La valija diplomática

Autor: Padre Pedrojosé Ynaraja

Libro: Si el Señor volviera tal vez...

 

 

Vino un día un grupito de gente muy maja, un poco “iluminados” sí que lo eran, pero nadie podía negar su buena fe. Pacíficos como eran, vivían a su aire y a su aire rezaba cada uno, en rincones solitarios. Si estaban juntos, sus oraciones eran suaves recitaciones de salmos, lentas y pausadas lecturas, silencios largos…

-¿Y cómo va la liturgia? les dijo el Señor...¿Os olvidáis de las reuniones litúrgicas que por todo el mundo congregan a los fieles los domingos?

-Si estamos cerca, vamos casi siempre - respondió alguien en nombre de los demás -. Pero nosotros insistimos en que, por encima de todo, debe uno concentrarse, que es necesario el silencio para la plegaria interior, para la entrega total a la voluntad del Señor. Hay que tener en cuenta además que la liturgia no siempre se celebra con dignidad y según quien la preside vale más no asistir si se quiere ahondar en el camino de la donación al Señor, que es lo que nosotros buscamos…

A aquel grupito no le faltaba buena fe, pero tampoco le sobraban conocimientos religiosos. El primitivismo de su confianza hacía peligrar la constancia y la perdurabilidad de sus esfuerzos. El maestro, reuniéndolos, les contó la siguiente historieta:

-Todos sabéis qué es una embajada y seguramente también algunos de sus privilegios. Conocéis sin duda que goza de extraterritorialidad,  que la correspondencia con el gobierno de la metrópoli se hace sin cortapisas. No hay revisiones, ni censuras, ni cuotas, en las comunicaciones con el gobierno central; es lo que se denomina valija diplomática. En teoría, el recipiente donde va, casi siempre una maleta o una cartera,  estará repleto de documentos de estado, informes militares, análisis de la situación política etc. Eso es la teoría porque en  la práctica, por medio de esta maleta, llegan los cosméticos mas finos para la esposa del embajador, el bañador de última moda para que lo luzca su hija, la cerámica más fina que regalará el diplomático a su compañero de cacerías. Y en dirección contraria, van la correspondencia familiar y los regalos personales, que por ser fabricados con materias primas exóticas, solo se encuentran en el país donde se ejerce el cargo. Esto no es ni fraude ni secreto, es una costumbre habitual y admitida en la práctica universal. Es, por encima de todo, la manera más segura que tiene el personal de la embajada, de que sus objetos lleguen a destino. Si los enviasen por correo ordinario llegarían tarde, tal vez se deteriorarían o se quedarían por el camino. Este es uno de los privilegios del que está “enchufado” en una embajada.

Algo así pasa entre vosotros y la comunicación con mi Padre. Toda liturgia de la Iglesia es una acción mía, si mis amigos me encomiendan sus peticiones, yo me voy con los bolsillos llenos de sus súplicas, ninguna olvido, ninguna pierdo, ni una sola, todas, todas, llegan a mi Padre. Tal vez vayan no demasiado bien envueltas, ya se sabe que a muchas liturgias les falta elegancia espiritual, es decir, buena música, silencio envolvente, pero si lo que uno quiere es seguridad y rapidez, esta sí que está asegurada.

No os quiero desanimar. Vuestras plegarias individuales, las que hacéis bien hechas y son bonitas, tratad de que tengan profundidad, sinceridad y gran intencionalidad. Yo diría que son como un mensaje enviado en globo, artilugio que en sí mismo es ascendente, pero que a veces vacila y el viento se lo lleva a lugares no del todo esperados, pero que finalmente siempre sube. No abandonéis vuestras prácticas. Pero, por encima de todo, confiad en la oración litúrgica, ninguna otra es tan segura, ninguna como ella goza de la seguridad de que llegará a mi Padre. Apartarse de la plegaria litúrgica es ignorancia o simple estupidez.