El tractor

Autor: Padre Pedrojosé Ynaraja

Libro: Si el Señor volviera tal vez...

 

 

Había un pueblo  en que todo el laboreo de la tierra se hacía con la ayuda exclusiva de animales. Tenían mulas y bueyes y algún asno. La población ocupaba un rincón en el extremo de una comarca, donde se acababa la posibilidad de la labranza y empezaba la montaña con sus bosques. En este lugar las condiciones de vida eran duras, pues a la falta de comunicaciones se le añadía que el terreno era pobre. Así que los cuatro labradores que quedaban se habían acostumbrado a trabajar como siempre, sin demasiado entusiasmo  y a hacerlo todo en común.

Pero un día se dio una excepción: Al despertarse uno se le ocurrió que, teniendo en cuenta las condiciones favorables que ofrecía el gobierno a las gentes del campo, debía  conocerlas y aprovecharse de ellas. Marchó a la capital y volvió muy contento explicando que había comprado un tractor. Se lo enviaron al cabo de pocos días en un camión de gran transporte con todos los utensilios para las diferentes labores que podía efectuar. El mismo camión se llevó sus animales. Inmediatamente limpió las cuadras que convirtió en garaje, almacén y un poco también taller. Fue esto en pleno invierno.

En la taberna se encontraba, como de costumbre, con los otros campesinos y les explicaba sus planes de futuro, pero ellos lo tomaban por un soñador. Lo mismo le pasaba cuando iba al ayuntamiento a presentar sus proyectos: abrir nuevos caminos, allanar campos, retirar piedras, arrancar zarzas y matorrales. Todo esto resultaba ser trabajo muy pesado para aquellos  hombres que sólo disponían del hacha y de la azada. El buen hombre les decía que con su tractor se podía hacer rápidamente, que eran unos anticuados, que hoy en día las cosas se hacían de otra manera. Pero la gente le miraba mal, parecía que con su máquina quisiera quitarles sus míseros ingresos. El buen hombre, angustiado por la incomprensión, se preguntaba qué podía hacer. ¿Debía por solidaridad olvidar su tractor y continuar haciéndolo todo a mano? ¿ Debía comprar de nuevo machos y mulas? ¿Debía, para contentarlos, parar de cuando en cuando el motor y quedarse mirando a las musarañas como hacía la otra gente, mientras el animal descansaba? Para sacarle buen rendimiento al tractor este debía funcionar muchas horas, no debía pararse demasiado, no se debían olvidar los trabajos duros, pues su fuerza era muy superior a la de una yunta de bueyes.

 En una reunión les dijo:

- Vosotros me indicáis lo que me corresponda hacer y lo haré y, como me sobrará tiempo, me iré a otros pueblos vecinos a ofrecerme para otras labores.

Y sus convecinos debían herrar los bueyes, llamar al veterinario, almacenar la alfalfa y la hierba en el pajar, barrer las cuadras. Y con todo este trabajo el rendimiento de los animales no era grande si se compara con el que conseguía el otro. Nuestro buen hombre sólo tenía un bidón de combustible que ocupaba muy poco sitio y le tocaba ir de cuando en cuando al mecánico  para los pequeños trabajos de mantenimiento. Y su trabajo le salía mejor que a los demás, más seguro y más cómodo. Se iba haciendo rico sin abandonar el trabajo que le tocaba en su pueblo, tenía tiempo libre y los domingos y días de fiesta el tractor no necesitaba el menor cuidado, a diferencia de los animales, que tenían que comer como en los  días de labor.

Esta parábola la dijo el Señor un día que se encontraron a unos amigos que en vez de hacer planes para el futuro alegremente, decían que ya eran viejos, que ya no  podían cambiar, que la gente de hoy en día rehusaba todo lo que se les ocurría a ellos que no y que no...

Amigos si ignoráis lo que es la gracia y queréis obrar vosotros solos, tenéis toda la razón. Está bien que reconozcáis sinceramente vuestras limitaciones personales. Pero si buscáis y aceptáis la gracia, que siempre es joven, que siempre está nueva, ella os dará la juventud que biológicamente os falta. Los Santos fueron hombres semejantes a vosotros, que se aprovecharon de “planes de desarrollo” y de “concentración parcelaria espiritual”, que  mi Padre pone a disposición de los hombres. Todavía estáis a tiempo, aunque seáis viejos, aunque vuestros programas sean antiguos, mientras no sean anticuados. No os perdáis esta ocasión.