aprendiendo y os examinéis también.

Nuestro proyecto no es fundar ninguna secta, aunque algunos utilicen a nuestro lado en ciertos momentos procedimientos sectarios. A veces os he dicho que es un camino que une, lleno de sendas que se cruzan y que al encontrarse uno en alguno de estos cruces hay que escoger, cosa que significa optar por algo y renunciar a otras muchas posibilidades. En el devenir del propio camino cambia el paisaje; a veces uno pasa por un estrecho desfiladero, otras por una llanura, hay que andar siempre con decisión, pero de vez en cuando hay que sentarse a reposar. Cada uno llevará un ritmo diferente, según sean sus fuerzas, caminará con unos o con otros, según sus preferencias , llevará a cabo un determinado rol, según sean sus aptitudes. Hay que ser fiel a lo que se ha escogido ¿De qué serviría tener un amigo, si no sabes nunca en qué lugar se encuentra o por dónde  buscarle? ¿Saber que te podrá ayudar, pero que nunca estarás seguro de que oirá tu  petición?

¿Soñar proyectos en común y al volver a diseñarlos no estar nunca seguros de poder contar con sus sugerencias y sus críticas?

No me gustan las flores de jardín, prisioneras de un entorno artificial. Pero la flor más bonita del bosque la encontrarás siempre en un lugar determinado, nunca el edelweis al lado de la violeta, ni la genciana junto a una margarita. Las flores se han ido adaptando al clima y a la tierra. Cada flor ha brotado comprometida con un sitio y en una estación determinada.

La libertad no es un capricho. Hacer el bien de ninguna manera es una idea genial. La eficacia no está necesariamente unida a la improvisación surgida del azar. El que todo esto no lo entiende lucha contra molinos de viento creyendo que son gigantes, o regala islas baratarias que parecen gangas cuando no son más que ingenuas ilusiones que a nadie aprovechan.

Un día lo dije: quien conmigo no recoge en realidad dispersa. Nuestra quijotesa es como una estrella fugaz, que aparece y desaparece, deja una estela tras de sí, pero para casi nada más que la admiración a su persona sirve. Ayuda mucho pero lo hace de tal forma que a veces se siente manipulada, y tiene razón al quejarse de ello. Y queda triste por ello. No es inepta, pero tampoco útil para proyectos que exijan constancia. Como máximo puede servir siempre para pegar pegatinas.

-Tienes toda la razón, Señor, pero no irás ahora a llamarla pegatinera.

No te preocupes, continúa siendo nuestra quijotesa. Pero ojalá un día enraice en algún sitio o en algo de provecho, dará entonces fruto y gozará de nuestra total confianza y de la de los demás.